Seguramente el noviazgo montero mas notable de la historia fue el protagonizado por don Juan de Borbón, conde de Barcelona, padre de don Juan Carlos I. Aquella real hazaña la narró hace dos lustros el marqués de Laula en la revista Trofeo con el título de ''Juicio al Rey''. Debido al destierro de don Juan, la montería suponía una incógnita para él y esto se solucionó en La Toledana un 29 de diciembre de 1.976 abatiendo el conde dos venados e hiriendo a otro. Había pues que celebrar el noviazgo con su correspondiente juicio. Mas hacerlo en la forma tradicional era comprometido e irrespetuoso. Así, el marqués de Laula solicitó ajusticiar a la justicia como se efectuó en la Edad Media con don Pedro ''El Cruel''. Iñigo Laula recordó que ese rey había ordenado una ley severísima contra duelos y su primer transgresor resultó ser el propio soberano, manteniendo una lucha mortal con un rival en la noche sevillana. Pero por esas casualidades de la vida, don Pedro fue reconocido por un testigo y resolvieron la situación ajusticiando al rey en efigie habiendo desde entonces una cabeza de piedra dentro de una hornacina en la calle de su nombre en la capital hispalense. Así, el marqués de Laula fue juzgado en nombre de don Juan de Borbón. Efectivamente, el noviazgo montero es una inefable barbaridad no apta para personalidades de tal calibre. Aunque como todo lo que está aconteciendo con la caza, se está olvidando o convirtiéndose en un trámite sin pena ni gloria. Ya en las monterías no se conoce casi nadie, excluyendo las pocas peñas de amigos supervivientes de este pandemonium montero. Por tanto y lógicamente, al cazacantano no le apetece en absoluto que unos desconocidos lo pongan de sangre, tripas, harina y huevos hasta los tobillos. Si la acción de ese día es de esas escalofriantes, haber quién es el guapo que después de desembolsar medio kilo de los de antes levanta la mano para autoinculparse. Nadie quiere que lo bauticen y con razón, conociendo las barbaridades cometidas con anteriores reos. Era popular dejar al novato en calzones atado a una encina o hacerlo pasear por las calles del pueblo en pleno enero después de una mano de sangre y porquerías varias untadas por toda su anatomía. O lo acollaraban con dos mastinacos, arrodillado, metiéndole los perros unos lametones preocupantes para su integridad física. La sentencia era fácil que le costara una cena con caja de whisky incluida amén de las propinas pertinentes a los perreros participantes. Estas situaciones se han ido descafeinando y lo que podía ser una cruel celebración pagana, se está convirtiendo en un rito cristiano y piadoso. Se sienta al ''reo'' en una silla pertrechado de puro y cubalibre en sus manos. Se le pone una capa impermeable con lo cual la ropa no sufre las averías propias de antaño y a lo sumo se saca la piel de la cabeza junto con las orejas de la res en cuestión poniéndoselas por sombrero, un poquito de sangre, las fotos y ya está. Lo peligroso en estos casos es que la novia del novio lo haya acompañado a la montería y con tanto, ¡VIVA EL NOVIO¡, se le remuevan las ideas que para eso como para todo las mujeres son muy finas y exija nada mas arribar a casa la inmediata fecha de la boda, que con tanta caza y tanto amigo se estaba demorando demasiado, con lo cual el venador pasará de nuevo montero a comprometido cazador cazado.