La escalerilla
Las perdices, como siempre, las llevaba unas decenas de metros por delante. Que tunas son, no se dejan coger así como así. Además con la cantidad de romeros que hay por esta ladera de monte, ni las ves. “La chispa”, en un incesante correteo, iba pegada al suelo, sorteando todos los matojos que se le presentaban delante de su morro. Ella iba oliendo el rastro que dejaban a lo largo del terreno, el suelo estaba caliente y por eso Chispa, corría alocada como si se la llevaran los demonios. Yo iba tan ensimismado, que no me daba cuenta de lo surcada que estaba la tierra húmeda del romeral. Los guarros esa misma noche, al igual que las anteriores, habían elegido la vaguada de tierra mojada, y ensombrecida por la numerosa cantidad de chaparros que existían por aquella zona. Además, esta mancha de monte daba cobertura a otra mancha superior, donde creo, deben tener los encames. Tan solo la delimitan unas decenas de metros de monte, el resto, son siembras. Aquí examinando el terreno, observo como ellos escarban el suelo blando para encontrar lombrices, restos de tubérculos subterráneos, y bellotas, que aunque pequeñas, son su golosina preferida.
El bando de pequeñas “patirrojas”, con un súbito revolar, me asustan sobresaltándome. Repartidas por los espacios de chaparrillos, y escondidas entre los romeros, saltan de su escondite; y lo hacen impetuosamente, tan precipitadamente que casi me da un vuelco el corazón. Con agilidad dirijo el arma en la dirección en la que han volado, y eligiendo la más próxima y a la que el espacio abierto entre dos encinas me permite, la elijo para disparar. Aprieto el gatillo rápido, haciendo que la patirroja vuelque en su revolar; pronto compruebo como “Chispa” ya está tras el rastro del animal...y como si de una suscitada rutina se tratase, ella la cobra, portándola en su boca, para posteriormente dirigirse hacia mi; su impulsivo movimiento de su rabillo me demuestra alegría y agradecimiento; al llegar a mi lado, se sienta, levanta su hocico y me la ofrece. Con suavidad la sustraigo de su paladar, que florido de plumas forran su morro, y ella con movimientos de equilibrista me vuelve a demostrar, una vez más, su fidelidad.
La cojo entre mis manos, la examino, observo su perfecto plumaje, su colorido rojizo intenso, su pico al igual que sus patas, que identifican su intensa genética, y sus espolones determinan supremacía en su sexo. Pues marcando su cola, por debajo de ella, cerca de su raíz, en las plumas coberteras, observo los puntos negros, o “lentejuelas”, inconfundibles signos de ser “ jefe de bando”. Es el tributo que designa el destino al bravo capitán, que defendiendo a su prole, paga con su vida la protección del mismo. Pues pensándolo bien , yo disparé a la que con su furtivo “Piú piú” llamó mas mi atención. Dando valor al lance y respetando su muerte, la guardo cuidadosamente en mi morral, para quedar satisfecho con el cumplimiento del compromiso adquirido con mi esposa; pues las próximas alubias, las tiene que aderezar con exquisita carne. Los invitados de la ocasión, así lo merecen.
Después, relajado, observo detenidamente el lugar, es fantasioso el marco que se describe ante mi, algunos chaparretes, alguna coscoja y el resto, alfombrado de sorteados romeros; todo en pendiente y dirigido hacía una tierra arcillosa, con restos de siembras pasadas. En el mismísimo pelotazo, donde la perdiz impactó con el suelo, se levanta una hermosa encina, quizás la más alta, y la que más cobertura de ramas dispone, realzando además su vista. Es allí donde empieza mi imaginación a discurrir con futuros lances de los jabalís. Pues desde lo alto de dicho árbol, imagino el poder colocar una escalera y divisar todo aquel paraje. Además dos evidentes trochas, la sortean, para después precipitarse hacia la siembra. Antes de llegar a ella , a escasos treinta metros, seis pequeños chaparrillos dejan una plaza de recreo para los guarros. Allí se puede observar como se rascan en sus troncos y hozan en ese espacio ya infecundo.
Al llegar a casa, ya descansado y habiendo asimilado la idea durante el pequeño viaje, empiezo a trabajar en el proyecto. Disponiendo de una vieja escalera en desuso, la recorto a la medida apropiada (unos tres metros y medio); después elijo una tabla de dos metros, lo suficientemente ancha para tolerar mi peso. Y para terminar, elijo una pequeña vara de madera oscura, correspondiente a las que se utilizan para las cortinas, dejándola con una extensión de dos metros. Esta me servirá para poder apoyar el rifle a la hora de disparar. Al día siguiente, por la mañana temprano, cojo el vehículo todo-terreno y me dirijo al lugar; cargando en la caja de la pick-cup, todo el material; eso sí, en el morral he echado trigo y maíz suficiente para abastecer el sitio para varios días.
Dejo pasar unos días y vuelvo al sitio elegido, comprobando como los guarros, siguen con sus intenciones intactas de proseguir tomando aquel precioso y escondido lugar. Es el mes de diciembre, y los celos de las hembras son evidentes. Volviendo para el coche, distingo como existen pequeñas plazas, repletas de pezuñas y restregones en el terreno realizadas por los animales; algún macho anda entre ellas con intenciones manifistas de procrear. Esto hace alimentar evidentemente, mi deseo de esperarlos en el chaparro. Por lo que elijo la tarde con el aire favorable; cosa importante para obtener éxito, pues a pesar de que la altura ciertamente me favorece, hay que tomar todas la precauciones del mundo. Los guarros nos multiplican potencialmente en los sentidos, ellos tienen ventaja ante nuestra calamitosa dotación de olfato y oído. Por lo tanto hay que exprimir nuestro raciocinio para igualarnos lo máximo en condiciones a ellos.
CONTINUARÁ...