Estimados amigos, teniendo en cuenta que se acerca el periodo vacacional para muchos, y las conesxiones se pueden dilatar en el tiempo, os coloco el último capitulo que tengo escrito, y que por el tamaños se puede colgar de una vez. Tras el verano es posible que haya alguno mas. Pero por hoy está completo.
Saludos a todos y gracias por la acogida.
Capitulo VII
Calzones Sucios y los Furtivos
Al día siguiente del aguardo de los dos cochinos, muy temprano subieron los dos amigos a recoger la carne que quedó en el monte a buen recaudo. Como siempre Calzones la había dejado en la horquilla de una encina de forma que no se llenara de hormigas y atrajese a melones, zorros y otras alimañas.
En esta ocasión, cuando llegaron a la encina, la horquilla estaba vacía como la barriga de un perro vagabundo. Solo había algún resto de sangre seca. El maestro fue el primero en hablar mirando a la rama. –¡Las alimañas se han comido la carne!. A lo que contestó Calzones mirando al suelo.-¡Las alimañas de dos pata!, ¡La mala madrelos parió!. Estos jon er Carmelo y er Guindilla.
-¿Como lo sabes, Calzones?
-Porque jai dos pisás. Una dun japato grande, La der Carmelo, ques como un ropero, de grande y otra pequeñaja y con zuela-esparto, ques la der Guindilla. ¡Dios los cría…!.
Continuó explicándole a Antonio, que Carmelo había estado en el penal por pegarle una paliza a un pariente, que le zurraba la badana a su costilla hasta que esta desapareció y que era un “mar bicho”.
–Er Guindilla, es pequeñajo y conzumio, fue municipal en Villarba pero se lió con las drogas y lo´charon. Un endividuo con poco seso que sa dejao llevá por er mar camino. “¡Tié cojones!”, “¡Cagondiez!.
El uso de sus dos “tacos” favoritos juntos significaba que el grado de enfado había llegado a cotas altísimas. Estaba seguro que los dos individuos de marras se habían llevado la carne sabiendo que era de él. Hasta estos “malamadre” le tenían aprecio y respeto, pero el caso es que se la habían llevado, a pesar de todo el respeto, porque les constaba que Calzones se callaría y no formaría ninguna trifulca. Además tampoco él, tenía ningún papel, por lo que estrictamente también era medio furtivo. Por este motivo, el sargento de puesto quería echarle mano, para ascender en el cuerpo y salir de aquel pueblo. Pensaba que Calzones era una presa menos complicada que los dos delincuentes, con los que no se atrevía. El sargento era flojo como un Mendo, u estaba gordo como una perola, por lo que siempre intentaba actuaciones sin complicaciones. Sin embargo el cabo de la benemérita era una buena persona y hacía honor al uniforme que llevaba, y del que estaba orgulloso. Sabía distinguir a un furtivo de un serrano sin papeles a kilómetros, y en alguna ocasión le había pasado aviso a Calzones de que iban a por él. Por otra parte no se paraba si había que echarle el guante a un individuo de mala ralea, sin importarle el riesgo. Calzones decía de él: -¡Ah! si to los jiviles fueran como el Cabo. ¡Otro gallo nos cantara!. El resto de los números del cuartel eran buenas personas, pero tenian que cumplir las ordenes, por lo que Calzones si podía los evitaba en el campo.
-¡Estos dos prenda, je van a enterá!. –Volvió a decir.
-¿Qué vamos a hacer? Preguntó el maestro.
-¡Pos mandarlos a onde tién que está, ar calabozo!.
-¿Los vas a denunciar, Calzones?.
-¡Yo no hago eso!. ¿Tu mas visto cara de enunciá a arguien?. Se van a enunciá ellos jolos. ¡Cagoendiez!. Estos je enteran, quitarme a mí la carne, y sin jambre. Porque si juera por jambre, no izia ná, pero es por vicio. ¡Jon mala gente!. ¡Tié cojone!¡Tié cojone la cosa!.
Los dos amigos se volvieron al pueblo, con el semblante algo mustio y no se volvió a hablar del tema. Unas semanas mas tarde volvieron a las andadas y en esa ocasión Calzones abatió un bonito venado de diez puntas, muy simétrico y perlado, pero sin contraluchaderas. No era una gran trofeo pero visto de lejos abultaba. Bajaron los lomos, los solomillos y los jamones del tirón y dejaron los cuartos anteriores con piel y cabeza incluida en otro sitio distinto al de la última vez que les apañaron la carne. El maestro no estaba muy conforme con dejar la carne en el campo aunque fuera en un sitio diferente, pero no podían con todo de una vez. Tal como dejaron la que transportaron, en el arcón de la casa y repartida en lotes para poder ir consumiéndola poco a poco, salieron de la casa y al contrario, de lo que esperaba el maestro, no subieron al monte sino que Mario se dirigió al bar de Juan.
-¡Amos a echá un rato de vinos! Dijo calzones, cuando vio la mirada escrutadora del maestro.
-¿Pero no vamos a ir por la carne y la cabeza del venao?. ¿Mira que si nos la quitan como la otra vez?... que hay mucho mal bicho, como tu dices, por aquí.
-¡Mañana jubimos!, -y le guiñó un ojo-, ahora unos vinos y unas jolivitas, ¡que no lo jemos ganao!.
En el bar de Juan, los vinos fueron abundantes, y alegre con el clarete, a Calzones se le soltó la lengua y empezó a relatar. Contó a los “intimos”, el pedazo venao que había apiolao, sin dificultad alguna. Alardeaba como nunca de haberle pegado en “ to er jitio”, “sin estropeá la carne”, y el venado empezaba a tener mas puntas de la cuenta, a medida que caían los vasos de clarete y tinto, que de los dos tomaba. “Diejijeis puntas tié”, y “jimetrico telaa”. Antonio, que solo había bebido dos vasos de clarete, veía como su amigo, que estaba algo mas que achispado, perdía su moderación habitual, y contaba cosas que era mas prudente callar.
-Calzones, deberíamos irnos, que mañana tenemos faena…
-¿Que ices Maeestro?...amos a tomarnos la penúrtima, que estamos echando un guen rato aquí con los amigos de verdad. Questo nostá pagao. –y se ponía otro vaso de vino-.
El maestro no estaba dispuesto a dejar a su amigo en ese estado y continuaba con él, pero ya sin beber. Mientras que Calzones cada vez levantaba más el tono de su voz, como le pasa en general a los borrachos. A esas alturas ya todo el bar sabía donde estaba el venao, cuando iban a ir por la carne, y todos los detalles que había contado. Menos mal que en el bar de Juan todos eran buenos amigos de Calzones.
Justo cuando se iban a ir, y Calzones había aceptado de buen grado que ya se había tomado la ultima, apareció como todos los días a esa hora el sargento gordo de la benemérita, el que le tenía ganas a Calzones. Sabía que hacia sus faenas en el campo y que no había forma de pillarlo, entre otras cosas porque al sargento le costaba trepar por esas sierras y el cabo, como ya se dijo, no estaba por la labor de pillarlo. Pero cuando vió a Calzones “puesto”, le espetó: -¡Calzones!, ¿no crees que ya has bebido bastante?. ¡Haber si te voy a denunciar por desórdenes …!
-¡Ejtoy jelebrando, mi sarjento! … Los amigos, incluido el maestro, se quedaron blancos. -¡A ver como acaba esto! Pensó Antonio. El maestro se acercó al sargento cuando este cruzaba la puerta del bar hacia la calle con una mano en el hombro inestable de calzones, que no paraba de hablar.
-¡Sargento, buenas noches! –Le saludó con corrección a la vez que alargaba la mano para estrechar la del sargento. Este se volvió y antes de corresponder al apretón de manos se cuadró y saludó al maestro.-¡A sus ordenes Don Antonio!, y ya estrechándole la mano le pregunto por su salud y la de su familia. El sargento aún tenía un niño en edad escolar y Antonio era su maestro. Antonio le comentó que extrañamente, en contra de lo que era habitual, y sin darse mucha cuenta, había inducido a Mario, mientras charlaban a beber algún vino de mas, y que este como no estaba acostumbrado se había achispado un poco. A lo que el sargento, que ya había oído lo que quería, le contestó que no había ningún problema, si él se hacía responsable de que llegara a su casa sin que se produjese ningún incidente. El maestro, “por supuesto”, como le dijo al sargento, se hizo cargo de su amigo y ambos se dirigieron a la calle donde los dos vivían. A Calzones el incidente, del sargento parecía que lo había despejado, porque empezó a hablar en un tono más normal, y de forma prudente como era su costumbre.
Antonio, viéndolo mas centrado, le comentó, mientras andaban…
-Anda que casi nos metemos en un lío, ¿eh Calzones?.
Calzones se paró en mitad de la calle mirando al maestro con una sonrisa de borrachín picarón en la cara y le contestó, con una voz clara y diáfana. – ¡Maestro, que poca malicia tiés!. Esta noche está er Guindilla y er Carmelo una jora ante de que jueramos a dí nojotros por la carne, en la mesma jigüera onde la dejamos, y lo meno otra jora ante está er sargento esperando a pillarme y a ajegurarse loj aprobaos de su chavá. Pero la que se va a liá no laspera ninguno dellos. La pareja sinvergüenza, cargá de antejedentes va a está en el calabozo una temporá pa que se le quiten laj gana de quitarle ar carjone una filetá. ¡Que la cazen ellos! ¡Cagóndiez!. Y er sargento mardiciendo no haberme pillao a mí, …ni haberle pillao a usté, que le hubiese servio pa jacé la vista gorda, y tenerle comprometío.
Lo predicho por Mario se cumplió punto por punto, con precisión cronométrica. El sargento, se presentó en la higuera donde estaba la carne bien temprano, acompañado del cabo y tres números. Tras comprobar desde alguna distancia, que la carne y la cabeza del venado estaban donde había insinuado Calzones, se ocultaron en la vereda de vuelta al pueblo a esperar. Carmelo y el Guindilla aparecieron por la higuera, dando un rodeo, una hora antes de la hora que a Calzones se le había “escapado” en el bar. Pillaron toda la carne que había y la cabeza con el pellejo del venado. Se decepcionaron un poco, cuando vieron que el venado no era tan grande como había presumido Calzones, y que seguramente a consecuencia del robo anterior no habían dejado muchas piezas buenas de carne, solo las paletas, algo estropeadas por el disparo y el costillar. Pero mas se decepcionaron cuando les dieron el ¡Alto a la guardia Civil! en la vereda de bajada. Carmelo supo inmediatamente que Calzones se la había jugado y el Guindilla se meó en los pantalones. Nunca mas volvieron (cuando “volvieron” de la cárcel, a la que fueron porque eran multi-reincidentes), a molestar a Calzones ni al maestro, y procuraron no cruzarse siquiera en su camino.