Buenas a todos,
Antes de nada, decir que soy nuevo en el foro (ayer me presenté en el apartado de "Presentaciones"), con poca experiencia en lo relativo a las esperas (aunque estoy volviendo a la buena senda), habiéndome decantado más por los recechos de corzos y la caza menor hasta el momento. No obstante, en mis inicios en la caza hará unos 15 años, mi padre, que es un ávido esperista, me llevó con él en algunas esperas y me gustaría narraros mi primera experiencia que recientemente vino a mi memoria al pasar cerca del lugar de los hechos. Espero poder ofreceros material "fresco" de mi retomado camino de las esperas más pronto que tarde pero mientras tanto os dejo este relato siendo la primera vez que publico uno.
Era un viernes de finales junio, acababa de terminar el curso escolar y me disponía a pasar un verano maravilloso con la ilusión (y tontería) de mis buenos 16 años. Estaba pensando en bajar a la playa con los amigos mientras comía cuando las palabras de mi padre me sacaron de mis pensamientos: “Voy a subir al coto este fin de semana, ¿vienes?”. La expresión de mi cara ya era una respuesta clara, ni playa ni gaitas, ¡al monte!
Preparé la maleta en un santiamén y la cargué al coche. No llevaba arma alguna ya que pese a tener licencia y permiso de armas (de menores), mi única arma era la vieja paralela del abuelo, siendo junio y estar vedada la caza menor iba de puro acompañante, y tan feliz. Cuando vi que mi padre cogía, además de su rifle, su antigua repetidora Beretta, le miré extrañado a lo que respondió con un guiño y una media sonrisa. Observé como cogía un punado de cartuchos de bala, una linterna Cegasa azul (de las que te regalaban al comprar pilas) y unas gomas negras y metía todo en el coche con el resto de trastos.
Llegamos al monte y aparcó el coche en una vaguada oculta entre dos fincas de trigo. Mi padre me indico que dejaba las llaves escondidas en la rueda por si me aburría y me quería volver al coche. ¿Cómo? ¿Qué iba a estar sólo? Me tranquilizó diciendo que estaríamos a uno 50 menos el uno del otro, cada uno esperando en una finca distinta (mirando en dirección opuesta, y separados por una pequeña loma) y que si quería me podía volver al coche cuando quisiera. Había un pequeño montículo a unos 10 metros de la orilla del trigal desde donde se dominaba el mismo a la perfección. Colocamos una pequeña silla de tres patas, sacó la repetidora de la funda y colocó con las gomas la linterna Cegasa en el guardamanos. Me dio 3 cartuchos de bala de cartón, de la marcha Fiochi M.B, amarillos con el dibujo de un tigre (entonces me parecieron la bomba, pero tenían más años que matusalén).
Era una finca de trigo cuadrada de unos 100 metros de ancho y largo. Desde el puesto tenía la finca debajo y por mi derecha bajaba una ladera de monte bastante limpia con una alambrada de espino que la cruzaba. Mi padre me indicó que los jabalíes bajaban por la ladera a comer al trigal, pero que tuviera cuidado, si oía muchos animales juntos era una hembra con crías y no debía tirar. Si venía un animal sólo podía tirar. Se marchó deseándome suerte y diciendo que vendría a recogerme si no decidía irme antes al coche, cosa que no pensaba hacer ni loco). Cargué el arma puse el seguro y me senté a esperar la noche.
Una media hora después de anochecer, de noche cerrada (no había nada de luna), escuché movimiento en la ladera y al poco tiempo oí el sonido del alambre de espino al pasar un animal “Triiin” y luego otro y otro y otro… Pensé para mis adentros “son muchos, no hay que tirar” así que me quede quieto en silencio mientras entraban por mi derecha a unos 80 metros dentro del trigal y se ponían a comer alegremente. No hace falta decir, que temblaba de los pies a la cabeza, era la primera vez que escuchaba los jabalíes estando solo en el monte, esa sensación no se olvida.
Llevaba unos 20 minutos escuchando sus carreras y gruñidos, mientras se alejaban poco a poco hacia la mano izquierda del trigal, cada vez más lejos de mi posición, cuando de repente volví a escuchar en la ladera el sonido de la alambrada “Triiiiin”, una vez…y silencio. Me recorrió un escalofrío la columna de abajo arriba. Si antes estaba nervioso ahora era un flan. Un animal solo, era mi turno. Le escuche entrar en el trigo, tomándose su tiempo, a unos 50-60 metros delante de mí y empezar a comer. Masticaba y callaba, no se le oía apenas. Me armé de valor, poniéndome en pie en silencio, apunte hacia donde le oía y encendí la linterna.
Esperaba ver una silueta, un jabalí de cuerpo entero (ignorancia del principiante, el trigo estaba alto), cuál fue mi sorpresa al ver solamente dos puntos brillantes y las orejas. Me dije a mi mismo, bueno, ¡pues a los ojos! (valga decir que a día de hoy no cometería semejante burrada). El disparo resonó como un cañonazo en el valle. Sólo escuchaba el ruido de animales corriendo en el trigo, pero no veía nada más que trigo delante de mío. Oí como la piara se alejaba hacia el otro extremo del trigo, pero escuchaba un animal cada vez más cerca y vi horrorizado como se movía el trigo directo hacia mi posición. Seguía apuntando pero sólo podía ver el trigo moverse cada vez más cerca y no podía disparar. Cuando finalmente salió delante de mí a unos 10 metros le tiré a bocajarro. Mientras aún le apuntaba vi como el animal caía y acto seguido se levantaba penosamente y comenzaba a caminar, pero no en mi dirección sino paralelo a mi y dando tumbos. Como pude me recompuse, apunté a la paleta y disparé el último cartucho, muriendo el jabalí al instante.
Temblaba de emoción y miedo (¡estaba sólo y sin munición!) cuando llegó mi padre a los dos minutos de tirar. Me dijo que apagara la linterna, que me estaba viendo todo el valle (ni se me había ocurrido hacerlo), me empezó a decir que ya me había dejado claro que no tirara al grupo, que había armado un buen tiroteo. No pude ni hablar, solamente le señalé el jabalí que yacía unos 15 metros panza arriba. Entonces le cambió la cara, me felicitó y fuimos a verlo. Era un hermoso navajero (joven, con colmillos bastante largos y finos) que pesó unos 85 kilos en la báscula. El primer tiro lo tenía en el cuello quedando la bala contra la columna, el segundo le entro en la base de la mandíbula (increíblemente sin dañar los colmillos) atravesándolo hasta el estómago y el tiro final de la paleta.
Posteriormente he cobrado algún otro jabalí de espera y en batida, tanto con escopeta como con rifle, pero el primero, siempre será el primero (y además el de mejor boca hasta la fecha). Fue un momento indescriptible de emociones encontradas, y el poder compartirlo con mi padre es algo que jamás olvidaré.
Espero no haberme excedido y al menos haber entretenido una mínima parte de lo que vuestros relatos me entretienen a mí.
Un abrazo,
Basurde.