Siempre me gustó la caza incluso en mis sombríos y por suerte ya lejanos tiempos de Ecologili recalcitrante aunque no era consciente de ello tenía el veneno de la caza agazapado y latente por mis venas. Fue en el verano de 1989 cuando acompañando al que luego sería mi mentor cuando despertó con toda su furia y me impulsó a amar y a respetar la vida de la forma más auténtica que conozco, cazando.
Aunque tenía un arco de caza metido en el armario, no lo utilizaba porque ni sabía ni tenía donde hacerlo, la escopeta me cautivó y dejé el arco para muchos años después, el pueblo de mi infancia me sirvió de coto.
Poco tardé en salir solo a cazar, caminar por mi cuenta y elegir por mí mismo el camino, anduve varios años sin perro, aprendí mucho de las costumbres de los animales leyendo, escuchando a los viejos y contrastándolo después en el campo. El coto aunque modesto albergaba una más que decente población de perdices. Bravas y auténticas como pocas me enseñaron lo que es la caza dura y auténtica y a disparar como es debido. En las zonas libres de un pueblo Valenciano tirando los escasos zorzales afinaba la puntería y depuraba la técnica año tras año.
El tiro me sedujo por lo festivo del asunto y porque me gustan las armas y todas sus modalidades pero a día de hoy pienso que para competir no es necesario segar una vida. En el tiro de codorniz de la feria de un pueblo Cordobés del año 2001 quedé el séptimo con ocho codornices de nueve.
Luego llegó el rifle, regalo de bodas de mi novia, todavía recuerdo el día que lo recogí de la armería y de los años que pasó encerrado en el armero sin haberlo disparado ni una sola vez. Las batidas me traían por la calle de la amargura, las pocas a las que asistí me defraudaron si no por engañosas, al menos por dudosas, las esperas por el contrario me atraían mucho más. La soledad para mí tiene un extraño aunque agradable sabor auténtico.
En mi largo peregrinar por el mundo de la caza siempre busco evolucionar al igual que en la vida. El ir más allá, aprender y conquistar nuevos retos y para mí los aguardos son el máximo desafío. A día de hoy trato de hacerlo lo mejor posible, disfrutando sorbo a sorbo con deleite cada uno de los minutos que suelo pasar en el puesto y espero que cuando haya dominado a la perfección la modalidad de rifle, poder avanzar hasta lo más alto: el arco de poleas y el primitivo.
Con el tiempo si nada lo impide, construiré un buen arco con mis manos y pondré un cochino patas arriba, sino un macareno un primal, ¿Qué más da unos centímetros de más que de menos? ¿Lo importante no es cazar?
Os considero mis Maestros, compañeros y amigos y por eso quiero compartir con vosotros estos cinco relatos que forman parte de mi historia y que son preludio y resumen de todos los acontecimientos me llevaron a ser cazador de mayor y aprendiz de aguardista.
TRES METROS SOBRE LAS PIPAS
El primer cochino que vi en libertad, aunque eso de verlo habría que ponerlo en cuarentena porque el bicho ni era pequeño ni tonto, supo taparse con las pipas y con las sombras de la noche.
Este verano va ha hacer diez años de aquel encuentro. Disfrutaba plácidamente de los quince días de vacaciones que me correspondían en suerte, cazando y sacando a mi hijo al monte cuando apenas era un bebé. Mejor que se imprimara cuanto antes de olores, colores y paisajes que luego cumple los tres años y ya solo piensa en videoconsolas.
Las palomas no se me daban mal era el primero en llegar al sitio de noche y el último en llegar al pueblo tras él ocaso. Con el sonido de los disparos todavía en los oídos, el revuelo de las plumas del pelotazo en la retina y la paz que proporciona al cazador el ser parte del monte atesorada en el alma. En las horas dónde el calor pesa como una losa y hasta respirar cuesta un tormento, las buscaba tranquilamente por las choperas con mi perra, al salto las pocas que derribaba sabían a gloria por la belleza del lance y por su dificultad.
Pero me faltaba estrenar el magnífico rifle con el que mi novia me obsequió cuando nos casamos, que nadie piense mal que me hubiera casado con ella igual y además le di el gusto en contra de mi voluntad de hacerlo por la Iglesia. Una vez acabada la ceremonia y habiendo ajustado cuentas con el “encargado del chiringuito” le pregunté
-Mírame bien cariño ¿Me ves?
-Si claro ¿Te ocurre algo?
-No que va, es que hoy será el último día de tu vida que me veas dentro de una Iglesia-.Y así fue y así continua siendo.
Un arma magnífica de las que ya no se fabrican, la madera tiene belleza y calidad a partes iguales, las líneas tampoco es que sean provocadoras pero son armoniosas y el pavonado no está mal. La robustez y fiabilidad del sistema Mauser de doble tetón, el cañón flotado y una precisión que ya quisieran otros rifles de mayor precio, aunque esto más que saberlo lo suponía. Se me había metido entre ceja y ceja la peregrina idea de dispararlo por vez primera contra un jabalí y tenía la absoluta certeza que pese a no haberlo usado nunca estaría sobradamente a la altura. Y no me equivocaba el fallo vino dado por otros motivos.
Decidí hacer la espera un día entre semana, no recuerdo cual solo que no era ni miércoles ni jueves porque esos días eran vísperas o había caza. Sin haber buscado rastros ni nada por estilo me coloqué sobre las siete de la tarde encima de una gran roca que sobresalía del monte y caía justo encima de un campo de pipas donde había algunas tronchadas.
Elegí esa siembra porque estaba flanqueada por un barranco y una baña que tenía un gran barrizal donde suponía yo que iría a restregarse el cochino. Mi experiencia en las esperas era infinitamente menor que mi afición pero aún así no me lo pensé y me coloque en mi catrecillo dispuesto a apiolar un guarro y darle un estreno más que digno a mi .300.
Linterna no llevaba ni siquiera una pequeña para alumbrarme cuando me retirara y visor tampoco, pero ¿Para qué la necesitaba? Si los del pueblo “los limpian” con una paralela atiborrada de infames postas y no llevan linternas ni cachivaches por el estilo, ¿No voy a ser yo capaz de cargarme uno con esta maravilla?
La tarde se deshilachaba poco a poco y yo que en todo el verano había tenido un momento para sentarme a pensar solo, sin agobios estaba poco menos que en trance.
El paisaje era precioso, indescriptiblemente bello para cualquier amante del campo o de la vida. Las pipas aún estaban verdes y el rastrojo todavía no se afeitaba al cero como hoy día. Por aquel entonces mis escapadas al pueblo eran escasas y lo echaba tanto de menos que cualquier momento de disfrute lo aprovechaba al máximo.
Pero el jabalí seguía sin aparecer, yo no tenía ni idea de por donde debería hacerlo solo que acabaría por llegar el pie de la roca dónde estaba puesto porque intuía que allí había algo que el andaba buscando. A las ocho ya comenzaban a esfumarse mis ilusiones pero yo no me movía del sitio.
El Sol estaba suficientemente bajo como para darme cuenta de que había elegido mal la ubicación de mi postura, lo tenía a la espalda tapado por la alta loma donde descansaba la piedra. Ese sería el primer sitio en oscurecer, justo donde debía entrar el guarro. Cualquiera hubiera caído en la cuenta pero yo busqué el sitio sin saber, y sin saber me coloqué y cuando caí en la cuenta era demasiado tarde. El único sitio que me pareció más adecuado para mejorarme era otra roca situada en el cerro de enfrente pero el barranco me obligaba a pasar por la baña y esa era el único lugar que tenía por seguro que visitaría el guarro entrara por donde entrara.
Nueve y media,-Joder que borrico que he sido, aún están pasando palomas de recogida y yo apenas veo la siembra, la oscuridad será total de aquí a nada-. Contrariado decido retirarme en cuanto dejen de pasar las últimas aves porque a los cazadores además de matarlas también nos gusta verlas.
Me levanté con el culo dolorido y echándome el rifle al hombro di el último vistazo para despedirme de aquel idílico paisaje, me agache a coger el único archiperre que llevaba, el catrecillo comprado en Córdoba un par de años antes.
Fue entonces cuando escuche claramente un sonido delator y concentrando mi atención en el punto de dónde surgió me llevé la grata sorpresa que tanto tiempo llevaba esperando. Un cochino de mediano tirando a grande se movía entre los girasoles, despacio zorreando pero sin poder evitar el ruido que las anchas hojas producían al rozar su voluminoso cuerpo. ¡La virgen como me temblaban las patas de la emoción!- ¿Miedo? Y un güevo el rifle lo tenía yo en las manos, y la ventaja de ver sin ser visto ¿ Porqué tener miedo, a quién?-.
El campo por donde andaba el cochino estaba situado a mi izquierda algo más alto que el que yo tenía a mis pies, el animal ya casi en completa oscuridad bajo por…por la baña, joder en algo he acertado y perfiló su negra silueta en la orilla del carrizo. Si le hubiera disparado entonces seguro que me habría hecho con él pero además de estar temblando como un flan, quise evitar a toda costa que cayera al barranco porque sacarlo de allí si era difícil. Por eso ni me moví seguí allí en lo alto de mi piedra como si fuese una estatua del cera.
Cuando quise darme cuenta el animal se había situado debajo de mí, justo donde yo lo esperaba pero como también esperaba ya no se veía un pijo.
Con los nervios de punta me eché el rifle a la cara muy despacio y… –Mierda imposible apuntar con semejante tembleque-. El guarro se va pero vuelve y parece que estoy algo más templado, verlo no lo veía pero escuchaba su charabasqueo a menos de diez metros y si lo hería me daría tiempo a trincarlo con un segundo tiro pues si huía por dónde había venido lo vería y me daría tiempo a cortarlo.
Respiré hondo sin hacer muchos visages y tomé aire profundamente, expulsé la mitad y apunté-¿A qué tiro? si ni siquiera veo el punto de mira-. Levanté el arma hasta el cielo para centrarla bien y cuando tuve la “Bola entre la uve del alza” bajé hasta donde suponía estaba el animal, apunté a la más absoluta oscuridad Y disparé.
El estampido fue brutal reverberó astillando la noche en mil pedazos y hasta me pareció ver la silueta del cochino recortarse sobre la tierra del sembrado con el fogonazo. Silencio, por décimas de segundo hasta el mundo dejó de dar vueltas al menos yo no escuché ni el susurrar del agua en el barranco y el guarro por un instante se detuvo como si se hubiera quedado petrificado. De lo único que estaba seguro era que la bala había impactado en el lugar dónde había apuntado.
El cochino echó a correr con estrépito sin el menor rasguño a pesar de no haber más de seis metros entre el cañón de mi rifle y el corpachón del guarro. Estupefacto todavía, descolocado por la rapidez de los acontecimientos ni siquiera cargue de nuevo el rifle, lo vi trasponer por el sitio donde lo esperaba y siguió su camino sin dejar rastro de sangre ni de herida alguna, lo único herido que hubo esa noche fue mi orgullo.
Siete años más tarde en esa misma charca debuté con un gorrino mediano. Una tarde de verano, en espera me descubrió y salió corriendo cómo una locomotora pero esa otra historia que contaré en otra ocasión.
EL FANTASMA.
Este también me chuleo de lo lindo y me hizo cabrear de lo lindo, no le disparé porque ni siquiera lo llegué a ver. Una vez más la impaciencia me ganó la partida en favor del jabalí.
Aquella tarde por darle gusto a mi esposa perdoné las torcaces vespertinas, bueno para ser sinceros tampoco me daba tiempo a estar a higos y a brevas porque las últimas palomas pasaban muy tarde y los guarros solían entrar pronto.
Me coloqué en una siembra a la vera de un camino apenas transitado de cara a unas pipas más que resecas que se clareaban de maravilla, además estrenaba visor y linterna, la cosa prometía lástima que todo quedara en una simple promesa.
Anocheciendo todavía escuchaba las andanadas con las que un viejo amigo obsequiaba a las palomas entraban altas, tarde casi sin luz y malo que es el pájaro resultado de cero patatero que me contó al día siguiente lo conocía ya de antemano.
Al cerrarse la noche escuche el motor de su viejísimo patrol alejarse y por fin pude disfrutar de la soledad del campo, huelga decir que lo primero que hice fue probar la linterna y el visor. Alucinado estaba con el resultado podía ver hasta los ojos de los pájaros insectívoros que duermen acurrucados en el suelo al amparo de las pipas, confiando que la zorra no dé con su rastro.
Cuando llevaba ya un rato quieto escucho un charabasqueo y asumo al instante que tengo un cochino justo en la parcela de enfrente a unos sesenta metros, no tiene escapatoria. Tiemblo como un flan, no tengo miedo pero la emoción de tener una pieza tan ansiada al alcance de mi rifle me hace perder el aplomo y decido respirar hondo y esperar a calmarme.
Los sonidos aumentan de intensidad pero no de lugar, suenan las hojas resecas de los girasoles y ya no puedo aguantar más echo la luz…y lo busco pero no está, sin embargo ha parado de hacer ruido ¿Se habrá ido? Sin hacer ruido lo dudo. Fareo con una potencia digna del foco de un concierto de Heavy Metal sin dejar de temblar un momento dudando si seré capaz de acertarle en caso de ver el brillo del ojo delator pero nada, apago y espero. Dos, tres minutos y el ruido vuelve.
-Esta vez antes de encender lo ubicaré mejor…ya debe estar justo enfrente. Al encender vuelta a lo mismo cese del ruido, tembladera a pesar de estar apoyando el rifle en la horquilla y los únicos ojos que se ven son los de los pajaretes. Hasta el “entrecejo arrugao” les veo, con la potencia de la linterna y el visor a tan corta distancia, hartos de que los desvele, pero del gorrino ni rastro y ya me estoy empezando a mosquear de lo lindo.
El tembleque está siendo sustituido por un acaloramiento generalizado que le está produciendo el cabreo que cojo cada vez que soy consciente de estar haciendo el gilipoyas ante el peor de todos los jueces como vengo a ser yo mismo.
Tercer apagón y un tercer barrido y otro apagón y otro cabreo y al fin que decido esperar que comiencen otra vez los sonidos para ir a buscar al cochino o al espíritu causante de tanta psicofonía.
Vuelve el guarro a triscar las hojas y yo comienzo a caminar pero –Mierda y requetemierda el suelo parece estár recubierto de pan tostado por despacio que ando aquello cruje como un demonio. Harto ya de tanto desatino y con el jabalí en modo “silence” echo a correr a toda leche hacía donde debe estar y enciendo la linterna intentando mantener medianamente el pulso. Nada ¿Pero es que estoy loco o qué?
No al menos no por ese motivo, la orografía de mi pueblo es muy suave pero ondulada, los cerros son alargados y se siembran como es menester así que una vez en el sitio pude comprobar que el jabalí estaba AL OTRO LADO de las pipas donde yo lo ubicaba.
Justo al otro lado había otra siembra y el animal hacía tanto ruido que parecía estar mucho más cerca. Por lo visto el haz luminoso le pasaba un par de metros por encima de la cabeza cada vez que yo apuntaba a la siembra donde yo lo intuía, por eso el bicho no hacía mucho caso y continuaba comiendo una vez apagaba.
Otro más que me dejó tan tocado que ese año decidí no salir más de espera, dedicarme a las palomas y a mi esposa que me traía más cuenta, al menos hasta que supiera algo más sobre los escurridizos sus scrofa.