Este es sin duda el relato más personal que comparto con vosotros y seguramente el más chapucero pues últimamento ando un tanto descolocado.
Por suerte parece que la tormenta pasa de largo y ya la contemplo irse desde mi puesto sin mojarme siquiera las botas.
La parte que ha escrito mi hijo es de su puño y letra, yo solo la he corregido pero conserva toda la frescura y la inocencia de un chico que ya sabe lo que es la pasión por la caza. Si os gusta podeís felicitarle directamente a él me consta que estará pendiente.
Una vez más me veo obligado a publicar por mensajes porque tanto los adjuntos como los mensajes son insuficientes para tantos caracteres.
Saludos Amigos, Compañeros y Visitantes del Foro.
El calor.
A pesar del viento reinante el calor se hace demasiado pesado para estar a pleno Sol. El aire se muestra cargado, irrespirable y denso. Más no quisiera estar en otro sitio en esta tarde y a esta hora. Me pesa, me pesa como una losa, igual que una enorme y pesada losa de hormigón sobre el pecho, que de momento no puedo quitar por más empeño que ponga en conseguirlo. Ojalá y dependiera únicamente de mí. Como otros cientos de veces que he tropezado en la vida, la mandaría bien lejos de un puntapié aunque perdiera las botas en el trance.
Me he sentido tan acosado que he preferido borrar algunos de mis trabajos y aportaciones en internet así como casi todas las fotografías en varios de los foros que comparto con amigos. Poco significativas por separado pero demasiado reveladoras en malas manos que decidan perder el tiempo en andar buscándome las vueltas. Mucha presión para alguien que gusta de tener su vida dirigida por el mismo, demasiadas señales de que los perros los andaban cerca. Aunque parece que los he despistado; haciendo gala de mi lobuno y la vez humanizado instinto creo que les he dado esquinazo. Y aún así he decidido dejarlo, dejar la tierra por la que bebo los vientos y en la que un día pretendo descansar.
Ya no quiero ver desaparecer las costumbres y los animales por los que he perdido el sueño. No quiero ver ni ser partícipe de su exterminio, ni que por descuido alguien pudiera confundirme con uno de esos seres sin alma que presumen de cazadores y ni siquiera quieren a su perro ni limpian su escopeta. Me duelen los ojos cada vez que miro al mejor bosque del coto y lo veo perdido sin trabajar, más que un serio candidato a arder como una tea ante el mínimo intento de cualquier desaprensivo. Mientras los próceres locales celebrarán la enésima restauración de la iglesia como si todas sus piedras valieran lo mismo que una hectárea de ese monte
Han nacido en esta tierra y sin embargo no la aman, les importa poco verla desaparecer, esquilmarla, arruinarla y luego supongo que echarle la culpa al más incauto. Ese no seré yo, les conozco demasiado para servirles de carnaza. No estoy dispuesto a ello, prefiero mil veces abandonarlos a la suerte que ellos mismos se han buscado con su inconsciente majadería. Me voy y sin embargo me duele tanto. Desde la distancia del sitio donde vivo jamás imagine cuanto me costaría dejar mi hogar, el campamento que he levantado con mis manos, humilde pero mío, para mí y mi pequeña familia.
A pocas horas de ocupar el puesto estoy por estar, mirando lánguidamente el precioso paisaje que a mis pies se extiende y que me ha hecho comprender de un solo vistazo porque amo tanto a esta tierra. Pese a no haber nacido en ella la adopte desde muy niño como “mía”, sin despreciar un ápice a la que me alumbró, llena de naranjos, caballos y palmeras. Me conquistaron sus buenas gentes, sus tradicionales usos, sus arcaicas costumbres y su maravilloso paisaje. En ella me siento más vivo y más libre que en cualquier otro lugar de la tierra.
Ya casi ha pasado y sin embargo me pesa, el golpe ha sido muy duro. Tras la resaca que deja un mal trago, intento consolar mi alma con la preciosa estampa que nube a nube desgrana la serrana tarde. Mirando cara a cara a la mitad de mi vida, a la mitad de lo que soy, y al fondo donde la vista apenas alcanza, el puesto que ocuparé esta noche. Desmotivado, pasando la tarde con mis perros en las eras que hay detrás de mi casa. Llenando mi pecho con el aire cargado de gratos aromas y mis sentidos con tantos colores que me impiden mirar hacia otro lado. Lástima el ánimo no acompañe.
Los perros apenas se mueven para no jadear, Aquiles es quién más sufre pues el espeso manto que luce en su alargada espalda es toda una garantía para asarse vivo. Se tiende a mi lado, me mira con sus ojillos negros vivos y despiertos, mientras entreabre su enorme tenaza en forma de boca para dejar escapar algo de calor. El calor, ese calor que yo apenas siento y que hago esfuerzos por sentir. Uncas recorre las aliagas tras los rastros de los conejos, no se cansa de tentar la suerte y tal vez trincar alguno que haya salido de su madriguera buscando un poco de aire.
El cochino grande que esperé mes tras mes creo que ha muerto. Herido y no cobrado, la peor muerte que puede tener un animal noble como era él. Y mi puesto de siempre, ese que pretendía conservar como mi atalaya perpetua donde observar las estaciones y la vida ha sido mancillado una y mil veces. No le echo la culpa a nadie, no se pueden cambiar las costumbres de la gente de hoy para mañana. Tampoco hay normas escritas que les obliguen a respetarlo y las hayan ofendido simplemente creía poder conservar el mismo rincón durante algún tiempo más con el nulo derecho que me confiere el haberlo descubierto y cuidado.
Pero si hay una cosa que tengo bien clara, es que el rostro más inocente es el más taimado y el más tonto hace aviones. En más de veinte años cazando mientras no conseguí hacerme con un guarro todo eran sonrisas y consejos y ahora que voy matando alguno es normal que anden siguiendo mis pasos, con eso ya contaba. Y ya de por si lo tengo difícil viviendo a bastante distancia y asimilando los cambios del campo cada vez que vengo. Es muy cambiante el paisaje y las labores para acechar a los guarros sin saber sus pasos, sus querencias las conozco pero creo que no va a ser suficiente. Otro escollo a salvar es la normativa que te impide cazar con luz artificial en invierno usando solamente el visor, Además de poder hacerlo únicamente durante dos horas. Quizá quién use un visor aceptable pueda permitirse el lujo de tirar un guarro en semioscuridad, pero no es mi caso, cada uno tiene el equipo que puede permitirse y el mío es de los malos. Qué le vamos a hacer. Mal pinta la cosa, sin apenas menor y con la mayor cada día más limitada.
La decisión está tomada, demasiados escollos en el camino contra los que luchar sin salir malparado sin encontrar la paz y sin saber a ciencia cierta si al remate valdrá la pena la lucha. Estoy cansado ya, mi novela está aparcada desde hace tiempo. No consigo encontrar la suficiente estabilidad mental y emocional para centrarme en ella y seguir un hilo con acierto. En una ocasión un verdadero escritor dijo que para escribir bien lo mejor era tener el alma atormentada. Si eso es cierto y consigo volver a centarme va a quedarme una novela de puta madre.
Igual que he dejado el puesto dejaré esta tierra que parece querer expulsarme a golpe de normativas y estupidez. Ya sea en la caza o en otras cuestiones nada triviales he pagado muy caro el celo con el que ahora se vigila a la gente. Mientras antaño unos hicieron caso omiso de tales leyes y hogaño a otros se lo siguen permitiendo, yo me he visto obligado a pasar inadvertido para no tener problemas. Mientras otros pasean con descaro sus desmanes. Por no tener el padrino adecuado, por no conocer a tal o cual personaje de dudosa honestidad he gastado más dinero del que en principio tenía previsto. Y la verdad que nunca lo quise, siempre he creído en la igualdad y la justicia, solo que últimamente cada vez creo menos. Quizá sea por tenerla siempre de espaldas.
He quedado con otro socio donde me iba a poner esta noche. Por cortesía y sin compromiso. Ha tenido el hombre el detalle de dejarme un permiso en el parabrisas por si quería salir de recogida, ya casi le he perdonado que destrozara los cuartos traseros de “mi gorrinazo”. Mi pequeño me acompaña y no quiero ni sustos ni sobresaltos. Sus palabras mientras hablábamos fueron las mismas de siempre-No hay gorrinos-. Las mismas que me dijo la última vez que estuve aquí, esas que andaban en boca de todos y les quitaba el salir de caza. Esas de las que yo me reía mientras escuchaba casi entrar al marrano y me golpeaban las sienes mientras le ponía la cruz del visor a un corzo que fallé.
Mi puesto se encuentra unos tres kilómetros en línea recta hasta donde me hallo. Lo percibo con toda claridad en la lejanía, una charca que más que charca es pozo. Situada a la orilla del monte, junto a una siembra de cebada que no se ha segado porque el pedrisco la arruinó. Agua, juncos y barro líquido y espeso al que espero acuda algún guarro a beber y a rebozarse esta noche. Entre la cebada y las pipas que no levantan tres palmos hay un leve reguero por donde el monte se alivia cuando el agua le rebosa. Seco, pero rico en seca vegetación de la que solemos usar los predadores para ocultarnos de la vista de nuestras potenciales presas .Es un puesto bonito y con muchas posibilidades que ha pasado inadvertido a casi todos, donde disfrutar de la gran noche y la luna que se avecina. La pasión debería ponerla yo pero eso deberá quedar para otro día, hoy me conformaré con actuar por instinto.
El puesto.
Tarde hemos salido, más no hay problema en ello dado lo corto del recorrido y la cercanía del puesto al camino. En poco menos de media hora estamos perfectamente colocados y camuflados entre las dos tierras que el barranquete se empeña en separar. A pesar de hallarme distraído y cometer la torpeza de olvidar el repelente y el móvil mucho antes del ocaso estamos bien integrados y el campo está tan tranquilo que no advierte siquiera de nuestra presencia. El incómodo catrecillo sin respaldo apenas me molesta, quizá otro día pudiera resultar pesado pero hoy no hay espacio ni siquiera para la queja.
Solo apatía, mediocre y sincera apatía que de no ser por la fortaleza de mi espíritu montaraz de seguro ganaría la partida y me dejaría abatido en cualquier esquina o rincón sin más ocupación que la de hacerme viejo.
Una corza sale gateando del mismo pozo, felinamente avanza por las cebadas y no se levanta al alcanzar las pipas. Se niega a mostrar su cabeza a descubrirse entre la espesura. Es curioso como se adaptan los animales a las circunstancias, y algo de insólito también tiene que el cazador que esto escribe haya aprendido casi todo lo que sabe de ellos. La meto en el visor y compruebo que no tiene cuernos lo que sin duda le salva la vida. He sentido en el pulso un leve acelerón pero no el suficiente para que afloren los nervios. Si he de recuperar mi alegría que sea mejor mañana, ahora mismo tengo que apiolar un cochino mucha serenidad es lo que preciso.
Y serenidad encuentro entre todo aquello que tanto quiero, el paisaje que cien veces recorrí rifle o escopeta en mano y que mi arco jamás verá. El arco ese arma que te acerca tanto al animal que te deja atraparlo sin ayuda de la pólvora, simplemente con tus manos. Casi mágico, casi primitivo si no fuera por la cantidad de chismes que se hacen necesarios sin duda para asegurar la rápida muerte de las presas. Como pretender usar un arco en un sitio donde no se caza con cebo, es poco menos que imposible averiguar los pasos de los jabalíes desde la distancia. Únicamente con indicios y mi instinto habría de colocarme y tener la suerte de que entrara cerca.
El viento que por momentos parecía haberse echado revive ahora con cierta firmeza para hacerse sentir y yo se lo agradezco. Cruzado desde lo alto, por donde espero ver llegar a mi oponente que no se si ciertamente será versado en burlar las escopetas pero de buen seguro sé que a los humanos los conoce. Demasiado concurrido esta el monte como para pasar inadvertido a sus ocupantes. A estas alturas los guarros andan ya con siete ojos, tantos como para no dejarse ver, oír, ni dejar rastros-<No hay gorrinos>- vuelve a estallar en mi sesera y no tarda en aflorar una tenue sonrisa.
Veinte metros a mi derecha tengo un gran pino majanero con las ramas hasta el suelo, casi en mitad de la cebada que escarpadamente sube hasta el monte en una cuesta mucho más que respetable. Y mi instinto que es mucho mayor que mi experiencia me advierte que el visitante de llegar lo hará por ese lado.
Ahora mi hijo bebe de su botija de ciclista, el jodío hace más ruido destapando y tragando del que nunca ha hecho. Lo miro con brasas en lugar de ojos y para que deje de hacer el cenutrio por un rato. Sigue con la ruidera y ni siquiera me enfado, me limito a advertirle que o deja la botella o nos vamos y jamás volverá conmigo a una espera. Obedece, sin duda sabe que hablo en serio y que de no cesar en su actitud vera cumplida mi torpe amenaza. Es la peor parte que trae consigo la paternidad, odio de veras coaccionar a la criatura que más quiero. Deja el bote destapado porque no puede cerrarlo, como se trague algún bicho ya la hemos liado. Presiento que pronto tendrá ganas de orinar y si comienza a menearse antes que enfadarme con él levantaré el puesto menos apasionado que he vivido en mi ya larga vida de cazador.
Un tejón, bulle entre la cebada al lado del pino, gruñendo y montando gresca por aquí y allí. Ellos me enseñaron la diferencia entre tejón y gorrino, experiencia aprendida a base de errores más que de aciertos. La guardo como un tesoro en la librería de mi memoria para hojearla y repasarla cuando es menester. En el cajón de al lado guardo otro tesoro, la sabiduría aprendida de un buen puñado de amigos que tienen la generosidad de compartirla conmigo en la red y a ratos personalmente.
El maldito teléfono vibra y suena, recibo el mensaje de un amigo que también está puesto, no distará del mío ni cincuenta kilómetros. A su bonita y familiar foto le contesto con la mayor celeridad, cortesía y sinceridad que el momento requiere.
Se escucha el tejón carear por la siembra y se acerca tanto hasta nosotros que poco antes del ocaso se encuentra de frente con mi hijo, regruñe y da un respingo. Sale de espantada unos cuantos metros y continúa más despacio refunfuñando como un agüelo que ha perdido un botellín al tute. El chaval ni se inmuta, le miro, le admiro y adivino una leve sonrisa bajo la máscara. Ya los conoce, los quiere y le caen tan bien como a mí.
Ya ha anochecido, el viento arrecia y la luna luce creciente y bella como nunca. Orlada a ratos por los tenues visillos luminosos de las nubes que contrastan suavemente con el negro y aterciopelado manto de la noche. Desde su cenit derrama su blancoazulado reflejo que se posa sobre la siembra haciéndola la zona más insegura del lugar. Menos mal que las nubes la ocultan por momentos y estos serán los que yo aproveche para girar camaleónicamente la cabeza.
El tiro al pozo es más bien complicado, si el animal tuviese por capricho introducir su corpachón sin aviso habría que estar muy atento a su salida o se escurriría en el espeso matorral. La verdad muchas esperanzas no tenía, pero precisamente por eso, por tratarse de un “día tonto” y de desgana, valía la pena aguantar un rato más. Otro tejón o quizá el mismo come detrás del pino, roe sin gruñir y a ratos parece masticar y tronchar las pocas espigas que la piedra ha respetado.
No se la hora, no quiero saberla. Cuando me pongo jamás miro el reloj hasta que me marcho. Me dedico a disfrutar del momento y el paisaje. Y hoy a volver a cavilar sobre la única y recurrente cuestión que ocupa mi vida desde hace días y que se hace insoportable desde que ayer llegué aquí. El dejarlo todo por la todavía intangible promesa de un nuevo coto mucho más cercano a mi casa. Un coto donde acudir más a menudo aunque no tenga raíces hincadas en sus tierras. Un tenue masticar al otro lado del pino me pone en alerta, un bufido largamente aspirado me indica que quizá tras el pino el tejón que come desde que anocheció pese algo más de cincuenta kilos. Habrá que esperar para saberlo.
Por el camino pasa un coche sin luz, está a mi espalda y aunque no lo puedo ver se perfectamente que tramo del camino recorre a cada instante. Por momentos me alarmo y si creo escuchar que detiene su marcha le soltaré todas las candelas del foco en plena cara. Para deslumbrarle y evitar que dispare hacía nosotros. Quién sabe si además de cegarlo le joderé cinco o seis mil pavos en visor nocturno. No estoy en contra de esos aparatejos al contrario son útiles si se usan con cabeza para evitar matar hembras solitarias, pero carrilear con ellos no puede considerarse ni ético ni legal.
Habrase visto la inconsciencia y la estupidez en gente que está harta de matar gorrinos. Que ansia y que majadería demuestran. Definitivamente estoy de más en este coto, yo también llevo rifle y jamás me he comportado ni me comportaré de esa forma tan estúpida e irresponsable. Ya sé que entre amigotes cuentan sus andanzas y mentiras para ver quién la dice más gorda. ¿Pero cuando se encuentren solos o se miren al espejo También se creerán cazadores? Yo creo que no, creo que en su fuero interno guardarán alguna mala experiencia o algún remordimiento que les escupa en la cara lo contrario.
El frío atenaza ahora mis orejas y cuello que acostumbran a estar tapadas nueve horas al día, sienten el aire helado y me causa más desazón que frío. Mi vejiga comienza a estar llena, más no estoy dispuesto a moverme hasta no asegurarme que tras el pino hay un tejón y no un cochino tirable. Un par de veces le he escuchado resoplar y aspirar el aire. Le pido a mi hijo una braga polar que llevo en la mochila tan despacio que ni siquiera me escucha, al cabo de dos intentos desisto del empeño por no hacer más ruido. Toca aguantar, sin pasión pero con calma, quién sabe quizá así en el caso de que entre un marrano grande seré capaz de acertarle en lugar de fallarlo como hice con el último.
Los bocadillos “de espera” de lomo reseco y morro frío esperan en la mochila a ser devorados pero ninguno de los dos tiene hambre ni ganas de hacer ruido. El chico me tiene sorprendido por su aplomo y afición, tras la reprimenda del agua aguanta la sed, el hambre y el dolor de posaderas como un jabato. Me advirtió que le dolían las nalgas por estar sobre la tierra y yo le dije que a la próxima se trajera un cojín, en esta le tocaba aguantar. No se mueve, igual que el ruido que está en el mismo sitio, que aunque se detiene varias veces parece estar en el mismo sitio. No es un tejón.
Tras las ramas más bajas del pino que casi rozan el suelo me parece advertir sin verla una figura aunque no sabría decir de que animal se trata. La presiento como algo natural, no me parece nada extraordinario ni paranormal intuir un animal tras la espesura. Tampoco creo ser el único cazador capaz de hacerlo. Sé que está y espera poder salir de las sombras en cuanto se cerciore de que no hay peligro alguno.
Esperaré, ahora que ya estoy casi seguro de que se trata de un cochino. Estará oculto un rato más y seguramente aprovechara que las nubes oculten la claridad delatora de la luna reflejada en la siembra para salir de su refugio.