Saludos a todos los amantes del campo que aún quedan por estos lares. Sirvan estas palabras como presentación. Espero poder seguir compartiendo, de vez en cuando, vivencias con vosotros. Gracias de antemano por gastar unos instantes en leer lo que prosigue...
CONSTANTIN
"Para ser feliz hay que vivir en guerra con las propias pasiones". He decidido comenzar citando a Séneca puesto que opino que su reflexión está muy relacionada con los sentimientos que afloran en mí, desde lo más profundo de mis instintos animales y humanos, en momentos como este.
Tengo a mis pies a la bestia, al coloso de la naturaleza salvaje que tanto deseaba dar caza. Está muerto. Esta noche ha tenido un desatino y una mala coincidencia. No se si el hambre, o su instinto de dominancia, o ambos, le han hecho confiarse. Y ahora ya no respira. Ya no siente en su hocico el aire del norte. Ni llega a sus oídos el canto solitario del autillo en mitad de la oscura noche primaveral. Se acabó eso de mostrarse poderoso blandiendo sus navajas al reflejo de la luna. Este prodigio iba y venía a su antojo. Hoy aquí, mañana allí. Sin horarios y sin rutinas.
En este momento, mientras de sus ollares mana un hilo de viva sangre, no puedo obviar las preguntas que me asaltan... ¿quién soy yo para arrebatarle todo a esta extraordinaria criatura?. Pienso en todas las tormentas que este animal ha soportado, en todas las heladas y días de calor insoportable que lleva a sus espaldas. Seguro que supo salvar su vida en mas de una situación crítica. Los años pasaron por él, la mitad de sus cerdas se han tornado de un tono ocre y sus defensas superan ya de largo los seis centímetros. Y ahora llego yo, a traición, con nocturnidad y alevosía, y de un cobarde disparo le arranco para siempre de todos sus placeres. La caza es caza. Vamos a dejar de maquillarla. Es violenta y cruel. No es una lucha de igual a igual como se ha dicho y escrito cientos de veces. Sería así si en igualdad de condiciones y con las mismas armas nos jugásemos la vida cada vez que nos sentamos en nuestro escondite. Entonces me gustaría ver cuántos enamorados de la luna seguirían saliendo al monte de noche. Me doy asco. Le admiro tanto y le he quitado la vida.
Casi al mismo tiempo me resigno e intento dar respuesta a estas preguntas. He de aceptar mi naturaleza. Perseguir a este animal es lo que me permite vivir lo que él vive día tras día y noche tras noche... estoy seguro de que a no ser gracias a esto no podría disfrutarlo. Y lo necesito. Me es totalmente vital. Necesito el atardecer en el monte y su calma entre dos luces, mientras comienza a despuntar por encima de las montañas una brillante luna y una zorra se desliza por la rotura. El sonido estruendoso de las dulces bellotas cayendo al suelo en el mes de noviembre. Los patos que atraviesan en perfecta formación un cielo color violeta. ¡Y el cantar de las ranas en la charca en plena noche! ¡Qué me decís de eso! Esta es mi única manera de escapar, aunque solo sea por unas horas, de la sociedad enferma. Me siento curado cuando estoy inmerso en estos escenarios. Me atraviesa una paz que no puedo ignorar. Se trata sin lugar a dudas de pasión, y como decía Séneca... lo pasional implica lucha. Sentimientos encontrados. Ambivalencia. Amor y odio. Altos y bajos. Incertidumbre. Mientras vivimos todo ello, de una forma plena, sin pensar en nada más, somos felices.
Ni siquiera se si estas palabras tienen algún sentido, y menos aún si merece la pena escribirlas. Puede que dentro de un rato no soporte haber escrito todo esto y lo tire a la basura. Como ya he dicho antes la caza es caza. Que hago yo aquí perdiendo tiempo expresándome en un papel. Si te gusta lo haces con todas sus consecuencias y sino dedícate a otra cosa, no paro de repetirme en diálogos internos conmigo mismo. Debo seguir aprendiendo muchísimo. Son tantas las lecciones que me quedan por recibir.
Estas palabras, por absurdo que parezca, las escribo como muestra de agradecimiento. Agradecimiento a Constantin. Durante meses ha sido quien me ha empujado al monte. Cuánto he disfrutado mientras paseaba por sus veredas estudiando sus huellas, imaginándomelo entre los frondosos zarzales del río, echado al fresquito. Que recuerdos montunos tan bellos guardaré para siempre en mi memoria gracias a él. Me ha hecho pasar noches en vela, tendido bajo las estrellas aguardando un susurro, un chasquido... pero no llegaba nada. Me ha hecho sentir abandonado de madrugada en mitad de la noche. La paciencia, que como ya sabemos es madre de la ciencia, me hizo perseverar. Más de una vez pensé que Constantin podía haber cambiado de lares y que quizás nunca volvería a saber de él, pero preferí aferrarme a la mínima posibilidad de que volviese antes que quitarle la vida a alguno de sus jóvenes congéneres a los que esperan años de libertad salvaje por delante.
Visitas esporádicas y a unas horas en las que a ver quién es el valiente que está en el monte. Y muchos, muchos días de ausencia. La última fue que repetiste dos noches seguidas... y a la tercera yo tenía la obligación de cazador de estar allí esperándote. Me hubiera gustado tener una fotografía de ti en la que se te viese espléndido, inmerso en cualquiera de tus montaraces actividades, sin embargo y por desgracias para mi soy cazador y no fotógrafo, y esta es la única imagen tuya que puedo mostrar. GRACIAS.