He estado fuera el fin de semana (No precisamente de aguardo) así que os dejo la segunda parte y en breve el final. Saludos.
Continuación.
-Tenía un cajón, con veinte o treinta cartuchillos, sin usá. Un domingo espues de comé, limpiaba el padre la Perra, y tenia las piejas encima la mesa, junto con unos cuantos cartuchos. A mi me se iban los ojo, detrás de los perrillos de lascopeta y de los caños gordos y lustrosos. Señale los cartuchos, y le dije a padre, ¿puedo cojé uno destos?. El me respondió que esos no le servían a la escopetilla de un caño. (¡Como si yo no lo jupiera!). ¡Ya lo jé! Pero me gustan, y en un descuido apañé uno. Luego cuando lo miré de fijo, vi que tenía unos perdigones mu gordos. Solo seis y del tamaño de la boca de la escopetilla dun caño. Sin pensá que lo que iba a jacé era una salvajá, desmonté aquellos garbanzos y le quité la munición a uno de oce milímetros. Con un garbanzo en el cartucho hize una bala del oce milímetros. Jacía tiempo que los marranos se comían los mirlos y los tordos de las costillas del monte como no estuviera listo. Y quería tomarme la revancha, por los cartuchos que mabian hecho perdé.
Un sábado, espues de acabá la faena, había estao cogiendo esparto hasta er mediodía, le dije a la madre que endispué de come me subiría ar monte y que iguá vorvia tarde. No había problema con que estuviera, a las cinco la mañana pal ordeñe.
Después de la siesta, que era sagrada y naide se movía en la casa hasta que se levantaba el padre, me cojí un cacho pan partio por la mitá y empapao por dentro en ajeite, y una calabaza dagua, y tiré pal monte apretao. Tenía las costillas puestas desde por la mañana, y había echado unos granoz de maíz pa reforzá. Llegué en un pispas porque entonjes tenía los pies ligeros.
-Que cabrón, Calzones, como si ahora no los tuvieses, que me cuesta seguirte por el monte a pesar de tus setenta años.
-Con ocho año no me pillaban ni las liebres. Gueno, sigo…No tenia mu claro lo que iba a jacé, pero lo que fuera lo tenía que jacé con el aire de cara, queso me lo había enseñao el padre. ¡Caza como quieras pero huele al bicho antes que er te huela a ti!. ¡Me icía siempre!. Me coloqué a cuatro metros de las costillas, entre dos matas de lentisco que casi se juntaban, sentao en el juelo. Pude ver lo que nunca había visto. Yo ponía laj costillas y recogía los pajaritos, pero nunca loj había visto caé. Aterrizaban y empejaban a picoteá hasta que la costilla pegaba un zarto con er mirlo pillao y los demás zalian volando. A los cinco minuto vorvian y se repetía la historia. Cuando habían lo meno una ocena, apareció un guarrete joven, y jempezo a comé los mirlos y los tordos como zi tar cosa, lo apunté pero me entemblaba tor cuerpo, tenía hasta frío y era agosto. No había forma de jacé puntería desa forma. Er marrano siguió cascando costillas y yo estaba mas azustao que robando melones a los pies de los jiviles. La ultima costilla estaba casi a mis pies, onde acababa la mata en la que estaba escuendío. Se acercó el marranete que a mí se me asemejaba a un burro, y aún temblaba mas. Se puso a comer casi a la mano, fui acercado lascopetilla con la mano derecha en la agarraera y la izquierda en la cantonera hasta llegá a poné la punta el caño a una cuarta de la oreja der marrano que no sabia coscao. Apreté el gatillo… ¡y aquello fue Troya!. Las copeta me zartó de las mano y me pasó rozando por la derecha, el marranete chillaba y los demás marranos que no había visto pasaban corriendo en toas direcciones. No se lo dicho nunca a naide, pero me cagué enjima.
Cuando to se queó tranquilo recuperé las copeta, el cierre se había estallao y un trozo de la bizagrilla que lo bajaba y zubia, había zalio dispará y mabía herido la mano erecha, pero solo un rasponazo sin importanjia. La boca las copeta había aguantao pero pa mi questaba maz grande. El marrano estaba listo que en er fondo era lo que me importaba. Si guervo a casa con las copeta rota y sin el guarro, se me cae er pelo, pero con treinta kilos de carne, la cosa zeria mas juave, pensé equivocao.
Me lave el culo y los carzones en el regato de agua, y me quedé secando ar zol hasta que pude baja ar pueblo. Treinta kilo de carne era mucho pa un chaval de ocho años. Busqué a mi amigo Jesús que le llamaban “Er Viriato”, y tenía dos años mas que yo. Se trajo una carretilla de mano de su padre y con su ayuda bajé el guarro der monte. Llegué a casa con cara de triunfo, y el padre ya me estaba esperando, barruntando algo. La madre unos metros por detrás con cara de preocupación.
El Padre dijo; ¡Viriato, pa tu casa, y llevate la carretilla!, ya hablaré con tu padre.( En ese momento me estalló en la nuca una señora colleja que me desplazo hacia adelante, y que no se porqué se ma pareció que podía haber sido ma juerte de lo que fué).¡Y tu tira pa entro! Me dijo a la vez que arreaba la colleja. Mientras entraba dijo entre dientes pa que yo lo oyera y la madre no, - ¡No vah a tené peligro tú ni ná!, y en voz alta ¡ya hablaremo tu y yo!. Y ma agrró las copetilla por el tubo y se la llevo pa entro. No la vorví a vé mas. Der cochino sa provechó hasta er aliento. Y no se vorvió a habla der tema, pero sa cavaron los cartuchos de oce milímetros.
-¡La leche, Calzones!, estás vivo de milagro.
-Bueno maestro, estoy vivo de “muchos” milagros. Estaba guena la tortilla papas ¿eh? “don Antonio”, que pena que saya acabao el clarete.
-Calzones, son las dos de la mañana, llevamos aquí desde las seis de la tarde, mañana es domingo, ¿que hacemos…? ¿Volvemos o que?...
-Digo yo, que estamos bien aquí, ¿no?. Damos una cabezá, y vemos si jentra algo da manecía. Pero jabrá que está callaitos.
-¡Hecho!
Y se arrebujaron los dos en sus mantas, para echar un sueñecito. Calzones dormía profundamente a los cinco minutos, pero el maestro no era capaz de conciliar el sueño, como la mayoría de veces que lo intentaba de espera. La zarza mantenía una temperatura interior agradable y les quitó el relente. Cuando empezó a clarear se incorporó Mario y a continuación lo hizo Antonio que solo esperaba a que su amigo lo hiciera primero. No había rastro de ningún bicho en los alrededores, la “zarza parlante” había ahuyentado a todos los que se acercaran. Pero Antonio no cambiaba aquella “noche de aguardo” por ninguna otra.
Salieron a cuatro patas de la zarza y se desentumieron un poco antes de pensar en desayunar.
-Como que ¿Qué vamos a esayuná?. Le dijo Calzones al maestro ante la pregunta de este. A dos pasos está la Era del Cisco, y tiene dos vacas suizas que dan una leche de primera, le cogemos “prestá” un poco de mié de las colmenas, que ya me lo tié dicho, y fijate la de moras que tié el zarzón. Las echamos en la leche con la mié y nos ponemos moraos. Señaló su taleguilla y sacó dos cazos de hojalata con cara triunfante.
Antonio no acababa nunca de asombrarse lo suficiente con Calzones. Le encantó la leche “caliente” tal como salía de la vaca, que fundió la miel, y el toque de “Chef” de las zarzamoras dentro.
-¡Eres un artista Calzones!, no quiero ni pensar lo que vamos a comer, porque yo no bajo al pueblo, que esta noche hay que matar un buen guarro.
-¡Pos algo comeremos! Y volvió a señalar la taleguilla, en la que al menos, como ya sabía el maestro siempre había, sal, pimienta, panceta y vinagre. –¡Ámonos! que vamos a da un paseo… Y se levantó calzones con una agilidad envidiable. Empezaron a andar por el monte aparentemente sin una dirección concreta, según le pareció al maestro. Sin embargo Mario iba a tiro hecho. Pasaron por un vivar de conejos donde puso dos lazos. (-Es temprano, así caen cuando se vayan a embocar, necesitamos uno pal almuerzo). Después fueron a la vera de un arroyo, que el maestro no conocía y le enseñó a coger esparto. Fueron también a una zona de pinos, mas umbría donde Calzones le enseñó lo que eran los tentuyos (- Estos jon los que los “finos” los llaman “boletos”), unas setas enormes que a decir de Calzones, a la plancha con ajetes y cebollinas están “pa corré a un fraile”. Cogieron tres o cuatro, y… a la talega. Cuando empezaba a apretar el calor pasaron por los lazos, en los que un conejo estaba dando saltos para soltarse del lazo y otro estaba ya listo. Calzones cogió el muerto y soltó al “nervioso” como él mismo lo llamó. La talega iba abultando. Parecía elástica.
-Ahora vamos a dí a un sito fresco, porque el Lorenzo aprieta de serio. Pero vamos a dí sin jacé ruio. Que vaj a vé.
Siguieron andando por una zona cada vez mas apretada en la ladera de umbría. Lo hacían despacio y Calzones explicaba al maestro las plantas y los tipos de arboles del bosquete. Al llegar a un recodo Calzones se paró en seco y fue avanzado a cámara lenta mientras que con la mano hacia atrás le decía a Antonio que se acercara. Bajo unos robles en el regajo había una charca, y en la charca, sumergidas con solo la cabeza la mitad del cuello fuera estaban tres ciervas.
-Esto es lo que te quería enseñá, la piijina de las pepas. Fiate lo agusto questán. El agua viene del manantío que está mas arriba, que a donde vamos a pasá la canicula nojotros.
-Están a tiro, ¿que hacemos?.
-Dejarlas, que nos forma de arrearlas candela.
-Antonio estuvo de acuerdo.