Esperas al Jabalí


Ilusiones renovadas

Autor Tema: Ilusiones renovadas  (Leído 3420 veces)

Desconectado PateaMontes

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Ilusiones renovadas
« en: Noviembre 08, 2023, 02:12:24 pm »
Son las 05:08h de un día de noviembre cualquiera, contra los cristales impactan esas gotas de agua racheadas por el viento y un ligero tintineo no para de sonar. Recuerda esa hora y otra también de madrugada muy marcadas en su ser, esas cuya explicación solo el conoce y que hace que sean muchos días en los que cuando las manillas las marcan, despierte.
 Abre los ojos buscando ese resquicio de luz que le ayude a orientarse en una oscuridad poco cotidiana, escuchando el sonido de la lluvia y el viento, mientras su cabeza empieza a divagar y a trazar algún tipo de plan como tantos otros días de lluvia pasados.
A tientas palpa toda la superficie de una rudimentaria e improvisada mesita de noche buscando ese artilugio sin el que ahora sabríamos vivir, pero que del que él intenta siempre que puede despojarse. Ningún mensaje que atender, escribe a la familia para comunicar que todo está bien y el móvil cae a la curtida mochila de cuero.
Mientras se incorpora y antes de poner los pies en el suelo su nuevo compañero juguetea con los dedos de sus pies al compás de un alegre movimiento de cola, eso a la par que le fastidia, le dibuja una sonrisa en la cara. Se levanta, acaricia a su compañero y se acerca hacia la chimenea humeante tras haberse consumido el último palo arrojado la anterior noche, antes de acostarse.
Atiza nuevamente la lumbre, como dicen en su pueblo, se prepara un café y mientras se lo toma iluminado por la luz del fuego sabe lo que el día, climatológicamente hablando, le va a deparar. Se ha tomado dos días para él, solo y con su perro en el campo y tras haber perdido la primera tarde-noche por la lluvia, no va a permitir que las inclemencias le anclen en esa casita de campo un día más. Se justifica y anima diciéndose a si mismo que está aquí por el “paticorto”, ese cachorro alargado que con tanta ilusión le ha regalado su familia y aunque él, de cara a la galería lo ha recibido como un compromiso, le ilusiona más que a un niño jugar con su nuevo juguete un 6 de enero.
Antes de comenzar con la liturgia de la preparación del equipo, recuerda lo que lleva hecho con su nuevo compañero, juegos con pieles, rastros artificiales, paseos por el campo y ciudad, pero nunca una espera o rececho. El cachorro está bien socializado, va aprendiendo a respetar animales y ganado, pero nunca se ha enfrentado a una situación de caza real y este fin de semana va a ser la primera.
Coloca su rozado rifle en la mesa junto con el resto de archiperres y como si le entendiese le dice: - ¡Hoy nos mojamos socio! se viste, se calza las botas, atrailla a su nuevo compañero, coge todos los trastos y como si se marchase de casa para un mes, se va hacia la puerta. Mientras se aprieta el sombrero inspira hondo y así mismo se dice: -¡al monte!
La mañana no está del todo mala, ese “chirimiri” o “mojabobos” que al final cala pero que disimula el caminar por el campo tiene que aprovecharlo, en cada encina frondosa que encuentra se para, escudriña cada palmo de terreno mientras su tembloroso compañero le mira como diciendo: ¿Qué hace este tío parándose continuamente y mojándonos? El cachorro de momento no lo sabe, pero las experiencias le harán comprender que el día a día de caza será así para un perro de sangre. En el fondo, a él tampoco le hace gracia es estar ahí, pero sabe que lo tiene que hacer, uno por el otro, el uno por que el otro aprenda y el otro por que el uno renueve su afición.
Mientras rececha, observando el viento y la meteorología va cambiando de estrategia, va dirigiendo sus pasos hacia un antiguo puesto que da vistas a un claro de monte, que en muchas pasadas ocasiones ha utilizado, desconoce el estado actual del mismo, pero la experiencia le dice que si algún animal se mueve si amaina la lluvia, será en esa zona.
Despacio, pero sin pausa recorre las sendas que llevan hasta el puesto, no sin pararse siempre que puede a echarse los prismáticos a la cara, a escuchar y a mirar. Durante este trayecto se cruzan un joven corzo y los dos protagonistas, el primero no parece haber visto a los otros dos y el más joven de los otros dos, respeta el movimiento del otro animal sin llamar la atención. ¡Bien! Se dice a si mismo, solo por esto ya ha merecido la pena volver a mojarse.
Llegan al puesto, completamente abandonado y empezando a ser devorado por la vegetación, entre ramas y maleza se intuye esa piedra que durante horas y horas ha soportado sus posaderas. En silencio sujeta a su perro a un tronco y palo a palo empieza a descubrir la piedra y el suelo sobre el que apoyará sus pies por lo menos hasta que la lluvia haga que la retirada sea obligada. Una vez realizado el trabajo, coloca la mochila en la piedra, el culo en la mochila y mirando a su perro en voz baja le dice: - socio no te imaginas lo que he cazado yo con el culo junto a tu predecesor.
Las horas fueron pasando y tímidamente algún rayo de sol apareciendo de vez en cuando, no se escuchaba nada, no había movimiento, pero esas miradas cómplices entre los dos justificaban el estar ahí, robando tiempo a la familia y otros quehaceres diarios. ¡Con la de cosas que tengo que hacer¡ se decía, pero tu me obligas a estar aquí, si un compañero de provecho quiero que seas. El no quiere un perro faldero, un perro le despertó el ser cazador y es cazador gracias a un perro.
Entre el sí, el no, el me marcho, el me quedo, fue pasando la mañana hasta que decidió quitarse del puesto para volver a la casa. Una vez de nuevo allí, con la ropa frente a la chimenea, el perro tumbado frente al fuego y él con la mirada por la ventana esperando escuchar el chup chup de un cazo en un infernillo, el pensamiento era siempre el mismo: ¿recojo y marcho? ó ¿me quedo?
La segunda opción finalmente fue la que cogió peso y tras reponer fuerzas y descansar un rato, una vez seco, decidió salir de nuevo al campo a echar esa última intentona antes de que las obligaciones decidiesen por el y no hubiese otra opción que la de marchar.
La tarde ha mejorado, pero no quiere mover el campo, de primeras se dirige hacia el puesto de la mañana, es demasiado pronto, pero estos días raros nunca se sabe y hay que estar en el campo si quieres cazar algo.
Mismo ritual que por la mañana, perro tumbado al lado, codos en las rodillas, mirar, mirar, esperar y disfrutar. En ese transcurrir de tiempo los recuerdos no paran de llegar, lo que ha cazado y disfrutado él en el campo, que haya tenido que venir el chuchillo este para que yo esté aquí de nuevo, se dice mientras sonríe.
La noche se le echa encima, están cómodos, están disfrutando uno del otro y ambos del campo, ¿aprovechamos una horita más? ¡no veo porque no! Se dice.
Se incorpora, el cuerpo está dolorido por la postura de tantas horas, las rodillas parecen de un tercero, pero el alma está plena, esa inspiración de aire fresco mientras se levanta le llena de vida, vuelva a recordar que no es solo una afición, sino que es una forma de vida y con una sonrisa dibujada en su cara y junto a su perro se dirige hacia el coche imaginando como será el nuevo día de campo con su cachorro.
No ha matado nada, pero ha cazado lo que en el fondo deseaba. La caza es como el café, se puede vivir sin él, pero el que lo prueba y le gusta si lo deja...
Si no estoy cazando, estoy pensando en ello...

 

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