Como lo que se dice se hace, ahí os dejo el relato del estreno del pard, si bien y por razones obvias en el relato al pard le doy uso como monocular nocturno.
SORPRESA EN LA SIERRA
Salir al campo de día en esta época del año en Extremadura es algo penoso y sacrificado, este año ha llovido poquísimo, hace ya más de siete meses que no cae una gota de agua, los campos están agostados, las hojas de las jaras se retuercen sobre si como buscando algo de humedad, las charcas vacías y la temperatura ronda los cuarenta grados casi todos los días, se hace muy difícil seguir rastros de cochinos pues las bañas en las charcas se secaron hace meses, y siembras por estos lares escasean mucho, los únicos rastros se ven en los comederos y no muchos pues la tierra esta reseca y agrietada.
A principios de Junio fui a ver a Jacinto el guarda de la finca, las conversaciones con él son siempre muy instructivas y sabrosas.
-Buenos días Jacinto
- Hombre el señor marques (siempre me llama así) ya vienes a por noticias frescas ehhh
-Nadie mejor que tu sabe cómo está la finca
-Pue este año te vas a divertí, hay cochinos por toos laos, y tengo vistos un par de ellos cojonuos, yo que tu pondría los comeeros p’a la primera casa
-Por ahí tenía pensado empezar porque con estos calores a ver como buscas bañas ni ná
-Bañas ni una ya te lo digo yo
-pues entonces voy para alla, hasta luego Jacinto te tendré informado
-Anda con Dio
Hecha la visita a Jacinto me monté en el vehículo y puse rumbo a la fragosa sierra de la primera casa, el camino lleno de piedras sueltas y salpicado de jaras dificultaba el avance, al fin llegué a una explanada y aparque, el puesto no estaba lejos, al llegar observé una vereda por la cual no hacía mucho tiempo habían pasado los cochinos, estos tienen mucha memoria y aunque hacía meses que no cebaba en esa zona aún se acordaban, eché un poco de grano a la salida del jaral pues no tenía otro sitio donde depositarlo, el puesto no está a más de doce metros, pero otra opción no me quedaba, ya que aquello está muy cerrado y la mancha enorme, llena de jaras entrelazadas con brezos era prácticamente impenetrable.
Después de una semana volví a ver el comedero, me llevé una alegría pues no habían dejado un solo grano, volví a echar y le puse unas piedras pesadas encima, me fui al puesto y le corté ramas que colgaban por todas partes, lo dejé ya preparado y dispuesto, me acerqué de nuevo al comedero y puse una cámara a ver que se movía por allí. A los tres días me volví de nuevo y vi que se habían comido todo, repuse el grano y cambié la tarjeta de la cámara, ya en casa pude ver que entraban muchos guarros, una piara compuesta de cuatro guarros de año una hembra y tres rayones, y al rato otra más numerosa de cuatro hembras y quince rayones, pero ni rastro de macho alguno.
A mediados de Julio y sin dejar de entrar las dos piaras vi por fin un macho, por las fotos le calculé unos tres años aproximadamente, era un guarro bonito, y no fallaba a la comida ningún día, no lo dudé mucho y un par de días más tarde decidí ponerme, miré los aires y soplaban a mi gusto, lo comenté con mi pareja, (Juani), que son mis oídos en las esperas, pero no me podía acompañar pues ese día tenía trabajo-
A las ocho ya me encaminaba al puesto, las piaras entraban muy pronto y me gustaba estar temprano para colocar todo y no hacer el mínimo de ruido, una vez con todo preparado dejé el rifle apoyado en el trípode y me dispuse a esperar, pronto un fuerte aleteo me sacó de mi ensimismamiento, un par de palomas torcaces se posaron al lado del grano, las evoluciones de las palomas me entretuvieron un buen rato, cogían un grano y estiraban el cuello mirando hacia todos lados, son muy esquivas y ariscas, al rato con gran estruendo alzaron el vuelo, un zorro muy nuevo recorría la raya de jaras, ahí estaba la razón por lo que las palomas se espantaron, de pronto maese vulpes se paró, miró en mi dirección y puso pies en polvorosa, el aire que no estaba fijo y revocaba algunas veces hizo que la raposa me sacara, ya no las tenía todas conmigo, al poco rato una bandada de rabilargos cayó sobre el grano como una plaga bíblica, se estaban atracando de maíz, saltando por entre las piedras, pegándose unos con otros, en fin que no paraban, en esas estaban cuando todos quedaron quietos y miraron hacia el mismo lado, salieron en desbandada sin quedar ni uno en el cebadero, agucé el oído pero no conseguía oír lo que oyeron los ruidosos pájaros, pasados unos cinco minutos empecé a escuchar a los cochinos, no eran ni las nueve y media, aún el sol estaba muy alto, por el ruido sin duda era una paira, al momento los tenía en el claro, los cuatro guarros de año entraron rápido al grano, seguidos de los rayones, la hembra tardó unos minutos en dejarse ver, era muy grande unos noventa kilos, se quedó encampanada mirando hacia todos lados, se movía muy nerviosa y no comía absolutamente nada, me miraba sin verme, pero sabía que algo no cuadraba esa tarde en la sierra, de pronto noté una pequeña ráfaga de aire en la nuca, al momento la cochina se encampanó y empezó a bufar, corría de un lado a otro hasta que se tapó, los cochinillos salieron detrás de ella, no dejaba de bufar y patalear dentro de la mancha, al momento pegó una arrancajá y hubo desbandada general, me quedé sólo con mis pensamientos, la noche estaba buena y no venían muchas ráfagas de aire, así decidí esperar un rato más, el cárabo posado muy cerca en un añoso alcornoque me saludaba, aguanté mucho tiempo más pero el macho esa noche no apareció.
Todas las mañanas me acercaba a la finca para echar de comer y ver la tarjeta, que la veíamos Juani y yo en casa con sumo deleite, el macho apareció a los cuatro o cinco días después de que la gran hembra me sacara, llegaban tiempos de vacaciones y el día antes de marchar apareció en la tarjeta de la cámara un guarro cojonudo, mayor que el que entraba habitualmente, el último día antes de marchar para la costa les eché muchísimo de comer, sabía que tendrían para tres días como mucho, pero yo iba a estar fuera una semana, no sabía si el guarro grande aguantaría, había que cruzar los dedos.
Recién llegados de las vacaciones me fui a la finca, al llegar al comedero como me temía había desaparecido todo el grano, pero vi pistas que me indicaban que los cochinos visitaban casi diariamente el cebadero, le eche una cantidad muy generosa de grano y repuse la tarjeta de la cámara por otra nueva, no veía el momento para verla con Juani en casa.
Abrimos el ordenador e insertamos la tarjeta, allí estaba de nuevo el verraco, después de nuestra partida a tierras andaluzas allí volvía de nuevo a aparecer, cuatro días después de nuestra marcha apareció puntual a su cita con el sabroso grano hasta que las piaras y el mismo acabaran con toda la despensa, después de eso algún cochino suelto pero el gran macho no apareció más, todo no estaba perdido, ahora podía cebar y rastrear a diario y posiblemente aún no se habría ido de esta parte de la sierra, estos cochinos viejos aguantan poco en los comederos, pero tenía esperanzas.
A la semana ya estaba de vuelta nuestro viejo amigo, pero ya era más irregular en sus entradas, le daríamos un par de noches más y nos pondríamos a ver qué pasaba, dos noches antes del aguardo entro el señor a las dos y media de la mañana, no entraron mas cochinos esa noche, ya se había encargado él de echar a todos los comensales y quedarse para él solito el cebadero, una noche antes de ponernos ni apareció, así que le dije a mi querida pareja que se fuera preparando para una espera de muchas horas, ella encantada con todo no puso reparo alguno, está visto que a esta mujer le apasionan los aguardos tanto como a mí, no sé que será cuando ella misma abata su primer cochino, aunque me lo estoy imaginando, habrá fiesta por todo lo alto hasta las tantas de la madrugada.
Y llegó el día del aguardo, había poca luna pero me bastaría si conseguíamos tirar al cochino, el visor que uso es muy luminoso y no tendría mucho problema, antes de partir hacia el campo llamé a Jacinto el guarda para comunicarle que esa noche estaría en la finca. No serían aún las ocho cuando nos acomodamos en el puesto, la tarde estaba magnífica y el aire de libro, venía del oeste muy flojito pero fijo, Juani se sentó a mi derecha y con la vara (el palo) a punto para si llegaba el caso avisarme de por donde se movía el cochino, (ella escucha a los cochinos a una enorme distancia, cosa que yo algo durillo ya de oído soy incapaz), varios gorriones aparecieron enseguida en escena para saciar su voraz apetito, en un alcornoque cercano pudimos ver al pico picapinos, mientras una pareja de águilas calzadas sobrevolaban nuestras cabezas, aquello es el paraíso, y la tranquilidad y silencio que hay era inigualable, acostumbrados los oídos al caos urbano de ruidos y demás zarandajas estar allí era lo más cerca que se podía estar del paraíso, los rabilargos, rabuos o mojinos, (que muchos nombres tienen estos pájaros, dependiendo de la Comunidad donde se encuentren) aparecieron en bandada, y como siempre bravucones y peleones, echaron en un momento a todos los gorriones, se adueñaron del cebadero y allí se mantuvieron hasta que las primeras sombras se empezaban a adueñar de la sierra, no serían las nueve cuando Juani me pegó el primer toque de atención, algo había oído en el inmenso jaral, y yo por supuesto nada oía, fue pasando lento el tiempo y siempre pendiente de lo que mi pareja oía y escuchaba, en susurros me contaba lo que pasaba en el campo.
-Ahora se mueve despacio, camina muy lento y se para durante mucho rato, creo que es un macho.
- Cuéntamelo porque yo aún nada oigo, le decía yo, si viene sólo casi seguro que es un macho, y por la forma que se mueve seguramente es nuestro amigo.
Yo la miraba y viendo su cara sabía que estaba disfrutando, los ojos muy abiertos, la cara circunspecta y poniendo sus cinco sentidos en los movimientos del cochino, de pronto oigo una rama crujir al paso del guarro, calculé unos treinta metros, venía como un ratón, tardó todavía un buen rato el llegar a la clara del cebadero, era muy sigiloso, pero la poca luna que había no me dejaba ver bien el cochino y como ese día probaba un monocular nocturno agarré el aparato accioné el botón de encendido y la noche se hizo día, apareció en la pantallita el cochino en todo su esplendor y grandeza, le veía hasta los colmillos, ¡era nuestro cochino!, me di cuenta que me las tenía que entender con nuestro amigo, allí parado se tiro diez minutos, lo dejé que se confiara, dio unos pasos y con el hocico apartó unas piedras y dio el primer bocado al grano, apagué el monocular y aún estuve unos minutos para que el ojo se me adaptara a la oscuridad, el cochino seguía comiendo muy tranquilo, estaba muy confiado pues el aire seguía manteniéndose muy firme, muy despacio apoyé el arma en el trípode y al mirar por el visor la silueta del guarro ya no era tan nítida como en el monocular pero podía disparar con ciertas garantías, el cochino estaba atravesado y comiendo tranquilamente el grano, (que bien se portó el aire esa noche), llevé la cruz debajo de la oreja y deslice el dedo por el gatillo, el guarro cayó a plomo, aunque patalea mucho, por lo que rápidamente deslice otra bala en el monotiro y le dije a Juani que se mantuviera en el puesto no sería la primera que un cochino se levanta por ser sólo un calentón de agujas, llegué a el animal y me sorprendí de lo enorme que era, las fotos de la cámara no le hacían justicia, tenía unos colmillos muy buenos, y el tiro debajo de la oreja, aunque aún tuve que meterle el cuchillo pues daba unos arreones con las patas traseras tremendos, viéndole ya inerte llamé a Juani, cuando lo vio su cara fue un poema, no sabía si llorar, gritar o permanecer callada, me dio muchos abrazos, seguidamente le hicimos unas fotos para inmortalizar el momento, pero los dos solos no íbamos a poder con semejante animal, teníamos que llamar a Jacinto, recogimos todos los pertrechos de caza y nos dispusimos a esperarlo, pronto escuché el ronroneo del coche, venía con refuerzos, le acompañaba su hija Montse, me dio una cuerda me fui de nuevo al puesto y se la pasé por la pata al cochino, intenté tirar de él y me resultó casi imposible moverlo, lo pude arrastrar unos veinte metros, entre los cuatro y muy poco a poco conseguimos llevarlo al coche, en cien metros casi tardamos una hora, era enormemente pesado, al maletero del coche subió con mucho esfuerzo, yo sabía que Juani jamás había pasado por estos menesteres, pero ponía todo su empeño y fuerza en ello.
Una vez en la casa del guarda se peso el cochino, arrojó en la bascula ciento veintiocho kilos, y sus colmillos fueron medalla, aunque esto es lo de menos, el lance junto a mi pareja fue espectacular, y la forma de relatarme los movimientos del cochino ante mi falta de oído, magistral.
CHAPÓ