UN MEDALLA EN LA TORMENTA------
Fuertes rachas de aire gallego traen húmedos presagios de tormenta. La encina dobla sumisa las ramas altas, enseñando al cielo las sayas blanquecinas de sus hojas vueltas. Arriba la luna a punto de llenar, asoma la carota blanca `por detrás del collao , su blancura de leche se enfrenta a todo un regimiento de nubes oscuras y nieblas pegajosas que avanzan amenazadoras como ejército maligno ,dispuesto a ganar la gran batalla de la noche. El silencio oscuro y húmedo pone manto de algodón al campo. Calla el mochuelo , se cobija dentro del hueco del chaparro y sus ojos de eterno susto se fijan sin ver, en el negro revuelo de nubes que se acercan.
La figura pequeña y encogida está inmóvil , resguardada entre el tronco de un chaparrete esperando a los cochinos que todas las noches acuden a restregarse en la gran charca embarrada , con abundantes pozas que marcan los cuerpos de los gorrinos al entrar en el lodo, dejando nítidamente dibujado el alambrado de sus cerdas.
Mira con preocupación al cielo que va oscureciéndose paulatinamente.
La ilusión concentrada durante días, la esperanza de una espera apasionante se está diluyendo como terrón de azúcar. No vale para nada el cansancio del largo viaje en la moto Ducati con el carrillo enganchado atrás. Después la dura caminata desde el pueblo de Fontanarejo hasta la baña, casi ocho kilómetros, cargado con el gran morral, la pesada manta, el arma al hombro con la funda, andando deprisa pues la hora se acerca y hay que apurar para llegar con luz al puesto.
Pasa el tiempo y la noche se va echando encima, el sudor de la caminata se está enfriando,
y deja en la espalda, el pecho y los riñones una desagradable sensación de frío helador que acobarda . Cierra los ojos y tiene todavía dentro la interminable cinta de la carretera, de tierra y cantos sueltos, de baches que mueven la moto con un fuerte cabeceo de saltos con el carrillo atrás, que son martirio continuo para las manos y muñecas al intentar sujetar el manillar que tira para todos lados. El polvo, ese maldito polvo rojo de Castilla que cubre y mancha todo, que se cuela por las rendijas más pequeñas. La espalda le duele y nota alivio al recostarse contra el tronco que tiene detrás. Mira con insistencia a la baña que sigue desierta. Fuertes golpes de viento en varias direcciones ayudan a que la desesperación sorda se apodere del esperero que aunque tarde y sin remedio, se convence de que esa no será su noche. Pero no hay más que esperar y aguantar los acontecimientos como buenamente vengan.
En su cabeza siguen dando vueltas las palabras del amigo Eusebio, cuando por la centralita del pueblo le dijo: “vente ya mismo, en la baña del Madroño está entrando un guarraco de los de “ yema huevo”. Las neuronas explotaron todas a la vez y
allí estaba él, como un tonto, temblando con una tiritona de frío, en medio de la noche oscura como boca de lobo, con un viento de ruleta que hacía presagiar una espera con tormenta. Pero lo peor estaba por venir, las pilas de petaca que acaba de sacar del voluminoso morral para acoplarlas a la escopeta, están ardiendo, casi le queman las manos al cogerlas Lo que quiere decir que durante el viaje han hecho mal contacto y se están gastando. Mejor dicho, están gastadas totalmente, pues cuando las acopla al cañón de la escopeta y pulsa el alambre de contacto, el faro despide un ligero hilito anaranjado de luz que poco a poco se debilita hasta desaparecer.
Entonces la desesperación le come el cuerpo, se recuesta en el tronco del chaparro y queda aplanado. Con el escopetón entre las manos y vacío de mente pasan las horas. No puede saber cuantas, no oye nada, no siente “ni rabo” a su alrededor. La tormenta se ha hecho dueña de la oscuridad y ha matado la luna que asoma a ratos débilmente entre los nubarrones negros.
El latigazo vívido de un rayo despierta la noche, y para más alegría un ligero susurro del monte indica que empieza a llover suavemente. Encaja bien el sombrero , se acurruca lo mejor que puede y a aguantar el chaparrón, como se dice en estos casos. La lluvia con el aire mezclada, moja su cara y las manos. La escopeta está empapada y de vez en cuando la pasa el borde de la manta para secarla un poco. Empieza a notar el peso que ésta está cogiendo con el agua y siente que poco a poco se está humedeciendo.
Los truenos como gigantesco tambores redoblan en el vacío negro de la noche, en el campo son impresionantes. Nos hacen sentir aún más pequeños, más frágiles….
Mira a la baña y con la luz de un rayo la ve nítida, el barro brilla de forma extraña, gotas de agua forman collares de perlas que paraliza en suspensión la luz intensa de las chispas. Cierra los ojos con resignación del que sabe que lo tiene todo perdido.
Lo único que cabe hacer es esperar a que amaine la tormenta, y con mucho cuidado deshacer los ocho kilómetros hasta el pueblo y allí acurrucado entre las mantas de la modesta habitación de la casa de Eusebio, tratar de descansar lo poco que quede de la noche.
Pero el agua y los truenos no dejan de descargar su ira. Mueve los dedos de los pies y nota el chapoteo del agua dentro de las Chirucas , estas botas no valen para estas situaciones, y en realidad no venía preparado para este tormentón, pues de saberlo se hubiera quedado en casita, y al pensar esto, un escalofrío de ansiedad le corre por el cuerpo. Maldice una y mil veces al tonto ,burraco, payaso estúpido que está allí sentado con el agua hasta las narices, sin poder verse ni las manos, tiritando de frío y completamente solo en ocho kilómetros a la redonda.
Poco a poco nota que el ruido del trueno y el fulgor del rayo se van separando en el tiempo, los tambores se alejan muy lentamente, sabe que la tormenta se marcha, el siseo de la lluvia apenas es perceptible . Está escampando…..
De pronto, a la luz intensa de un rayo cree ver como una sombra inmóvil , está seguro que antes no estaba allí, es negra y se alarga sobre el barro de la baña. Las manos aferran febrilmente la escopeta, la aprieta contra la cara y nota el frío del acero mojado, en las mejillas. Quita el seguro con precipitación, tiene el arma encarada con fuerza pues sabe que la sombra que ha visto es la del guarro, y suplica interiormente que esa maldita tormenta le mande aunque sea la última luz de esperanza que durante toda la noche le ha negado. Pega la cara a la culata y espera con la boca abierta para no asfixiarse de la emoción, esa luz fantasmagórica del rayo, que hasta ahora había maldecido una y mil veces.
El fogonazo de luz blanca le sorprende de nuevo , sin darle tiempo a nada, pero en su retina y en el cerebro ha quedado impreso por unas milésimas de segundo ese corpachón
blanquecino y abrasado `por la luz cegadora del rayo. Instintivamente encara en esa dirección y espera. El nuevo chispazo no le pilla desprevenido, de forma que la luz anaranjada de la escopeta hace doblete con el resplandor blanquísimo de la chispa, el ruido del trueno llega bastante más tarde que el del disparo.
Se produce un silencio sobrecogedor, parece que la tormenta se ha asustado y escucha temerosa con atención. No vuelven a sonar más truenos ni se ve ningún rayo, el silencio es absoluto. Con la boca abierta para oír mejor, el esperero intenta captar algún indicio del lance. Le tiemblan las piernas y el corazón pide paso como una locomotora que se sale del pecho.
Reza en su interior para que la maldita tormenta le mande un poco de luz que no encuentra por ningún lado. Se sale del puesto y con la escopeta semiencarada queda petrificado ante esa oscuridad y silencio impenetrables , las ráfagas de helado viento enfrían la cara, y cree percibir en ellas un ligero tufo de jabalí.
De repente le parece escuchar procedente de la baña unos suspiros profundos , prolongados y un suave chapoteo en el barro ,oye restregar la enorme cabezota sobre el agua del charco. Lo que suponen la felicidad completa del hombre que hacía unos minutos renegaba de la noche, de las esperas, de los guarros. de la lluvia….y de tantas cosas.
Eran las cuatro de la madrugada cuando la luna triunfadora de la noche derrotaba a la tormenta y asomaba, aunque ya muy bajera, iluminando la inmóvil sombra negra, grande y alargada del viejo guarro. En lo alto de la paleta, un oscuro agujero donde la muerte cuece pompas de sangre caliente de un jabalí que murió porque no era su día, y se encontró con un lunático que no estaba esa noche en el sitio que quería estar.
El guarro se homologó el año 1961-con 34•55 puntos, dió medalla de bronce.