Tendría yo unos catorce años, por lo que -echando cuentas- hace de esto ya 32 añitos...Fue Amadeo, guarda por aquel entonces de Sacedoncillo el que me lió. Cogí la Ugartechea y unas cuantas balas. Amadeo, fiel partidario de los "garbanzos", sacó del bolsillo de su inseparable mono azul tres cartuchos ya veteranos.
- Ponle de esto que es mucho mejor…
Era en Agosto. Nos pusimos en una parcela de pipas, bastante verdes todavía junto a la linde del monte, por donde entraban y salían a hacer de las suyas. Allí les había echado unos días antes "una miaja d'aceite quemao del trastor" (esto equivalía en unidades del sistema MKS a una lata de cinco litros). Esta era entonces una práctica bastante extendida (además de una guarrada…).
Bajo un pino nos sentamos a esperar. Oscureció y no se veía gota. No había luna. Pasaba el tiempo y no había signos de nada. A mí aquello me parecía entonces como echarle a la lotería, pero lo cierto era que tenía fe en Amadeo.
Un confuso ruido dentro del monte nos sacó del momentáneo estado de letargo. Otro más, ya claramente de tronchar algún palo. El canto sobresaltado de un mirlo (de una “chorla”) espantado, ya no dejaba lugar a dudas. Quité el seguro de la "ojos negros" …
En ese momento las pulsaciones debían estar al máximo y el corazón se me salía por la boca. El ruido se oía cada vez más cerca de nosotros, derecho al charco del aceite. Este se encontraba a unos diez metros. Por aquel entonces no había potentes linternas, ni siquiera focos accionados por baterías de 12 v. Era Amadeo el que con una linterna de petaca, de aquellas de acomodador de cine, hacía de iluminador. De ahí la distancia a la que nos encontrábamos del aceite.
El bicho paró tras unos romeros antes de darse a vistas. Le oíamos pero no se veía absolutamente nada. Si hubiera estado así cinco segundos más me hubiera muerto yo antes…pero la atracción del baño desparasitante le pudo más y avanzó los tres metros que le faltaban para llegar. No pude esperar más y le di con el codo a Amadeo, que era la señal previamente convenida para encender. Y encendió , iluminando al gorrino con una mortecina luz amarilla.
Todavía recuerdo la visión instantánea y casi fantasmagórica del aquel macho de unos ochenta kilos. La cercanía, el estado de nervios, la bisoñez y -por qué no decirlo- algo de miedo, me hicieron soltar el tiro prácticamente sin apuntar, tirando al bulto, que era mucho bulto…
Al zambombazo, el bicho salió como un camión, arrollando romeros. Si el primero fue malamente apuntado, el segundo tiro (este sí de bala) fue ya totalmente “de oído” ya que la triste luz se apagó debido a algún mal contacto de la linterna.
Allí nos quedamos a oscuras, con el bicho por allí cerca, pegado, roncando y bufando como un poseso. Yo, a tientas, trataba de recargar, mientras que mi técnico de iluminación daba manotazos a la linterna a ver si así volvía a encenderse.
En unos instantes que se hicieron eternos se volvió a hacer la luz. El animal estaba a poca distancia del tiro. Algún proyectil le había tocado la columna y estaba tronchado, malherido, castañeteando los colmillos y con una expresión que no invitaba al diálogo.
Tuve que rematarlo allí mismo, haciendo caso omiso a Amadeo, que insistía en que no le volviese a tirar “pa no estrozarlo más”….Huelga decir que no hubo fotos del evento ni mensajes de whatsapp, ni nada de todo eso. Lo capamos, lo echamos como pudimos al maletero del cuatro latas y al pueblo…