Bueno, aquí os escribo este “relato” para compartir con vosotros la última caza que haré este año y que para mí ha sido la más bonita.
Era un buen momento porque me da la impresión que vamos a tener cuarentena general en breve, además de que en el congelador que compartimos el compañero Alfonso (Kodiak) y yo, ya empezaba a hacer falta un poco más de carne.
Durante las últimas semanas, estuve observando cómo andaban funcionando las cosas en un lugar precioso que comprende dos laderas encontradas que forman un torrente vivo en su unión. Un espacio de 1 km por ½ km, aproximadamente de bosque mediterráneo a unos 170 m de altitud, dentro de una gran área montañosa.
Para el día que pude hacer la salida, a principio de este mes de noviembre, había concluido que habían dos bañas visitadas diariamente, separadas 300 m una de la otra.
El charco de barro más alto, queda más expuesto a los vientos, que esa noche, el parte, había previsto Norte. No me convenció por cómo había dejado preparado el puesto allí.
Así que me decidí por el de más abajo, que queda muy cerrado y pensé que el viento me afectaría mucho menos, aún estando orientado mi puesto, de hecho, mal para ese viento. Pensé que me hacía ilusión tener un primer aguardo en esa baña donde nunca antes lo había intentado y así ver qué tal se daban las cosas en aquel punto.
También me acabó de decidir el encontrar hozadas cerca de la baña con barro de esta, alrededor de las hozadas, esparcido durante la misma noche; que parecía indicar que el animal se bañaba y después seguía buscando comida. No que se bañaba de regreso a dormir… A ver si había suerte y veía alguno, temprano.
Así que me fui para allá con el arco y la mochilita caminando despacito.
A las 17:30 ya estaba en mi puesto sobre una horqueta de una encina pequeña, en silencio, a 5 metros del charco. A 50 metros del torrente que sonaba a mi derecha, abajo. Y pensando en que iba a limitar esa primera espera en aquel punto hasta las 21:00. Para hacer la prueba ya estaría bien y así no tendría que tirarme toda la noche hasta el levantamiento del toque de queda. Con mejor viento, quizás sí, pero esa noche no.
La temperatura no bajó de los 10º y el viento se me iba comportando muy bien; apenas se colaba alguna leve brisita muy de vez en cuando que me hubiese podido delatar a algún cochino que entrase en el pequeño claro de unos 10X6 m que tienen alrededor del barro.
Poco a poco se fue poniendo oscuro mientras, con cuidado, acomodé mejor mi posición, ensayé la apertura y esas cosas. Un poco forzado, todo, en ese puesto; no se puede abrir con holgura. Una de las cosas que también me preocupaba era el pulsador que había soldado en sustitución del de plaquitas, original, y que había quitado a un lector viejo de C.D. para computadora. Es muy, muy sensible para que no me afecte al tiro al accionarlo. Pero casi no había podido practicar con él para establecer con qué dedo pulsarlo; o si colocarlo un pelo más arriba o más abajo en la empuñadura…
Tranquilos que ahora viene:
No sé si eran las 18:46 o las 18:56; lo miré pero con la emoción no sé qué vi, jeje… Escuché un ruido claro de un cerdito que venía del torrente al fondo de la ladera, a mi derecha; una ramita que debió partir al pasar. Enseguida me preparé, descolgando y empuñando el arco, apoyándolo sobre mi ingle izquierda. Afiancé con cuidado los pies y cerré el disparador sobre la gaza. Me parecía que tantas cosas podían salir mal que respiré profundo y simplemente, pensé: “Bueno, a ver qué pasa”.
Puede que medio minuto más y ya lo oí subiendo los últimos metros que le quedaban hasta el nivel del charco. Y en seguida salió a la trochita que da al claro, muy pocos metros a mi espalda, donde se detuvo unos segundos.
Empezó a caminar hacia el pie de mi encina. Mientras yo encendí la lucecita del visor. Y lo escucho como, debajo de mí, se pone a oler ruidosamente. Ahí, yo ya estaba sintiendo el ácido… Pensé: “Aquí es donde me descubre. Si le llega algo de esa brisilla que tiende a venir del Norte o el olor de mis pasos al pié del árbol, me pueden joder”…
Pero en ese momento la suerte estuvo de mi parte y se vino, sin avisar, una ráfaga hermosa de viento del Sur-Oeste, moviendo las hojas y ramas y haciendo desistir al cochino de estar oliendo cosas sin importancia.
Sin entretenerse más, continuó caminando hacia el charco mientras yo, de una vez, abría el arco con la ventaja de poder percibir muy tenuemente su silueta negra en movimiento.
Lo vi torcer a la derecha, dándome su flanco, cuando yo ya estaba anclado para el tiro. Rocé el pulsador y vi que sí. Así que encendí la luz con más decisión, con intención de tirar ya.
Era un macho adulto pero de poco tamaño que en ese instante doblaba sus patas para tomarse un respiro y disfrutar de su paz, postradito, a un metro del charco.
Estaba en una perpendicular casi perfecta; con la cabeza un poquito más alejada de mí que el culo.
Cuando, en el acto de postrarse, su panza tocó el suelo y creí escucharle un suspiro de relajación (a pesar de tener la cabeza alta, supongo que por la luz). Y aunque mi fuero interno empezaba a tejer sentimientos amistosos hacia aquel cochinito, la flecha ya estaba volando.
Un poco hacia atrás del codillo y apuntando algo más abajo de lo que me pedía el ángulo con la horizontal por corregir la poca caída que tendría el proyectil a sólo 4 metros del blanco.
La verdad es que no sé si fue con el dedo anular o el medio con el que acabé pulsando la luz; la cosa ameritaba ser rápida y el cuerpo se puso en automático, jeje.
En la oscuridad, el animal salió como en un trote, hacia adelante para quebrar a la izquierda a los pocos metros e internarse, cuesta arriba, en lo espeso.
Lo escuché romper aquí y allí. Y después de algo así como un minuto lo volví a escuchar moverse en el mismo sitio que la última vez, a una distancia cercana. Eso me gustó y decidí quedarme en silencio una hora, antes de bajar a ver el tiro. Ya no escuché movimiento alguno más.
La hora se hizo larga mientras alumbraba para ver si se veía algo por la baña y repasaba lo que había sucedido. La flecha no se veía por ningún lado.
Al bajar, comprobé que no estaba. Pero vi con alegría el principio de un rastro de sangre. Así que con todo el sigilo que pude, a eso de las 20:00, enfilé para la casa.
Avisé a mi amigo Alfonso, que quedó en acompañarme por la mañana y que estuvo ahí, como un clavo, a las 8 en punto.
El rastro era bueno y la parte de atrás de la flecha apareció a los 15 metros (la punta no la encontré). Seguimos avanzando unos 50 metros más y cuando yo ya me estaba desesperando, Alfonso me señaló con el dedo, sonriendo y diciendo: “Mira lo que hay ahí”, a un bulto peludo unos metros más arriba de donde yo esperaba que continuase el rastro.
Ahí, unos abrazotes y mucha alegría. Gracias al jabalí, al bosque, al viento, al torrente, a Alfonso… a todo, jajaja. Muy bonita caza.
El zorro se le había comido una oreja y metió la cabeza por el agujero zampándose todo el lado derecho del cuello; que tío.
Lo destripamos y arrastramos para arriba un trecho bien largo, para sacarlo de ahí y pelarlo. Ya está congelado y nosotros esperando saber qué opina el veterinario.
Pudimos comprobar que el tiro fue bueno, atravesando los dos pulmones. Pero el animal huyó hacia arriba. Y caminó 65 metros. Estaba fuerte.
Bueno, espero que os haya gustado. Gracias por tomaros el tiempo de leerlo.
Cuidaos todos. Y mucha suerte en vuestras salidas.
Esta es la baña y el claro. El cochino huyó hacia el fondo de la imagen después del tiro y después subió por la izquierda.
La encina es la pequeña que queda a la derecha del todo. Ahí estaba yo, sobre la horqueta de arriba. El torrente queda detrás; bajando, a 50 metros.
Una vista desde la encina.
Entrada de la flecha.
Salida de la flecha.
Heridas en los pulmones.