Dejaron atrás a las pepas en remojo, y continuaron ascendiendo por la umbría hasta llegar al manantial, que Antonio reconoció enseguida.
-Este es el manantío de los zarzones, donde dejamos la zamarra sudá, el otro día que queríamos matar un guarro grande.
-¡Siempre queremo mata un guarro grande “Maestro”!. ¡Claro ques esta!. Aquí vamo a echa una mañana fresquita. Y tenemos to el agua fresca que queramos. Solo hay que entrá a cogerla. Ajín que mientras yo enjiendo la candela, tu tagachas a cuatro patas y entras por el bujero der zarzón a por el agua.
Calzones preparó una fogata y en un lateral colocó tres piedras con una lasca plana de pizarra encima. Mientras se asaba el gazapo, colocó los tentuyos en la lasca de pizarra que tenia abundantes ascuas justo debajo, y los roció con sal y cebollinas silvestres picadas menuditas. Mientras Antonio había ido con la botella de agua al manantío. Se puso a cuatro patas y comenzó a gatear. El túnel era más largo de lo que él creía, pero estaba fresco y se ve que bastante transitado, por lo limpio del suelo. Llegó hasta el final y allí se pudo poner en pié para recoger el agua que caía de una roca llena de musgo y verdín. No pudo reprimirse y bebió agua directamente del chorro libre. Nunca había probado un agua tan pura como aquella. No pensó que el agua realmente pudiese “saber” a agua. Para quien no ha bebido agua directamente de un pozo o un manantial, todas las aguas tienen el mismo sabor, el anodino de las aguas tratadas. Después de beber embocó de nuevo a cuatro patas el túnel que le llevaba al exterior del zarzón. No mas de cuatro metros de túnel de zarzas y cuando estaba a mitad del túnel… se encontró de frente con … un enorme jabalí, que en dirección contraria se dirigía en pleno mediodía a beber a la charca que se había creado al pié del chorro. El cochino se paró a dos metros de aquel humano raro que caminaba a cuatro patas. La sorpresa fue mayúscula para los dos. Antonio miraba la boca llena de babas del macareno, que lucía unas navajas y amoladeras, chascandolas con el mismo asombro que tenía el maestro. Le llamó la atención que tenia media oreja izquierda, fruto de alguna pelea con perros o con algún competidor. Parecia decir “¿que demonio hace este bicho raro de cuatro patas en mi manantial”?. Ninguno de los dos se movía. Esta situación no duraría mas de unos segundos pero al maestro le parecieron horas. Estaba paralizado, pensando que aquel bicho se le iba a arrancar como un miura. No pensaba nada más que en la arrancada, y en que él no podría hacer nada. Se le ocurrió recular despacio, y cuando iba a empezar, sin saber cómo, el guarraco se giró en un espacio que no existía y en un arreón, salió zumbando hacia la boca del túnel. Lo hizo sin hacer ruido ninguno. El maestro no se movía, seguía a cuatro patas sin saber muy bien lo que hacer, hasta que en la boca del zarzón apareció la cabeza de Calzones desde arriba, que le preguntó:
-¡Maestro, en er tiempo que has tardao en recoger agua, he asao el conejo y los tentuyos y casi me los jamo, si no fuera sío porque tengo la boca seca. Ají que ajoma la cabeza y vamo a comé.!
-¿Lo has visto?
-¿Qué je jupone que tengo que vé?
-¡El pedazo de guarro!
-¿Onde?
-¡Coño Calzones. Se ha metido en el zarzón!
-¿Te las topao?
-Casi me topa él a mí. ¿Que dijiste que te hiciste en los calzones con ocho años?, pues yo casi me lo hago en los pantalones a mi edad.
Le contó detenidamente lo que había pasado, y a Calzones le costaba creerlo, si no fuera porque sabía que su amigo no le mentiría y menos en algo como aquello.
-¡Tié cojones, como ha salió en guarro del zarzón sin que me coscara! ¿Como iba a pensá yo…?... Pero a este l´acabamos dando un justo nojotros. En habrá que dejarlo tranquilo uno días, pero lo ajustamos, vaya si lo ajustamos.
El relato acababa una y otra vez en carcajadas de los dos amigos, y Calzones solo decía: ¡Tié cojones!... ¡Tié cojones!...¡Tié cojones la cosa!.
Comieron y se quedaron dormidos los dos a la sombra en aquel lugar tan fresco. Fue Calzones el que despertó al maestro diciéndole:
-Maestro, va a sé menesté, matá un guarrete, que no vorvamos con las manos vacias.
-¡Hecho Calzones!, ¿donde nos ponemos?.
-Nos vamos a poné separaos. Tu te vas a poné en un portillo cerca de aquí, cai hoy una buena luna y podrás tirá sin alumbrá niná, pero tate atento que tendrás un segundo. Yo voy a trasponé la laera de encima y me colocaré a la vorcá en otro portillo.
Para esa noche no tenían merienda pero se resignaron estoicamente. Llevaban mas de venticuatro horas de excursión y si tenían suerte estarían de vuelta antes de amanecer y si no…también.
El maestro se colocó donde le dijo Mario, a cuatro metros del portillo en la pared de piedra y pegado a la misma. Quedaba con la espalda apoyada en la pared. El portillo, al contrario que los que había visto el maestro otras veces en los muros de piedras, estaba en la parte baja y no en la alta como era lo normal. Era un agujero por el que se colaban las reses y que se había ido agrandando con el paso de estas hasta quedar muy amplio, como una puerta ojival. Normalmente se caian las piedras superiores y el paso de los animales iba tirándolas progresivamente, pero en este caso era un agujero muy particular. Para evitar rebotes se tuvo que colocar de forma que pudiese disparar a lo largo de la pared, a los que apareciera por el orificio. Mario lo dejó con sus cachivache colocados a su alrededor y una última advertencia.
-Andate espabilao, maestro, que van a pasá como aviones, de ligeros.
Y tiró para arriba, con la perra al hombro, dos balas en los tubos y los martillos bajados. El maestro lo vió perderse poco a poco, y quedó todo en silencio. A poco empezaron las mirlas a prepararse la cama. Y por el portillo el trasiego era constante, conejos, algún zorro, tres meloncillos uno detrás de otro, (que si los ve Calzones, les arrima estopa, de lo dañinos que son, según dice siempre). Aún de día pasó una cochina con cuatro lechones, que no pararon ni mirar.
-La cosa va a estar complicada, no se les oye y no se paran, ¡veremos!.
Se hizo de noche, pero la luna estaba fuera antes de que el sol se pusiera del todo, se veía bastante bien. A eso de las doce, le pareció oir ruido de piedras al otro lado de la pared y se preparó. Se giró un poco a la derecha y apoyó la palma de la mano izquierda en la pared, con el rifle encima por si se cansaba. Las piedras volvieron a sonar, ya estaba seguro que algo estaba detrás de la pared. La silueta apareció recortada en el muro poco a poco, pero no terminó de salir. Era un cochino macho que mascaba las navajas de forma amenazante, pero no era muy grande. Al menos la cabeza que era lo que veía. Apuntó a la cepa de la oreja. La veía bien y estaba muy cerca. Apretó el gatillo y el ¡bluuuum!, atronó la sierra. Juraría que oyó carreras al otro lado de la pared. El cochino quedó tendido en mitad del portillo. Iba a esperar a Mario, que bajaría al oír el disparo cuando escuchó el disparo inconfundible de la Perra.
-¡Joder, si Calzones ha hecho carne también!. ¡Que noche!.Dijo mientras miraba su guarro. Era un piñonero bien gordo y con poca boca, pero haría una tablilla decente y una caldereta excelente.
A poco vió venir la linternilla de petaca de Calzones, que llegó hasta unos veinte metros y se paró.
-¿Cas hecho?, preguntó Calzones.
-Un guarro macho, gordo pero sin boca.
-¡Ejo está bien!. Pos sube pa rriba, que yo tengo otro y me ayuda a bajarlo hasta aquí abajo.
- Voy para allá.
Le costó llegar al sitio donde Calzones, había apiolado a su guarro que era mas grande y viejo que el del maestro. Es mas, era un señor guarro, como dijo Antonio al verlo.
-Cuando tu le arrimaste estopa al de abajo, este se vorvió pa’rriba. Ejte era er señó, seguro. Er tuyo er escudero.
Cuando Antonio, lo agarró para arrastrarlo vió que el guarraco tenia media oreja izquierda, y le dijo a Calzones.
-¿Sabes Calzones?. No vamos a poder darle un susto al guarro del manantial de la zarza.
-y ezo porqué si pué saberse. (Jalando del cochino).
-Pues porque se lo has dado tu esta noche. ¡Es este. Le falta media oreja izquierda!.
-¡Tie cojones!, que bicho mas tonto. Este estaba diciendo, pégame un tiro, por javor. ¡Tié cojones!.
Terminaron la noche bajando la carne que pudieron y dejando guardada el resto para el día siguiente, pero eso es otra historia.