Esperas al Jabalí


Un año de caza.

Autor Tema: Un año de caza.  (Leído 9973 veces)

Desconectado Manuel

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Un año de caza.
« en: Septiembre 16, 2014, 12:47:24 pm »
Os dejo el relato/crónica del último jabalí que cacé hace unas semanas y de parte del tiempo que pasé tras él. Perdón por el tocho, pero me resulta muy difícil resumir todo un año de sucesos, y aunque he intentado abreviarlo y omitir algunos temas más o menos irrelevantes me sigue resultando demasiado extenso. En fin, ahí queda... :

Un año de caza.

Arrancaba el mes de septiembre del pasado año, y una de sus tardes, tras el trabajo, mientras daba un paseo con mi foxterrier por el campo, encontré unas huellas atípicas. En la agrietada tierra seca se distinguía una discontinua línea formada por profundos surcos, causados por un animal a su paso. Aquello llamó mi atención, pero no podía asegurar a que tipo de animal pertenecían, pues en la zona pastaba un ganado de ovejas y cabras y podían pertenecer a alguno de sus grandes machos.

Unos días más tarde volví por allí, de nuevo a pasear, pero esta vez mucho más atento a los posibles rastros desde el momento de mi llegada. No tardé en encontrar lo que buscaba, pues además de las grandes huellas en distintas direcciones, las inconfundibles hozadas de un jabalí levantaban el terreno en un discreto rincón rodeado de maleza. Nunca había sido mi tierra abundante en jabalíes, aunque cada vez se cazaban más, siempre solía ser en las sierras cercanas, pero sin duda, se trataba de un gorrino, y de buen tamaño por el porte de su zapato.

Aquel cuartel del coto era la zona de huerta, que antecedía al campo también en cultivo, que subía faldeando hasta la sierra. Se trataba de una zona salpicada de pequeños bancales donde se cultivaba en su mayoría árboles frutales de varios tipos, intercalados por otras tantas parcelas de distintos tamaños, ya abandonadas de labores agrícolas hacía tiempo, y donde la falta de labranza desde décadas, había dado lugar a marañas de grandes arbustos entrelazados con  viejos troncos y ramas caídas, casi impenetrables para el ser humano. El árido clima levantino azotaba el lugar, pero quedaban algunas azarbes sin entubar por las que corría el agua de riego cuando bajaba la tanda, y en las que en determinados puntos protegidos por las grandes sombras del arbolado, el barro aguantaba varios días o semanas dependiendo de la época del año. En ese cuartel apenas se cazaba, pues el coto era amplio y contaba con  variada orografía más favorable para la práctica cinegética. El habitual tránsito de paseantes y agricultores tampoco invitaba demasiado a los miembros del acotado a desenfundar allí sus escopetas.

La temporada general estaba apunto de comenzar, y mi tiempo de ocio debía repartirlo entre  la caza menor con mis podencas, y la mayor atendiendo a mis puestos de espera en este y otros cotos y acudiendo alguna tarde-noche a las mismas. Así que por lo viejo de los rastros encontrados, creí que aquel jabalí había estado de paso, y simplemente puse unas pocas de nueces y almendras a la orilla de uno de los huertos por los que campó días atrás, por si volvía de nuevo. Cada cuatro o cinco días me pasaba y echaba un vistazo, pero las piedras que tapaban los frutos secos seguían intactas. El jabalí no daba señales de vida y las semanas se iban sucediendo.

Llegó Noviembre, y con él las lluvias. El endurecido y seco terreno de arena rompió al fin su silencio. Siempre por lo tapado, innumerables pisadas de pezuñas redondeadas recorrían el lugar en todas direcciones. El jabalí había vuelto, o quizá nunca se fue. En cualquier caso tenía alimento natural de sobra a su alcance, y no hacía caso a la comida que yo le dejaba.

Me alegraba saber que campaba por allí, pero empezaba a darme cuenta de que atraer su atención no sería tarea fácil. Así que decidí mover la comida de sitio, colocándola esta vez cercana a una de las azarbes más húmedas de la zona. Días más tarde, aunque no había roto ni una cáscara, supe que estuvo allí, pues a escasos metros me encontré uno de sus excrementos. Unas cuantas jornadas después empezó a tomar las almendras poco a poco, con grandes intervalos entre una visita y otra. Le costaba mucho, pero se iba aquerenciando cada vez con más frecuencia y empecé a plantearme la idea de hacerle un aguardo pues la temporada seguía abierta.

Pero cometí un error que no me perdonó. Con la idea de hacerle más suculento el banquete una mañana puse un poco de maíz junto a las intactas nueces, y a la ración de almendras. Jamás volvió por allí para mi sorpresa. Imagino que aquel olor le trajo amargos recuerdos, porque la comida envejeció en el puesto y tuvieron que ser los conejos, pájaros y hormigas los que limpiaran el amarillo grano del suelo. Una de tantas lecciones que me enseñó.

Durante los meses del frío llegué a dejar de ver sus rastros varias semanas. Las piaras con sus gorrinas en celo solían moverse kilómetros más arriba, por las umbrías de las lejanas sierras. Sus prolongadas ausencias me hicieron pensar que ese deseo de perpetuar sus genes bien le podía haber costado la vida como a tantos otros de su especie. No fue así. La temporada de menor había acabado para mí, y en mis ratos libres volvía una y otra vez a escudriñar el terreno en busca de esos rastros que siempre terminaban apareciendo y que de nuevo me indicaban que la partida seguía en pié.

Moví por tercera vez el cebadero de sitio, pero sus visitas eran esporádicas, aunque nunca se olvidaba de dejar sus colmilladas y heces alrededor del mismo. Sin duda se estaba haciendo fuerte en la zona, se había acostumbrado a los ruidos de coches y tractores, y además estaba logrando pasar desapercibido en un lugar tan transitado. Yo también procuraba ser bastante discreto, y por supuesto guardaba el más absoluto de los silencios sobre la existencia de tal animal.

El invierno dio paso a la primavera, pero una primavera árida sin días de lluvia. El monte estaba seco y los animales bajaban al campo y huerta buscando alimento y agua. Así que una piara se metió en la zona. Enseguida se hicieron de notar. Los agricultores sufrían sus daños, y los cazadores aficionados al jabalí empezaron a curiosear. La huerta se llenó de cebaderos en pocos días. Al menos tenía el conocimiento de la existencia de cuatro o cinco puntos de comida hechos por miembros de nuestro coto y del coto vecino. En el círculo se hablaba de jabalíes, pero nadie mentaba al gran jabalí. Los rastros de unos eran tan evidentes que ocultaban las pequeñas marcas que dejaba el otro. Por suerte para mí, no tardaron en meter los perros y de ahuyentar a la piara del lugar. La gente siguió manteniendo los puestos un tiempo, pero eso no me preocupaba, pues sabía que el “señorito” era exigente como el que más a la hora de elegir su menú, así que en pocas semanas volvió la calma. En el trasiego de gentes mi cebo había sido descubierto por unos compañeros, e intentando no delatar la presencia del gorrino dejé de atender el mismo.

 
Aunque llevaba ya tiempo detrás de los jabalíes con el arco, aprendiendo de mis muchos errores y pocos aciertos, en el mes de mayo tuve la suerte de poder acudir a los cursillos de caza con arco de jabalí en espera celebrados en Bicorp. -Tengo la consideración de que el aprendizaje en el mundo de la caza es interminable y evolutivo, como en el de la vida misma, así que procuro empaparme de las experiencias de amigos y conocidos, y también a través de foros, webs y libros cuando tengo tiempo para ello-. Sabía que asistir a los cursillos era una gran oportunidad para dar otro paso más en este camino, y así fue. El intercambio de opiniones con los compañeros y los consejos de los grandes maestros me aportaron nuevas ideas que aplicar a la hora de poder jugar mis cartas con este cauto jabalí.

Comenzaba el verano y sus días eran largos y provechosos para mí. Encontré lo que parecía un revolcadero en mitad de uno de los bancales de arbolado. Estaba seco y pensé que podía haber sido preparado en los meses anteriores por algún cazador cuando acechaban a la piara, pero no desprendía olor a ningún atrayente químico. Unos días más tarde al volver a revisar la zona entendí como se había formado lo que realmente terminó siendo una baña. La tubería de riego pasaba a siete u ocho metros de la misma, y cuando bajaba la tanda, por una de sus grietas brotaba el agua formando una hila que iba a parar al socavón. Las ramas de los limoneros hacían buenas sombras y el barro aguantaba varios días. Las tierras que rodeaban aquella pequeña parcela estaban abandonadas, y las cañas, carrizos y restos de antiguos árboles daban una buena cobertura para que el jabalí tomase sus precauciones antes de tomar su baño. Puse almendras al pié de varios de los árboles cercanos al barrizal. De nuevo el jabalí no les hacía caso, aunque como venía siendo costumbre en él, dejaba su firma en varios puntos del lugar.

En cada una de mis visitas cubría la baña con ramitas, y cuando volvía, normalmente a los dos días, siempre estaba destapada. La comida seguía sin tocarla. Así pasaron dos semanas más. Hasta que en otra de mis ya rutinarias escapadas las cosas habían cambiado;  alrededor de la baña habían unas huellas de jabalí más pequeñas y la comida había volado. Otro animal solitario de menor tamaño había bajado a la huerta con apetito voraz. Pero tan solo un par de jornadas más tarde sus rastros desaparecieron. Imagino que el gran macho lo había expulsado de sus dominios. Esta visita fugaz supuso un punto de inflexión, y el que le robaran la golosina que él despreciaba, despertó su interés por ella; el dueño del cebadero empezó a comer las almendras a diario.

Sus idas y venidas a la baña y comedero se hicieron continúas, y las mías también, solo que a distintos horarios y con distintos fines. Parecía que por fin después de tantos meses, había conseguido fijar al cabezote más o menos. Sabía que donde le ponía la comida no podía esperarlo, pues sus huellas me indicaban que daba varias rodeas por lo sucio antes de salir a los claros entre tronco y tronco en busca de la pitanza. Pero también me sirvió para aprender por donde no entraba nunca.

Su horario de verano ya no era tan discreto como a mi me hubiese gustado, y varios agricultores decían haber visto un enorme jabalí cruzando los caminos al llegar a la peonada en las amanecidas. Ahora que tenía medio controlado al bicho volvía la competencia. Así que ya no podía dormirme y me tocaba mover ficha.

Quizá en este momento de elegir como y donde hacer el puesto definitivo para poder poner el jabalí a tiro de arco, fue donde más eché mano de lo aprendido con los compañeros meses atrás en tierras valencianas. El gorrino llevaba más de treinta días seguidos entrando al cebo junto a la baña, así que poco a poco se lo fui moviendo, estirando las almendras desde el huerto hacia la orilla de una de las tierras enmarañadas que lo bordeaban. Esto me llevó unos cuantos días más, y aunque las prisas ya apremiaban, decidí no precipitarme y confiar en que si después de tanto tiempo allí, nadie lo había cazado, valía la pena aguantar un poco más para que se confiase lo máximo posible.

Mi plan consistía en dejar el acceso libre a todas las parcelas con maleza que bordeaban el huerto de la baña,   para que se moviese por ellas tomando sus precauciones, y que después de asearse, ya más tranquilo, saliese a comer al pequeño claro en el borde mismo de uno de los tupidos bancales. Yo lo esperaría por la zona más limpia, por la que previamente había comprobado que nunca entraba, tras el voluminoso tronco de una solitaria palmera que había justo a quince metros del clarete con la comida.

Empezó a tomar su ración en lo que terminaría siendo la plaza a principios de agosto, y durante todo el mes, ambos visitamos el puesto casi a diario. Todo estaba listo para intentarlo.


LA ESPERA

A las ocho de la tarde ya estaba sentado en mi banqueta escondido tras el toconoso árbol. Comprobé el equipo una vez más y la no emisión de ruidos de ningún tipo con los movimientos previstos. La tarde era muy calurosa, y los mosquitos comenzaron a deborarme literalmente. Se escuchaban sonidos lejanos de coches y perros. Intentaba relajarme, porque en esos primeros momentos tenía un nudo en el estómago. Tras un año de seguimiento y tantos preparativos, había llegado el día, y pensar en eso me producía una expectación que se traducía en nervios.

Pero la tarde iba cayendo poco a poco y con la puesta del sol me fui apaciguando y comencé a disfrutar de la espera. El aire del sureste soplaba según indicaba la previsión meteorológica, y entre los rumores de la vegetación se escuchaba a los mirlos elegir sus dormideros. La tempranera luna creciente no permitía que se hiciese la oscuridad total. Su luz iluminaba mi silueta de pleno, pero estaba bien escondido y era improbable que mi contrincante me descubriese con la vista.

Para ver la plaza debía inclinarme hacia delante y asomar la cabeza por detrás del tronco, pero esa postura era incómoda para aguantar mucho tiempo. Así que con la mirada perdida en el azulado cielo intentaba percibir alguna evidencia de la llegada de mi esperado solitario.

No tardó la calma en romperse más que unos pocos minutos. El inconfundible sonido de una almendra partida por las mandíbulas de un jabalí llegaba hasta mis oídos. Las pulsaciones se me dispararon en ese instante, pero aguanté y permanecí impasible.  Había entrado según esperaba, y aunque la composición arenosa del suelo sumada a su mesura no me habían permitido sentirlo llegar, el primer obstáculo estaba salvado. Escuchó y tomó vientos durante unos interminables segundos antes de repetir con la segunda almendra.

Otro chasquido de cáscara al partirse, y con el arco apoyado en mis piernas, lentamente me recliné y fui asomándome poco a poco. Intencionadamente la pequeña porción de tierra donde estaba el alimento esparcido se encontraba protegida de la luminosidad del astro nocturno para mayor serenidad de mi invitado. Y al mirar, entre un juego de grises sombras, descubrí un enorme bulto entrecano:  el gran jabalí.

La copiosa ración de almendras de las que daba cuenta el gorrino, se encontraban repartidas tácticamente, para que en algún momento del banquete la posición de su cuerpo para el tiro fuese la idónea. En principio estaba demasiado  esquinado a mi izquierda. Así que tocaba esperar a que se acercase al lugar elegido, un par de metros más adelante. Tras unos precavidos primeros bocados, empezó a confiarse, y la redondeada silueta comenzó a moverse con sosiego mientras una a una iba zampando las almendras.

 Habían pasado varios minutos desde su llegada y era el momento de ver sus reacciones. Lentamente levanté el arco y orientándolo hacia él,  rocé el pulsador de la linterna. Tan leve fue el destello rojo ,que apenas vi el reflejo de su ojo, pero fue suficiente para determinar en que posición se encontraba. Dos chasquidos más y volví a repetir la acción. Así hasta cuatro toques de luz en los que no se inmutó. Entendí claramente que después de tantísimos días glotoneando en el mismo sitio sin ser molestado, el jabalí estaba tranquilo, haciendo lo que siempre hacía. Su calma provocó la mía, y disfruté de su presencia y mi planeado engaño durante varios minutos. Por un momento casi me olvido de cual era mi fin allí, pero centímetro a centímetro se fue colocando donde y como yo lo quería. Era la hora de ejecutar el lance.

Enrosqué la linternita que da luz al pin de mi visor, enganché el disparador al loop del arco, y antes de tensarlo guiñé un ojo a la luna buscando esa porción de suerte que tantas veces dictamina sentencia en la caza. Abrí, anclé y me giré tras el tronco de la palmera. La posición era incómoda para el tiro, pero llevaba toda la semana practicando en la oscuridad de mi cochera, en esa misma postura a esa misma distancia. Corrí el iluminado pin por el cuerpo del animal buscando las inmediaciones del codillo. La luz roja reflejada en las hierbas del suelo no me permitía ver sus patas. Así que cuando creí tener el conjunto fijado en el punto elegido, rocé el disparador y voló la flecha.
 
El radiante culatín bermellón se perdió entre su cuerpo, y el jabalí de un arreón se adentró en la espesura. Me quedé inmóvil, prestando atención, intentando adivinar sucesos. Pasaban los minutos y todo era quietud. Tan solo la brisa murmullaba mientras agitaba  hojas y ramas. Cuidadosamente puse otra flecha en mi arco y seguí esperando acontecimientos.

Eran ya más de veinte los minutos transcurridos desde el lance, pero el silencio posterior no me animaba a delatarme. Miré la hora, envié un mensaje a mi mujer y me propuse aguantar unos veinticinco minutos más hasta que el reloj marcase las diez en punto.

Analicé todo detenidamente. Sabía que había elegido una opción arriesgada con ese tiro. Ya en otras ocasiones había pagado un alto precio por intentarlo, pero el riesgo de que el animal herido tuviese fuerzas para llegar a alguno de sus inescrutables encames me obligaba a jugármela. Los pocos que sabían lo que me llevaba entre manos apostaban por el rifle para intentar abatir al corpulento gorrino, pero decidí confiar en mi arco y la suerte estaba echada.

El reloj marcaba la hora fijada y caminé unos metros hacia la plaza. Sin meterme encima eché un vistazo y no vi sangre alguna, así que volví sobre mis pasos, y en silencio recogí mis bártulos y me fui en dirección opuesta hacia mi coche. Conducía de vuelta a casa por un camino paralelo al puesto mientras le contaba por teléfono lo sucedido a mi padre y mi intención de volver a la mañana siguiente a pistearlo con mi foxterrier; frené en seco, pues vi un reguero rojo que atravesaba la blanca arena del camino. Bajé y observé el contundente rastro de sangre que el animal iba dejando a su paso.

Volví a subir al coche y reanudé la marcha. Un par de metros más adelante,  miré a mi izquierda y ahí estaba. Bajo la luz de la creciente luna una oscura e irregular mole destacaba sobre el blanquecino suelo. Sin bajar del coche le apunté con mi linterna y pude distinguir el cuerpo inerte del jabalí, a no más de treinta metros del puesto. Con precaución me acerqué, y comprobé que ya no quedaba vida alguna en aquel animal. Tras ver el enorme corte que tenía sobre su ensangrentada paletilla, supe que la punta de dos filos le había alcanzado en el corazón. La flecha que más tarde recuperé de su interior, había impactado unos centímetros desplazada de donde yo creí apuntar, pero la herida era igualmente mortal.

Contemplé y admiré al gran jabalí mientras llegaban los refuerzos para cargarlo. Extrañamente todo había salido bien. Me costaba creer que tras todo este tiempo acechándolo, el juego hubiese acabado. Había terminado, un año de caza.

-fin-

   












« Última modificación: Septiembre 17, 2014, 04:59:15 pm por Manuel »

Desconectado adol

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Re:Un año de caza.
« Respuesta #1 en: Septiembre 16, 2014, 01:46:34 pm »
Tras lo minucioso que has sido no podia ser de otra manera "a la primera" como correspondia ser a ese magnifico par de contendientes. Unas sensaciones indescriptibles pero que nos has transmitido en toda su plenitud, que forma de dar valor a la caza en espera, gracias. Enhorabuena. Merece la pena todo el esfuerzo que lleva el dar estos cursos con solo que te haya ayudado un poco.
Si abates la mitad de lo que tiras, eres muy bueno, pero si tiras, solo, a lo que puedes abatir, eres de lo mejor.
La caza, la pesca y cuidar nuestro entorno, son nuestras herencias, respetemoslas.

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Re:Un año de caza.
« Respuesta #2 en: Septiembre 16, 2014, 02:58:34 pm »
Que pasada  de espera y cuanto te costó hacerte con él. Sin duda alguna así es como mejor saben, jejeje.

Aún me falta algo de tu templanza para definir los lances, espero poder llegar a aguantar tanto como tú.

Enhorabuena!!

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Re:Un año de caza.
« Respuesta #3 en: Septiembre 16, 2014, 05:15:09 pm »
Manuel en su dia te di la enhorabuena por el jabali y por el aguante que habias tenido durante todo un año. Ahora tengo que darte la enhorabuena por tu gran relato, que para mi no se ha hecho nada extenso, mas bien me he quedado con ganas de más!

Un saludo.

Desconectado Manuel

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Re:Un año de caza.
« Respuesta #4 en: Septiembre 16, 2014, 06:27:42 pm »
Adol por supuesto que lo aprendido en los cursos me sirvieron para poder darle caza. También lo mucho que aportais tu y muchos otros foreros para poder seguir aprendiendo cada día.

Jack la falta de esa templanza es la que me ha hecho perder alguna buena oportunidad en otras ocasiones. Nunca había estado tan tranquilo en una espera con el jabalí delante como en esta, lo disfruté mucho. A ver si yo también consigo mantenerla para lances futuros.

Yo_mismo me alegro que te haya gustado el relato. Condensarlo todo en unas pocas líneas no ha sido tarea fácil.

Muchas gracias compañeros, saludos.
« Última modificación: Septiembre 17, 2014, 01:07:35 pm por Manuel »

Desconectado longtrack

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Re:Un año de caza.
« Respuesta #5 en: Septiembre 16, 2014, 06:51:24 pm »
Felicidades por ese bicho asi se hace .
Muy buen relato ya estaba de los nervios..

LOBACO

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Re:Un año de caza.
« Respuesta #6 en: Septiembre 16, 2014, 09:55:07 pm »
Enhorabuena de nuevo amigo Manuel, no me extraña que temgas temple para aguantar los nervios de estar frente al gorrino con tanta experiencia y tanta meticulosidad.
Enhorabuena por el relato también que por momentos te traslada al puesto. Eso si te aseguro que la luna no es tu aliada sino tu enemiga, en cuanto puede te la juega, al menos a mi.
Un abrazo.


Desconectado lagarto308

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Re:Un año de caza.
« Respuesta #7 en: Septiembre 16, 2014, 10:08:34 pm »
Manuel, un placer. Qué gusto da perseguirlo de esa manera y al final conseguirlo. Mis felicitaciones.

Desconectado eduardo

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Re:Un año de caza.
« Respuesta #8 en: Septiembre 16, 2014, 10:35:38 pm »
Enhorabuena Manuel. A tal ''señor'', tal honor o lo que es lo mismo, a tan buen cochino, mejor relato. ;) Siempre lo digo, los cochinos con historia y si es larga, mejor que mejor. :)
Me dispuse a esperar a un macareno que no había dado palabra de acudir...

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Re:Un año de caza.
« Respuesta #9 en: Septiembre 17, 2014, 08:46:30 am »
Si Señor, pedazo relato para "Inmortalizar" a este gran Señor.

Enhorabuena Manuel y de tocho nada, da gusto leer relatos tan bien contados, tanto me ha gustado que lo he leído dos veces seguidas ;)

Un saludo.   
"Para tener enemigos no hace falta declarar una guerra; solo basta decir lo que se piensa".

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Desconectado Manuel

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Re:Un año de caza.
« Respuesta #10 en: Septiembre 17, 2014, 09:21:26 am »
Con comentarios como los vuestros da gusto compartir un relato. Me alegra mucho que os haya entretenido un ratillo.  Muchas gracias señores.

Os comento una curiosidad más que no incluí en el relato: me las ingenié para intercambiar con el pastor de la zona el cadáver de una borrega por un jamón de jabalí (este cazado previamente). Hacía frío aún cuando le dejé la carne a su alcance pensando que a eso no se podría resistir. Pero de nuevo se limitó a marcar los alrededores del fiambre con sus heces y sus colmillos, y no probó bocado. La carne de la lanuda parecía ya cecina, hasta que meses más tarde, bajó la piara y no dejó ni pelos de la misma.  ???

saludos!!


Desconectado colmilloblanco

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Re:Un año de caza.
« Respuesta #11 en: Septiembre 17, 2014, 01:50:35 pm »
Ese sabia latin hablado y escrito ;)

Solo un pero a tu relato, por poner uno ;) si lo ves oportuno claro, yo acompañaría a este relato las fotos que has puesto en este finde, el relato lo merece, y el guarro también.

Un saludo. 
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Martin Luther King

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Re:Un año de caza.
« Respuesta #12 en: Septiembre 17, 2014, 05:16:33 pm »
Solucionado el tema de las fotografías colmilloblanco, y esta con mi padre y mi perrita la pongo aquí que no me deja meter más caracteres el post,y es de mis favoritas.  ;)

Desconectado eduardo

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Re:Un año de caza.
« Respuesta #13 en: Septiembre 17, 2014, 09:47:01 pm »
Preciosa foto, con tú permiso, la mejor para mí. Enhorabuena. :)
Me dispuse a esperar a un macareno que no había dado palabra de acudir...

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Re:Un año de caza.
« Respuesta #14 en: Septiembre 17, 2014, 10:34:01 pm »
Felicidades campeón , me alegro un montón,  y me ha encantado tu historia. Yo he tenido una espera de las buenas  pero sin final feliz  :'( , ya os contare.