Bueno, aquí teneis el desenlace, que lo disfruteis... y gracias por vuestros comentarios de aceptacion. así da gusto compartir los relatos.
Ultima parte del Cap 5.
Cuando había pasado una hora (que a Don Antonio, se le había ido en un vuelo, entre que recuperaba el resuello, se termo-regulaba y dejaba de sudar), Mario volvió a tirar de talega, y le ofreció un trozo de queso aceitoso, que llevaba en papel de estraza, sobre una rodaja de pan del de “gratis”, y se sacó una bota de vino de debajo de la chaqueta de estezado fino que le cubría. –La llevo aquí porque no zería la primera vez que eztravío la bota en el monte con los agarrones de los ramajos.
El maestro en un alarde de sabiduría refranera popular comentó:
-¡Con pan y vino se anda el camino…!
-¡Con pan y vino no se anda ná!... a lo menos hay quecharle un cacho queso, y este no´s cualquier queso. ¡A vé que te paece maestro!.
-Como tú dices, ¡ “Rediez” que queso más rico, (chupándose los dedos).
Comieron y bebieron con moderación, y quedaron observando la ladera por si aparecía “algo”. La ladera tranquila, el regato tranquilo, todo “demasiado” tranquilo. Al maestro, Calzones se le asemejaba a un búho. Inmovil, pero relajado y de vez en cuando giraba la cabeza sin mover el cuerpo hacia un lugar determinado donde había oído algo (que por supuesto Antonio ni había imaginado), y cuando retornaba la cabeza a su posición inicial soltaba un lacónico… ¡Naá!.
Así estuvieron mas de tres horas, sin nada reseñable, -Las esperas son asín, mayormente aburrías, hasta que saniman, y saparece to el aburrimiento. (Sentenció Calzones). Antonio no estaba aburrido ni por un momento, miraba al frente pero también observaba por el rabillo del ojo a su amigo. Le llamaba la atención, todo lo que veía hacer a calzones. Aunque parecía que no hacía nada más que mirar, estaba pendiente de todo. Observaba la dirección del viento en las copas (Antonio había traído un botecito pequeño de talco, como vió en algunos documentales, pero no se atrevió ni a sacarlo, porque Calzones sabia en todo momento de donde soplaba), controlaba todos los ruidos y todos los bichitos que se movían en los alrededores, y a los que el maestro no era capaz de ver en la mitad de los casos cuando se lo susurraba Mario.
-Mira…un pájaro tapaculo. Mira un Gallo…
- ¿Ese pájaro grande con las alas azulonas es un gallo?...(Preguntaba Antonio también en voz baja)
-¡También le icen arrendejo!
-¡Ah!... debe ser un arrendajo (pensaba Antonio). ¿Y preguntaba?: -¿y el pájaro tapaculo cual es? Que no lo veo.
-¡Qué, no lo vas a vé!, ¡er que está en el escaramujo!, no ves que es igual que las bolas del tapaculo, con el pecho rojo y pequeñajo como las bolas del tapaculo.
-¡Ah el tapaculo es el escaramujo! (volvía a pensar Antonio)… y el pájaro… ¡cagondiez!... ya se ha ido.
-¡Shhiiisssst!...¡No te menees!... (dijo Calzones en un susurro)…¡Ahí está el enseñao!...(volvió a susurrar)… Pero es mú temprano... ¡Que listo es el jodio!...
Y como veía que Antonio no lo localizaba, le orientó moviendo muy despacio la punta de la Perra hacia el lugar donde estaba parado el cochino con la trompa hacia el cielo. Antonio miró por encima de los caños de la escopeta y lo vio claramente como estaba intentando ventear el peligro. No terminaba de bajar al arroyo y se quedaba detrás de unos enebros bajos, por entre los que asomaba solo la boca entreabierta.
-No muevas un pelo, que este sabe latín… y fue bajando muy, muy despacio la escopeta que le empezaba a pesar. El cochino bajó la jeta y dio unos pasos atrás hasta que se tapó completamente.
-Se ha ido… insinuó Antonio.
-Sigue ahí, está esperando a que “alguien” se enquivoque, pero no vamos a ser nojotros…Ni un pelo…ni respirej…
Antonio creía que el guarro iba a escuchar su corazón de fuerte que latía. Estuvieron cuarenta minutos en los que al maestro se le clavaban todos los relieves de la piedra en el trasero, las manos le sudaban y se le hacía que el rifle se iba a escurrir de las mismas, porque lo apretaba como si tuviera vida propia. Pasado este tiempo, el guarro movió ficha y avanzó unos pasos, estaba lejos, a unos ciento cincuenta metros, pero no se decidía a acercarse. Algo extrañaba a pesar de la distancia. Cuando Mario vió la actitud del enseñao le comentó a Antonio:…
-A este no se le puede dá cuarteé, a la menor oportuniá, le arreas yesca. Es un guarro viejo y no va a da lugá a apuntar tranquilo. En cuanto lo tengas apuntao… ya sabes…
El guarro empezó a dar un rodeo, y Antonio lo seguía con los puntos del rifle, pero no bajaba, seguía faldeando la frontera a unos cien metros y se volvió a tapar por la izquierda, en un lentisco grande, prácticamente no quedaba luz, era la última oportunidad. Mario se lo hizo saber:
-Solo vas a podé cuando sarga der lentisco. Es un tiro largo, pero no te va a dar otra.
-Si casi no lo veía, el punto de mira lo tapa casi completamente.
-¡Es iguá, tú arrearle!
Y esperaron a que saliera,… y esperaron…esperaron… hasta que la oscuridad fué completa, y finalmente el guarro debió de salir amparándose en la noche.
-Nos la ha jugado, Mario, ha sido más listo que nosotros.
-A ver si te vas a pensá ques´facil matá uno destos. ¡Hay maj días que ollas!.
Durante un par de horas la luna estuvo oculta. Sobre las once apareció por el horizonte, gorda y lustrosa. Se veía como si fuera de día y Antonio estaba entusiasmado. Imaginaba que entraba otra vez el guarro listo y le pegaba el castañazo que ansiaba Calzones. Pero Mario sabia que con tanta luz no era fácil que entrara nada que valiese la pena.
A las dos y media le dijo al Maestro:…-Es mejón que durmamos algo, aquí está tol pescao vendío. Se arrebujaron en las mantas y a los cinco minutos Calzones dormía como un bendito. Antonio no podía pegar ojo y rememoraba toda la noche. Sobre las cinco se quedó dormido.
Serian las siete cuando el maestro, abrió los ojos. Le parecía haber oído ruido de piedras, pero no se movió, solo estiró un poco la cabeza y vio al “gordo”, el guarro gordo, que levantaba piedras con total tranquilidad. Miró a Mario, parecía que dormía, fue a despertarlo y cuando se acercaba, Calzones le susurró…
-¡Coño! ¿adonde vas?... coge el rifle, despacio… (y esto lo dijo acostado de lado mirando al arroyo sin moverse un centimetro).
-¡Creí que estabas dormido…!
-¡ Que ví a está! Llevo un rato viéndolo, pero no sabía si era el que queríamos pillá, y vaya si lo es!, así que ya sabes, apunta sosegao y… ¡leña al mono!.
Antonio, se sentó en el suelo y apoyó los codos en las rodillas, tomó puntería y suavemente apretó el gatillo. El disparo atronó la tranquilidad de la mañana,… el “gordo” salió de najas hacia la izquierda, arroyo abajo.
-¡Me cagoendiez!... lo he fallado…se ha ido… ¡que petardo!.
- No las fallao, pero las dao trasero. Nos va a dá trabajo encontrarlo. Corre barranco abajo, eso´s bueno, pero va a lo largo delarroyo, y si je mete en el agua perdemo la pista, eso´s malo.
-¿Vamos a buscarlo Calzones?...
-¡Dejate!. Ahora nos vamos a dejayuná como unoj marqueses. Er queso que quea con pan, y un pocopanceta. Dejamo que sen´frie y si se jecha ya no se alevanta.
-¿Tardará mucho en echarse?, preguntó impaciente el maestro.
-¡Pues pende!...
-¿Pende?...
-Pende de lo trajero que layas pegao.
-¡Ya!... pues a comer.
Y comieron... A los cuarenta minutos mas o menos, Calzones se puso en pié, y azuzó a D. Antonio.
-¡Hala, noj vamos!
Recogieron los achiperres, y bajaron al lugar del tiro. Después de unos minutos buscando, fue Antonio el que dijo: -¡Aquí hay sangre!. Calzones enseguida vió que era de panza, pero identifico un trocito oscuro en el suelo junto a la arrancada del cochino. -¡Esto´s jígado! No irá mu lejos. Dijo esto mientras clavaba un palo vertical en la huella de la chita del cochino. Señaló con el dedo en dirección a donde creía que había ido el guarro y empezó a andar despacio mirando al suelo. Con la punta de la escopeta señalaba aquí y allá pequeñas manchas acuosas con ligero tinte rojo.
–Corre empanzao, o sangra poco y lo perderemos, o se esta ensangrando pa entro y lo vamos a encontrá. Esto jolo tiene una cosa guena. Cuanto mas arroyo recorra ma cerca del pueblo estaremo.
-¡Sangre otra vez Calzones!...¡Cada vez más!... Sangre oscura…
-Er jígado, …este está muerto y no lo jabe. No irá lejo.
En realidad no habrían recorrido mas de doscientos metros cuando lo encontraron. Estaba gordo,… ¡pero gordo! y tenía una boca aceptable, aunque no en proporción al cuerpo.
-Ej un arbal. Mas rico tié que está. Lo apañamos y lo llevamos a cachos en dos viajes. Nos llevamos loj lomos ahora y vorvemos con la carretilla, questamos cerca der pueblo.
Sacó su navajilla de palo, y tras pasar la hoja un par de veces por una piedra de la orilla con un corte longitudinal en la piel dejó el dorso al aire, separando la carne del hueso de la columna con los dedos sacó los dos lomos con una facilidad digna del mejor matarife. Volvió a colocar la piel sobre la espalda. – Para que las moscas no hagan de las suyas. Y con los dos lomos en la talega, tomaron la dirección del pueblo al que llegaron enseguida. Por el camino, Antonio preguntó y preguntó a Calzones, y aprendió… aprendió…y… aprenderá y seguirá aprendiendo del autentico”maestro”. El mismo que comentaba de su amigo: “D. Antonio es un buen maestro, porque enseña lo que jabe y no prejume de hacerlo”.
Cuando dieron vista a la casa Calzones exclamó:
-¡Yastamos tos!. Ha llegao er Pablo y la arpía. ¡Que poco dura lo gueno!, y continuaron andando ya en silencio.