Yo no me puedo quejar de mis resultados de este verano. Yo me los he buscado. No he matado ni un cochino, y hace años que esto no me pasaba pero, ya digo, yo me lo he buscado.
Ya metidos en Septiembre he tirado mi primer cochino, un machete al que he tenido a tiro… yo qué sé las veces, y lo he fallado. Pegó el jopío al caerle la luz y, ya de culo y a la carrera, le solté un recaíto que no llegó a su destino. Fue curiosa su respuesta. Me confundió y me hizo creer que lo cobraría el día siguiente: Se quedó a quince ó veinte pasos bufando y regañándome. Al tiro apagué la luz y me quedé a la escucha. Se movía dando vueltas y cargando aire. Sabía que no lo vería porque estaba muy tapado por el monte, pero volví a encender varias veces buscándolo entrerramado. Castañeteaba y resoplaba el muy jodío cada vez que encendía la linterna. Pensé que estaría tronchado o con las jamones partidos, porque no se iba. Resoplaba y resoplaba, pero seguía allí. Me quité los zapatos y me retiré calladito.
Al día siguiente, con la perra y la compañía del guarda, no vimos (porque no había) ni una gotita, ni un revolcadero, ni nada de nada. No lo había tocado. ¡Qué cosas nos pasan!
Los zorros, en estos últimos meses, se han comido algo así como una docena de gallinas, media de ocas y algún pavo más. Ni que decir tiene que han pagado cara su osadía.
Pero lo más bonito que me ha pasado –que he presenciado- es lo que ahora os cuento:
Me caía ya del catrecillo. Serían las dos y media y andaba dando cabezazos, pero todavía con buen ánimo, cuando algo casi me tira al suelo. El sobresalto fue tremendo: alguien le había pisado el rabo al gato (me pareció). ¡¡MAAAAAAAAU!!. Me recompuse un poco, encaré el rifle y pegué el linternazo. Tenía ante mí los dos bichos más silenciosos y mejores cazadores que hay en nuestras sierras: el búho y el gato montés. Era un gatillo de este año, cachorrillo, pero ya capaz. Estaba a ocho o diez pasos aprisionado contra el suelo, panza arriba y bajo las garras del búho que, con sus alas entreabiertas y pegadas al suelo, me miraba entre picotazo y picotazo. El pobre gatillo entregó la cuchara en aquel mismo instante. No tuvo opción. El gran búho se comió los sesos a picotazos, levantó el vuelo en dirección a mí, giró su cola y se alejó con el gato en sus garras alumbrado por mi pobre linterna mientras se alejaba en busca de su mundo, a la oscuridad. Me dejó boquiabierto, con el corazón dando saltos, tentándome la ropa.
No lo olvidaré en mi vida.
Edito para darte la enhorabuena,
Juanfran, por tu cochino, coña, que con el entusiasmo que me provoca el recuerdo del lance, se me había pasado.