El año pasado me escapé unos días al pueblo y me organicé una esperita rápida.
Elegí una pequeña baña que aún no se había secado y estaba bastante tomada. Estuve un par de días estudiándola por las mañanas, y mirando los alrededores para recopilar información y trazar una estrategia.
Una tarde de aquellas se metió el aire de poniente muy suave, y al menos en esa zona, eso significa que el aire se calmará del todo al anochecer.
Cogí el arco y me marché a la baña aún con mucho sol.
Una pepa me sorprendió cuando estaba llegando, y salió como un rayo a meterse al monte.
Me senté a unos 20 metros de la baña, por la parte de abajo de la cañada, buscando que el aire me diera de cara. A mis espaldas estaba bastante despejado de monte, y con suerte los animales buscarían el resguardo de la maleza y no me darían la vuelta.
Con el sol puesto, pero con luz aún, me entraron cuatro rayones y la marrana. Yo, casi ni los había oído llegar, y me quedé quieto como una estatua. No tenía intención de tirarles, así que ni me moví de como me pilló, ahí medio doblado con la pierna dormida...
Los estuve viendo bañarse y aparte de deleitarme con su presencia, me sirvió para asegurarme que no daba aire. Luego se marcharon a seguir con sus tareas de jabalí.
La noche cerró del todo, y los grillos entonaban con brío. Un par de autillos se oían a lo lejos. Y en aquella serenidad y sosiego andaba yo meditando sobre las cosas de la vida cuando sentí un pequeño chasquido, ya cerca de la baña. Pues se conoce que con la humedad de la zona el pasto estaba verde y casi no hacían ruido al pisar.
Me preparé lentamente, me arrodillé y encaré el arco sin abrirlo. Vi entonces renegrear al guarro frente al agua, quieto y silencioso, medio tapado por una mata de escaramujos. "Este ya se baña sin dar ningún rodeo" me dije, quizás por el temor a que le diera por buscar los aires y me sacara. Parecía un buen bicho.
Conque ya lo veo que se mete en el barro y empieza a hacer carambolas, así como jugueteando. Abro el arco, enciendo la linterna y me aparece el animal de culo. Como el guarro ni se percató, (luz roja muy tenue) esperé a que me diera mejor tiro. Y ya se giró un poco y le apunté a la cruz del cuello y le tiré.
Salió como una centella cuesta arriba, pero enseguida lo escuché pararse y quejarse. "Ea, pues mañana toca madrugar" me dije en voz baja. Aún aguanté media hora más para ver si lo oía, y los escuché una par de veces removerse, ya un poco más lejos. Iba bien tocado.
Llegué sin sol, pero con luz de sobra y enseguida vi el primer reguerón de sangre. La iba echando como a borbotones, y en abundancia. ¡Buena señal! Pronto di con él, que pese a ir con la flecha en el cuello, tuvo fuerzas para subir muchos metros de monte hasta que no pudo más.
Me alegré muchísimo, y justo entonces se dejaban ver los primeros rayos de sol. Aproveché y me senté junto al animal, y vi cómo salía el sol. Disfruté unos minutos de la frescura y el olor del amanecer en la sierra, y del buen sabor de boca por el lance vivido.
¡Esos momentos no tienen precio!La flecha la partió a mitad de camino, dejándose la punta dentro, pero se la coloqué para la foto.