Os voy a contar el relato de mi primer lance con un arma que iguala algo más las condiciones entre el hombre y el animal, entre el cazador y la presa. Ahora soy cazador de arco y flecha.
Mis comienzos en la caza mayor fueron con arma de fuego. Ahora, ya después de un par de décadas de esos comienzos me ha picado la curiosidad por la caza con arco del jabalí en espera, sobre todo porque la idea de enfrentarme a este animal de una manera más cercana, casi cuerpo a cuerpo, hace que solo de pensarlo se me aceleren las pulsaciones.
En el coto los jabalíes están a la bellota, y con el terreno blando se pasan la noche buscando con su jeta en la superficie y en la profundidad del mantillo que rodea a las encinas y robles, incluso con las setas, que este año parece que las hubieran sembrado a puños llenos. Por lo tanto, en el comedero no hacen acto de presencia para tomar los parabienes que les ofrezco.
Las tres primeras esperas con el arco las realizo en pasos y bañas, pero aún escuchándoles cerca no consigo encararme con ninguno, no dan la cara.
Ya en enero, el día de marras, quedo con mis compañeros de coto, que todavía no me habían visto con semejante artefacto en las manos, su cara era todo un poema, y su dedo rascaba su cabeza sin que les picase. Pero les dije que prometía una foto de la flecha manchada y el jabalí abatido.
Nos dispusimos a ocupar nuestro puesto, y yo me decidí por ponerme en el comedero, ya que se estaba agotando la comida natural y las heladas mantenían el suelo congelado, duro como una piedra. Había observado que ya venían entrando asiduamente a comer durante las últimas dos semanas, y la decisión estaba tomada, hoy me pongo en el comedero.
El puesto está en un roble grande, desnudo por estas fechas, bien parapetado por delante y por detrás para que mi silueta no se distinga al trasluz desde el comedero, que está a 16 metros.
La oscuridad va haciendo poco a poco acto de presencia, pero con las últimas luces se oyen por la izquierda del comedero sonidos de pisadas, leves pero continuos, se dirigen hacia la zona de tiro, y no sé muy bien que hacer, pues todavía hay suficiente luz como para que me vean. Antes de que pueda prepararme aparece en escena un corzo con la cuerna ya casi formada, un buen bicho para cuando le toque. Viene la corza detrás, y para mi sorpresa un venado vareto a continuación. Decido entrenar movimientos y tensar el arco para probar sensaciones, cojo el arco y no puedo, sentado en la silla y forrado de capas, con el mono térmico puesto no me deja extender los brazos con la fuerza necesaria, intento un par de veces más… y pafff salen como balas del sitio, me han visto. Normal, un señor en un árbol haciendo aspavientos con una cosa en las manos…
Ya se ha hecho de noche, y hoy es uno de esos días donde hay que echarle valor para estar en el puesto, frio polar, el viento de cara pero gélido, y además me quito la parte superior del mono para poder tensar. Todo esto me hace pensar en desistir por hoy, pero hay predicciones de temporal de nieve y hay que aprovechar antes de que venga Filomena.
Ya son las 9:30 y cada vez se hace más difícil estar en el puesto, los pies me están pidiendo algo, creo que es sopa y cama, pero oigo rumores en el monte, tan cerca que oigo crujir de maíz y alguna piedrecilla, por el monocular veo un tejón que viene con hambre. Pero a los 5 minutos oigo más a la derecha una piedra que por el ruido que hace me hace pensar que no puede haber sido el tejón, era una piedra grande. Enseguida oigo la respiración inequívoca del cochino, no le he escuchado llegar y el corazón se me dispara, ya no pienso en el frío, solo pienso en controlar la respiración acelerada que me puede delatar en cualquier momento. El jabalí empieza a comer en el cebadero y me preparo, las ganas de culminar el lance son enormes, estoy a pocos metros del bicho con un arco y una flecha. Estas sensaciones no las había vivido antes, no son comparables con nada anterior.
Algo pasa, el bicho desconfía y se sale del comedero dando una espantada, pero se para en una zona poco densa a mi derecha, le oigo coger aire. Decido tensar y alumbrar, no le veo, apago y vuelvo a escuchar. Está en el mismo sitio, le oigo perfectamente y alumbro. Detrás de una jara se le ve la cabeza por la derecha y los cuartos traseros por la izquierda, está muy cerca, y no sé si por que el frío me afectó a la sesera o por las ganas de culminar el lance decido tirar, ¿iba a ser un obstáculo esa jara a mi flechazo? No, mi flecha no la detiene nada, es pesada y poderosa, o eso pensé en ese decisivo momento. Cuadro el pin en la jara, donde mis entendederas me decían que estaba la zona buena y fflap, suelto.
Veo la flecha como se dirige donde yo quería, pero el sonido al impactar no me dice nada, no se donde he dado. A continuación escucho al cochino, se le oye perfectamente por donde va, con paso constante y recto, para, anda y le voy perdiendo. Se me vienen todas las dudas del mundo en ese momento, pero creo que le he pegado.
A la media hora decido bajarme, ya son las 10 y mis compañeros me escriben para quitarnos. Voy al tiro y ahí está la flecha, clavada en el suelo y está manchada de sangre, es rosada sobre la pluma blanca, huelo y no huele a tripa. Pienso que el tiro ha sido bueno ya que a pocos metros veo gotas de sangre. Mañana vendré a pistearlo, pensé convencido de que todo iba de perlas, que a la mañana siguiente vendría y sería todo coser y cantar, que el cochino estaba herido de muerte y no tardaría en dar con él, mi primer cochino con el arco.
Al día siguiente todo fue decepción y frustración, el rastro de sangre aunque empezaba con gotas y salpicaduras importantes, cada vez iba a menos hasta que las pequeñas chispitas se fueron espaciando cada vez más. Seguí el rastro durante unos 150 metros hasta que se cortó definitivamente. ¿Acaso esa jara me había hecho no acertar en la zona buena? Pues claro figura, pues claro…
A mis compañeros solo les pude ofrecer la mitad de lo prometido, la foto de la flecha…