Ante la buena acogida de la trilogía de Calzones Sucios, me he decidido a sacar un relato mas. Aquí os coloco la primera parte, no sé si será muy ladrillo. Espero que os guste. Saludos
OTRA DE CALZONES SUCIOS.
Anda Mario algo mustio desde que, ya va para dos años, que falleció Juana de un cáncer de mama. Los últimos meses fueron duros y si de por si cualquier enfermedad es mala, esta se lleva la palma. Calzones sucios no levanta cabeza desde entonces. Teresa, la hermana de Juana sigue viviendo con él, entre otras cosas porque no tenía donde ir. Además Mario que es un “cachopan”, le dijo que por supuesto aquella era su casa y que dispusiera como tal. En el fondo le vino bien porque Teresa se ocupa de la casa y de la intendencia. No pueden tener quejas ni uno ni la otra.
La vida de Mario se ha vuelto pertinazmente rutinaria, y monótona. Juana era, como era, pero la echa de menos. Teresa lo cuida como si fuera un padre y le ha cogido más cariño del que la tenía cuando vivía su mujer.
-¡Calzones, que dos hermanas mas dispares! Comentan siempre los amigos las pocas veces que sale al casino a jugar al dominó.
-¡Parece que no son de la misma madre rediez!. Siempre contesta lo mismo
Va a clases de adultos, algunas tardes cuando las faenas del campo se lo permiten. No es que tenga mucho interés pero los compañeros son los mismos con los que juega en el casino y lo convencieron. Ha realizado una proeza que a él en concreto nunca le pareció, ni importante ni necesaria. Leyó su primer libro. Un libro poco voluminoso y con las letras grandotas. Lo encontró por casa y se lo empapó como si fuera el más interesante del mundo. “Técnicas de punto de cruz”. No entendió una papa, pero cuando lo acabó (solo 30 paginas incluyendo índice e ilustraciones) se encontró como si hubiese hecho el bachillerato. El libro pertenecía a Juana, que ”tenia algo de letras” y eso siempre la situó en una escala intelectual superior a la suya. Ya lo dice el refrán: “En el país de los ciegos, el tuerto es rey”.
-¡Rediez!, me terminao un libro yo solo. No si al final me va a gustá leé. Si me viera D. Antonio, a mis años los pogresos que he hecho.
A pesar de los pesares nunca dejaba de subir al monte. Era lo único que le llenaba. Ni escuela de adultos, ni “pogresos”, ni libros, ni ná. También se había aficionado al buen yantar. Era un sibarita de la buena cocina, buena comida pero sencilla. Y es que su cuñada guisaba que “quitaba el sentio”. Lo mismo guisaba verduras, que legumbres, que carne, que pescado (cuando llegaba de la capital, sobretodo, bacalao, que hacía a la portuguesa, con huevo y patatas), que caza ( que de eso no faltaba en la casa), que postres y… que se yo… de todo guisaba, y de qué manera.
Mantenia su huerta como siempre, dando sus cosechas “ecológicas”, como las denominaban una “especie” venida de la ciudad y que aparecía los domingos bien temprano. Eran los “Jenderistas” a decir de Mario. Pasaban por delante de su casa, se dirigían a la “Fuente de los Olmos”, (“El Manantío de to la vida) que aparecía en la guía de turismo rural,” editada por el Ayuntamiento de Villalba del Fresno, para el disfrute de la naturaleza y el mundo rural”.
Para llegar al manantío había hasta catorce indicaciones de madera, del tipo: “Sendero de la Fuente de Los Olmos”. Distancia 5 Kms. Dificultad media”. Y un dibujito de un tío con mochila y bordón de peregrino. Así hasta catorce en cada cruce de vereda, regajo, etc. y con la distancia actualizada en cada momento.
-Si es que no pué ser. Si los de la ciudad se pierden pa´i al manantío como van a queré disfrutá del campo. No pensarán que se van a poner carteles por tó los laos. Pensaba Mario cada vez que subía al manantío con las dos garrafas de agua para traerlas llenas.( porque no había agua mejor que aquella para beber), y a pesar de todo los “jenderistas” beben de su agua embotellada de marca mientras miran el agua correr. –No hay quien los entienda, pagar por un agua que sabe a plástico teniéndola aquí y de gratis.
A Mario le venía bien aquel trasiego que pasaba por la puerta de su casa. Cuando los veía subir, le decía a Teresa:
-¡Tere ¡…¡ ya van parriba los jenderistas!.
Y Teresa sacaba unas mesas y unas sillas a la puerta y les ponía unos manteles de cuadros verdes. Les colocaba unas cestas con pan y unas flores, y a esperar… (a que entren al comedero).
Los “jenderistas” caían como moscas en un pastel. Cuando bajaban, sudaban como si hubiesen estado segando a mano. Veían los manteles y las sillas y se tiraban como posesos.
-¡Eh amigo!...y se dirigían a Mario que casualmente estaba junto a la puerta hablando con Teresa.
-¿Tiene cerveza fresquita?¿Podríamos picar algo? Decían repanchingados en la silla. La formula variaba pero siempre era similar.
-¿Cuantas pongo?. De picar hay un conejo de campo con arroz caldoso que está pa chuparse los deos. ¿Unas olivitas?
Y allí que en un pis-pas se preparaba una comida que a los de la ciudad les sabía a gloria (porque además sabía a gloria el conejo con arroz de Tere)y a ellos les reportaba unos ingresos que les venían muy bien a pesar de cobrarles “na y menos”, por unos alimentos “que no tenían precio”.
-Esto que nos hemos comido aquí, en Madrid nos habría costado lo menos…
-¡Es que esto no te lo habrías podido comer en Madrid ni en el Ritz.!
Las conversaciones eran siempre muy similares, y muy predecibles, mientras, sostenían un botellín de cerveza en la mano, y miraban el plato que habían rebañado con pan hasta dejarlo limpio como una patena.
Otras veces era caldereta de venado, o jabalí con legumbres, o … cualquier otro plato que era el que se iba a comer ese día en la casa, y que amablemente le ofrecían a los forasteros” ya que pasaban por allí”.
Este régimen de comidas hacia que Mario tuviese que subir casi obligatoriamente a la sierra para abastecer la despensa. Siempre tenía algunas piezas de reserva en el arcón congelador por si el día se daba mal, o sea casi nunca. Y así pasaban los días.
Otra de sus pasiones era limpiar el “mosquetón del maestro”. Desde que se fue a la ciudad hace ya cuatro años no lo había disparado nunca. Se apañaba con la “perra”, lo mismo para la pluma, que para el pelo o para las reses. Sabía que su escopeta, siempre cumplía si él hacía su parte. Lo limpiaba como si lo usara cada día. Colocaba un trapo en la mesa de la cocina junto a la estufa de leña, y desmontaba todo el rifle. Lo limpiaba, limpio sobre limpio y le retiraba todo el aceite sobrante dejándolo listo para usarse cuando fuera menester, que nunca lo era.
Un domingo de Julio, después de que se hubiesen ido los “caminantes”, y que por cierto habían acabado con las reservas de botellines y alguna botella de tinto, sonó el teléfono.
-¿Quién es?
-Mario, soy Antonio…
-¿Qué Antonio?
-¡Coño Mario!. Antonio el maestro. ¿Ya no te acuerdas de mí?.
-¡Don Antonio!. ¡Rediez! ¿Ande anda usté?.
-Estoy en Madrid, pero ando un poco aburrido de la capital. Demasiado stress, demasiados humos, y no voy al campo hace mas de doce meses. Así que he pedido destino a Villalba del Fresno de nuevo, a ver si hay suerte.
-Por aquí llevamos sin maestro fijo, una eternidad.
-¿Está libre la casa en la que me quedaba?.
-No, Don Antonio. Vive el veterinario.
-¿Tenéis veterinario?
-Es el hijo del alcalde, que cuando terminó los estudios se vino al pueblo, y aquí va saliendo adelante, encargado de la sanidad animal, que no se mu bien lo que es.
-Mario,¡ te oigo muy refinado! Y no cometes faltas como antes.
-Es que he estudiado en la escuela de adultos, y ya se leer y tó.
-Pues si puedes entérate de alguna casa para quedarme, y ya hablamos largo y tendido que estoy deseando.
Esa noche Mario no durmió. Estuvo como un crío haciendo planes. Cuando le cuente a D. Antonio que tenemos que cazar mucho… pa la casa de comidas. Cuando le enseñe el mosquetón limpio…Cuando se entere de que la Juana murió…cuando vea las comidas que damos a los jenderistas…¿Y donde se va a quedar?.
Por la mañana…
-¡Teresa, Se viene pal pueblo Don Antonio el maestro!
-¿El maestro? ¿Y que se le ha perdido aquí?
-Pues no sé, parece que le gusta esto ( pensando: “que lo que le gusta es cazar”). Tu crees que podíamos prepararle el soberao pa viví . Tiene entrada independiente por fuera de la casa y también por dentro.
-Pues… no sé yo… Está hecho un asco.
-Eso déjamelo a mí…voy a llamá a Bernardo el albañil, pa ver si se puede hace un “cuarto baño” arriba en el soberao y de camino adecentamos el de aquí abajo.
Cuatro semanas intensivas de trabajo y… el soberao convertido en apartamento independiente, con su cuarto de baño nuevo, y a su vez comunicado con el interior de la casa por la escalera de siempre. A Mario le faltaban horas en el día con los preparativos, sin que D. Antonio hubiese vuelto a dar señales de vida, y sin haberle comentado sus planes. Estaba mas feliz que una perdiz.
-A ver si al final no viene... A ver si no le van a parecer bien tus planes…A ver si quiere otra cosa…Estos eran los “aver” de Teresa que a Mario le entraban por un oído y le salían por otro.
Entre tanto Mario visitaba cada día, cuando daba de mano, las bañas, huertas, rastrojos, almendros, manantiales, etc…que podían ser querenciosos para sus correrías.
-La primera noche que nos pongamos, mata Don Antonio un buen marrano, …por mi Juana que lo mata… y se besaba la uña del pulgar derecho, mientras observaba, la chita que había dejado un buen “individuo”.
-¡Este marca hasta los uñeros. Bueno es!. Pero creo que mejón el de los almendros.
A veces se tiraba la noche de aguardo sin escopeta, mirando un reloj casio negro pequeñito al que se le iluminaban los números al apretar un botón. Pensaba que era un chisme realmente útil.
- Funciona debajo del agua, bajo el barro, con polvo y no hay que darle cuerda. Si que es un chisme practico y ma costao ná.
En su cabeza memorizaba la hora a la que entraban los guarros, si lo hacían a hora fija o cambiaban, si entraban solos o precedidos por algún aprendiz. Si eran gorrinas o marranos machos. No tenia que apuntar nada. Todo quedaba registrado en su mente limitada pero eficaz. Controlaba a que hora se bañaban, donde había algún venado bueno. Un venado proporciona mucha carne y un buen trofeo que a lo mejor le gustaba al maestro. Por si fuera poco cebaba con maíz un regajo de cantos rodados que se estaba quedando seco, por si cuando viniese D. Antonio estaba seco del todo. Así los guarros venían a entretenerse buscando el maíz entre la piedras además de a las bañas escasas.
Había construido un apostadero porque el aire venia de la zona donde se podía ocultar y el lado bueno estaba al descubierto. Todos los días que subía, después de echar el maíz dejaba unos palos en el sitio del puesto, unas ramas de chaparro o de roble, forraje etc. y se iba. Otro día montaba la estructura de palos, y lo dejaba estar. Volvía y cubría con el ramaje de chaparro que estaba ya seco y amarillo igual que el de roble, pero como a este se le caían mas fácilmente las hojas lo usaba para dar consistencia al “sombrajo” como decía él. Dejó dos troneras, una para el maestro y otra para él. Por supuesto no pensaba tirar de ninguna de las maneras (como la última vez) , pero nunca se sabe…lo que puede pasar.
Pese a estar en un limpio y bajo un olivo viejo como único compañero, el sombrajo se mimetizaba perfectamente con el entorno de tal manera que parecía que siempre había estado allí. Era amplio como para cobijar a dos personas cómodamente, incluso para echar un sueñecito. De hecho antes que llegara el maestro, calzones sucios había dormido alguna noche en el sombrajo, mientras controlaba a algún guarro remolón. Igual que este, había ido preparando varios apostaderos mas y todos estaban muy tomados. No veía el día de subir con D. Antonio al monte. Que buenos ratos habían echado hacia ya algunos años en las noches de luna.
Pasó todo el mes de Julio y ni rastro de D. Antonio. Un viernes a comienzos de Agosto, con una calina mas propia del sur que de estos pagos serreños, apareció en el pueblo un “Land rover Santana” cargado hasta los topes con un matrimonio y un niño pequeño. Se dirigió al ayuntamiento y se bajó el conductor. Todas las miradas del pueblo estaban clavadas en los forasteros como era habitual, y eso que en esa época había algunos “turistas” de verano que empezaban a llegar al pueblo.
No tardó ni veinte minutos la primera llamada “radio-cotilla” a casa de Mario.
-¿A que no jabe, Carjone, quien a llegao ar pueblo?, pos er Maestro, pero no er maestrillo que se fue el año pasao, ¡no!, er Maestro, Don Antonio er Maestro.
-¡Vaya!, primera noticia, le contestó a Joaquín el de la lechería, como si no supiera nada.
Una hora mas tarde, después de arreglar los papeles antes de que cerraran el ayuntamiento durante todo el fin de semana, embocó el Land rover la calle que acababa en la casa de Mario. Calzones llevaba sentado en el poyo de la puerta desde la primera llamada de teléfono. Hubo varias pero le dijo a Teresa que dijera que no estaba. Al ver el coche se le puso el corazón como al que ve a su mejor amigo regresar vivo de la guerra.
-¡Teresa! ¿Hay cerveza fresquita?, sal que viene Don Antonio.
Calzones se quedó un poco parado cuando vio que del coche se bajaba además de su amigo, una mujer con un niño de unos dos años. Enseguida se le pasó y se fue a saludar al maestro extendiéndole la mano.
-¡Coño Calzones! (fue la primera y la única vez que lo llamó por su mote) ¿me vas a dar la mano después de tanto tiempo? Y le agarró un abrazo que calzones no esperaba, y que le saltó las lagrimas, y eso que Mario era duro para eso, no lloró ni cuando enterraron a Juana. Para él llorar era de blandos, estaba chapado a la antigua y no lo podía evitar.
Mientras lo abrazaba se fijó en la mujer y en el niño. El niño era un “maestro” pequeñito. La mujer era evidentemente la esposa del maestro y le sonreía como diciendo “He oído hablar mucho de calzones sucios”.
Después de que se presentaron, se sentaron en una de las mesas que estaba a la sombra bajo una hermosa parra. Teresa puso unas cervezas, un picadillo y chacinas de la matanza. Hablaron de lo humano y de lo divino. De la enfermedad de Juana, lo que ensombreció la charla, y de los planes que tenían, lo que la animó. Cuando llegaron al tema del alojamiento, Mario comentó como disculpándose, su idea del apartamento del soberao, pero que no contaba con que viniera acompañado, dijo bajando la vista como si hubiese dicho un pecado.
-¡Ningún problema Mario! Nos apañaremos. Con que bajemos la cuna, es suficiente. Mañana descargamos el resto, ¿te parece?.
-Es que la cama es pequeña…
-Ya te digo que no hay problema, si a estas alturas de mi matrimonio me resulta la cama pequeña ¡no se yo!. Dijo guiñándole un ojo a Mario a la vez que recibia un codazo de Marta su mujer.
Señalando al niño, le dijo a Mario
-¡A Antoñin habrá que ir enseñándolo, ya sabes! …Y otro guiño.
Mientras marta y Teresa hacían las camas. Mario llevó con mucho misterio a D. Antonio a la cocina y levantó el paño que cubria la mesa. Allí estaba el Santa Barbara mod Coruña del 8x57 como si fuera la primera vez que viera la luz.
-Lo he cuidao como si fuera mío.
-Es que era tuyo, Mario, ¿no me digas que no lo has usado?. Pues eso habrá que remediarlo.
Continuará…