Hacía ya tiempo que tenía ganas de iniciarme en esta disciplina. Mi padre, un gran esperista, siempre me había dicho que hay gente que no vale para las esperas, que les da miedo pasar la noche en el campo. Un verano me invitó a ir con él, de secretario. Le habían invitado a una de las fincas del pueblo, en sierramorena. Una dehesa de encinas, muy típica de esa zona, con mucho venado, muflón, gamos y algún guarro, muy difíciles de ver en monterías. Hacía tanto viento esa tarde que a punto estuvimos de no ir, pero como venían unos cordobeses de propio, el guarda decidió seguir con los planes y a las 20h ya estábamos camino al puesto. Por fin llegamos al puesto, tres palet's en U en un pequeño alto atados a una encina y a unos 50 metros el comedero. Hera final de agosto, llevaban haciendo esperas desde junio, y solo habían matado primales y alguna marrana por equivocación. Pronto empezó a caer la noche. Los venados empezaron a pasar por delante, de camino a una fuente que teníamos a unos 200 metros, a la derecha del comedero. Cuando se dejó de ver, el viento azotando la encina no nos dejaba oír nada. Ya pasada la media noche mi padre me dijo "vámonos, aquí no hacemos nada". Pensé que se había acabado y que esto de las esperas era mas bien aburrido. Me puse a recoger y mi padre me dio un toque en el hombro. ¿Qué haces? Me dijo... Vamos a movernos, aquí no se escucha nada. Cogimos las sillas y nos pusimos a la derecha del puesto, en medio del camino. La noche trascurrió sin más. Ni un ruido, ni mas venados, ni nada. Ya era la 1:30h. El guarda había quedado en recogernos a las dos y el otro puesto había tirado hacía ya un buen rato, por lo que no tardarían en venir. Vimos un destello en la lejanía, ya debían estar de camino, cuando un jadeo se empezó a escuchar acercándose al comedero. Hera un jadeo como el de un perro, un perro grande, muy grande, muy cansado y se estaba acercando. ¿Qué es eso? Pregunté. - No lo sé, calla. Esa contestación me dejó helado. Un hombre como mi padre, con tantas horas de campo, de esperas, sin saber que era lo que se aproximaba a nosotros. ¿Le echo la luz? - No. Déjalo que se valla. No veíamos nada, solo se escuchaba el profundo y fuerte jadeo. Pasó por el comedero sin pararse y parecía que iba hacia el agua. Será un perro perdido, o un lobo, aunque por aquí no hay. -No se. Me volvió a contestar. Vamos a dejarlo, que se marche, no sea que venga y lo tengamos que matar. El jadeo se seguía escuchando, camino del agua, cuando de repente pareció girar a su derecha viniendo hacia nosotros por encima del camino. El jadeo se escuchaba cada ves mas cerca, parecía que lo teníamos encima cuando pudimos ver un bulto en el pasto que venia hacia nosotros. ¡Luz! ¡Luz! ¡Luz! - Me gritaba, mientras se encaraba el rifle. Enfoque al bulto y se paró en seco. ¡Joder! exclamó mientras bajaba el rifle... un jabalí. El marrano empezó a dar vueltas sobre si mismo mientras que yo le decía a mi padre.- ¿Qué haces? Mátalo. ¡Vamos! Que no lo mato, me dijo... Que está herido. ¿Cómo? Pues más razón. ¡Vamos tírale! Finalmente se encaró el rifle y disparó, desplomándose el marrano sobre si mismo. Le he dado en la cabeza, justo detrás de la oreja, me dijo. ¡Que marrano! Exclame. Voy a verlo. No, me dijo. Déjalo. En ese momento las luces del coche del guarda aparecieron por la linde y llego hasta nosotros. Se bajaron del coche y nos preguntaron que tal se había dado. Mi padre le respondió - Ahí tienes tu guarro. ¿Cómo? respondieron asombrados. No tardé en darme cuenta de lo que pasaba. El guarro que habíamos matado lo habían tirado en el otro puesto. A unos 8Km del nuestro. Tenía un tiro bajo, un rasponazo en la panza y la mano del otro lado rota. Los jadeos que oíamos eran del calentón y el dolor que llevaba el bicho encima. Le habían tirado con un 9,3x64 y le habían revolcado, pero salió huyendo, se recorrió la finca de un lado al otro y de una punta a la otra, hasta llegar donde estábamos nosotros para darle una muerte digna. Resultó ser plata y sus colmillos reposarán en alguna tabla colgada en una pared por Córdoba.