Con todos los bártulos en su sitio y el 270 descansando en las piernas, terciado, cerca de las rodillas, me sumo al campo con su rutina diaria. Y pienso, dejando la mente abierta a lo que mis ojos capten. Y captan mucho, detalles que no nos ponemos a observar cuando el trajín de la caza se vuelve más bullicioso en monterías y cazas a guerra galana con la cuadrilla. Miro las hormigas en su deambular, miro al alacrán que comienza su caza nocturna con su aguijón dispuesto a la picada. Los pájaros diurnos preparan su reposo cediendo el testigo a sus parientes de la noche. Se acuestan perdices, torcaces, mirlos y calandrias... Se levanta el chotacabras pardo, el cárabo, el búho real y demás parentela, discretas aves como discreta es la noche, su morada. Es la hora de los jabalíes, pienso. Al igual que se que la espera no es para pensar en problemas, en asfalto y en prisas arropadas por ladrillos y hormigones fríos de ciudad gélida y desamparada. Ahora no, no es el momento de pensar en frivolidades urbanas que puedan arrebatarnos la ilusión del aguardo, pues hoy puede ser la noche que aparezca el animal de mi vida, el que sueño, el que espero, el elegido... La luna ilumina el monte bailando entre las encinas y me acuerdo, para eso si hay tiempo, de los compadres desaparecidos queriendo pensar que en cada estrella del firmamento está la presencia de ellos, que nos observan esperándonos para volver a juntarnos algún día y para siempre en la noche que lo cubrirá todo. Pero no siento pena aunque si nostalgia de tiempos pasados que no volverán. Escucho y miro y vuelvo a oír lo que antes oyeron otros, el sonido cabal del campo de noche. Pasan las horas y él no viene, no quiere venir, no acude a la cita pues no dio palabra de hacerlo. Y me cuesta romper el embrujo del aguardo, siempre me cuesta, a veces tanto, que me obligo a permanecer en el apostadero hasta la frontera del alba, cuando vuelven los trinos de pájaros alegres por la venida del nuevo día. Ahora si, ahora me levanto, ojeroso, entumecido y feliz por disfrutar lo que sólo disfrutamos los que andamos por la noche embriagados del perfume de la jara y el romero. Mañana volveré, esperarme, dejarme una vez más, al menos, poder ver al sol camino de poniente.