<Que pronto me has hecho viejo jodío, tan generosa es la vida contigo al dejarte medrar a tus anchas como cruel conmigo cruel al retirarme sus auxilios de mi cada día más estropeado pellejo. Aquí de noche, en este pedazo de sierra donde guardo media vida, hoy sin duda la tengo entera porque estás aquí conmigo. Y que poco vas a durar, pronto esas escandalosas urracas que te parecen las muchachas de tu edad se tornaran en bellas y voluptuosas “tortolicas”. Ansiosas de atraparte entre sus alas usando de añagaza su bello plumaje y su atrayente olor. Será entonces cuando yo sienta que mi tiempo ha pasado y le darás a tu madre el mayor disgusto de su vida. Pero eso pasará, como todo en la vida caduca. Cuando te pasen los primeros ardores y el suave y delicado aroma de las hembras de nuestra especie ya no te nuble los sentidos volverás. Y lo harás para aspirar los perfumes que la noches de caza como esta están deseando regalar a todos los que en lugar de vociferar por las calles y los bares prefieren el silencio y la quietud que nos brindan para nuestro deleite>
Al rato me canso de aguantar la postura y decido encamarme. Algo me dice que los cochinos van a tardar mucho en llegar. La roca es bastante cómoda para ser roca, solo tengo que adaptar mis costillas y mis huesos a sus sinuosidades. No tardo en encontrar la postura y entregarme a los brazos de morfeo sin temor. Con ese nombre tan feo es machote seguro y en sus brazos no corro ningún peligro.
......Estoy de nuevo en el puesto a palomas de la tarde con mi hijo, reímos y hablamos de la caza y de la vida, hacemos planes sobre encontrar un coto cerca de casa en el caso de dejar este y sino también. Necesitamos cazar más a menudo, disfrutar de estos instantes irrepetibles entre los dos que de buen seguro ninguno de los dos jamás olvidaremos. Pronto comenzará a pedir ocupar un puesto él solo porque intuyo ya se le está pesado experimentar todas las sensaciones de un aguardo menos la de disparar sobre el jabalí …
Me despierto y me escurro hacía debajo de mi improvisada y pétrea cama para estar más cómodo, el chico no da ruido seguro que duerme, hambre dijo que no tenía de momento. Antes de pactar nuestro silencio me dijo que no pensaba dormirse pues el cielo estaba tan bonito que prefería contemplarlo hasta saciarse. Tranquilidad absoluta en la charca, seguro que hasta que los guarros no se pongan “púos” de pipas no entrarán y aún es temprano la que deben estar “líando”. Otra vez a planchar la oreja, esta vez “panzarriba” para deleitarme con los millones de estrellas que se hallan justo encima de mi cabeza.
Un firmamento secreto que solo yo conozco y al que poco a poco voy encontrando nombre. Esa tan grandiosa, vetusta y sabia se llama doctor Félix y aquella que otros llaman polar y que siempre está observándonos y nos sirve de guía la llamo Taranis.
…Hemos intentado cobrar la paloma del río sin conseguirlo y el muchacho está visiblemente afectado por dejar un animal sufriendo, habrá de asumirlo tarde o temprano. No es fácil para alguien que respeta la vida dejar una a medio acabar. Yo mismo sufro ese mismo mal, ya sea con una perdiz, una paloma o un pequeño zorzal. Le dejo la escopeta para que tire a una vaina vacía de las que lleva en su chaleco. Le dispara dos veces y apenas la toca. Le digo que le zumbe a un pájaro que nos sobrevuela con la seguridad de que no lo alcanzará y así aprende que no es tan fácil la teoría como la práctica. Dos torcaces aparecen de la nada y con un giro que me deja las vértebras trabadas me quedo con la más grande…
Todavía no estoy cómodo, más abajo aún. Antes de moverme compruebo que todo el campo es quietud, allá abajo en la baña no se escucha ni un mirlo. Es raro que tampoco se oigan los tejones. De momento todo es silencio aparte de los chotacabras que croan sobre nuestras cabezas con sus vuelos kamikazes. Miro el teléfono bajo el edredón las diez menos cinco, aún es pronto. Que a gusto estoy aquí, ya quisiera el señor “lo moñaco” hacer colchones tan cómodos como es esta roca.
...Ahora sueño que soy el “tio de la vara” y ando repartiendo estopa entre las turbas de políticos que asolan y arrasan nuestra piel de toro. Los azules cobran de lo lindo pero los “rosados” y alguno que se piensa rojo no se quedan con menos parte. Hay uno especialmente cabrón que se está riendo mientras la gente en la calle” las pasa canutas”, pequeñajo, gafotas y con orejas de duende hasta parece que se burle de los que no tienen su misma suerte. Me voy para él pero se me escapa…lo alcanzo y le arreo…se va, ya no se ríe…otro estacazo. Joder no sé si esta parte del sueño será o no la fase REM pero me lo estoy pasando de cojones…
Aunque estoy lo suficientemente cómodo para seguir durmiendo por un rato el bullir de la charca me vuelve a despertar. Escucho durante un minuto tal vez dos. Ningún gruñido y bastante estropicio no parecen ser propios de los gorrinos. Serán los putos tejones que acuden a beber después de la pitanza. <El día que os declaren pieza cinegética las flechas de mi hijo os llevarán directos a mi caldereta>. <Si, ese muchacho que ahora mismo está aquí conmigo, tiene un arco y tantas ganas de daros caza como yo de probar vuestra suculenta carne>. Me recuesto otra vez, coloco las costillas en su hueco y de nuevo caigo en un profundo sopor.
...Por un momento me veo desde arriba, no es nada extraño para mi soñar que soy testigo de mis andanzas. Otras veces he sido espectador de mis peripecias mientras duermo y no es algo desagradable. Pero aunque me reconozco y sin duda estoy esperando a los cochinos, no voy vestido como hasta hace un rato. Me cubre la espalda una enorme piel de lobo con sus fauces abiertas a modo de fiero tocado sobre la cabeza. En lugar de botas me cubro los pies con pieles de jabalí y tiras de cuero, mis pantalones de raído camuflaje son esta vez de rígido cuero toscamente curtido. Agazapado como estoy en este momento, pero despierto escucho los sonidos de la charca e intuyo por fin a los guarros. Frente a mí ya no hay carne en una fiambrera de plástico y una cantimplora con agua sino un trozo de salado tasajo de ciervo y una calabaza con una caña por tapón. A mi derecha el rifle ha sido sustituido por una gruesa, pesada y afilada lanza de roble. Los cochinos salen al rastrojo y los escucho perfectamente a mi derecha. Mi brazo se prepara, siento la tensión en todo el cuerpo y me incorporo parcialmente blandiendo la lanza, dispuesto a ensartar al primero que se atreva a cruzar por delante, por el estrecho que hay entre el rastrojo y el barranco. Ahora los oigo perfectamente están bajado la cuesta a quince escasos metros, gruñendo, resoplando y al parecer algo contrariados…
El sueño que por momentos me tenía en sus garras desaparece por completo, se disipa al escuchar la piara. Por un momento se ha mezclado el sueño con la realidad y los cochinos han hecho acto de presencia. Los oigo a pocos metros a mi derecha tras las aliagas. Escucho uno por delante que se acerca al paso. Gruñe tan fuerte que parece que esté justo delante de mí, pero delante mío solo hay vacío. Empuño el rifle sin hacer ruido y miro hacia abajo, los veo perfectamente negras sombras que se mueven trotando por el rastrojo. O es ahora a nunca, al menos uno o dos ya han cruzado el paso y están tras las rocas fuera de mi alcance. Tumbado en el suelo el apoyo es muy firme y la distancia aún siendo de noche no es muy larga. Me echo el visor a la cara mientras apunto al que en ese momento cruza frente a mí, a la derecha hay otro que le sigue un poco más atrás. Veo el bulto en el visor perfectamente y enciendo. El animal da un respingo asombrado y se queda clavado en el sitio al mismo tiempo que le disparo.
La patada del .300 que recibe es tan brutal que lo tumba patas arriba al mismo tiempo que hace estallar la noche en mil pedazos de estrellas. Escucho al de mi derecha correr sin atreverse a traspasar la luz, sin duda ese ha aprendido una lección que en días venideros puede salvarle la vida. Sin quitarle ojo al vencido, veo como patalea y le mando otra “píldora” directa a la cabeza. Pero fallo, por falta de cálculo del desnivel el tiro ha quedado alto. Un gruñido agonizante y tétrico me anuncia que no se va a escapar, mientras a lo lejos escucho un ruido extraño y dirijo mi arma hacía él. Nada, esta vez sí será un tejón temen poco a los disparos, el año pasado tire un cochino mientras uno comía a diez metros y ni se inmutó. El chico se incorpora y me pregunta si está muerto. Le digo que está sufriendo porque patalea y pienso en bajar por las piedras a rematarlo con el cuchillo. La bajada es escarpada pero nada del otro mundo y el cochino está casi muerto. Le enfoco de nuevo y veo que apenas se mueve, el tiro ha sido un poco alto por el desnivel pero mortal. Dos patadas más y se muere, respiro aliviado. Nos damos un abrazo y lo miramos sin creérnoslo todavía.
Todo ha transcurrido en apenas treinta segundos. Recogemos trastos y los cargamos en el coche. Mi hijo quiere hacerle un rastro al perro pero me parece demasiado indigno arrastrar el cuerpo del animal. Después de haberlo hecho sufrir unos segundos que se me han hecho interminables no pienso mancillar su noble cadáver con ninguna maniobra más. Es más estoy bastante turbado y solo tengo ganas de acercarme para cogerlo, tomar contacto con él y así pedirle perdón como siempre hago. Una vez abajo soltamos a Aquiles que poco tarda en gemir, gruñir y tomar posesión de la pieza como si la hubiera abatido él. Le hago un vídeo para enviar a mis amigos lo toco y creo sentir que me perdona.
Es la ley del monte, de la sierra, de la vida, una presa que recibe una muerte digna y necesaria a manos de un cazador.
Lo cargamos y volvemos a casa para destriparlo antes de acostarnos, esta vez sí en mi cama al lado de mi esposa. Aunque si no fuera porque está ella, casi hubiera preferido ver llegar al alba acostado sobre la roca. El contacto directo con la tierra me reconforta y me acerca todavía más a mis orígenes cazadores. Y Maese Lorenzo cuando aparece por estas tierras es todo un espectáculo.
Mi hijo es todo un torrente de alegre y alocada información. De entre sus atropelladas palabras y peregrinas hipótesis saco la conclusión más coherente con lo que he escuchado, visto y sentido. Primero los ha escuchado bañarse en la charca, rebozarse de barro y cruzar el arroyo aplastando el carrizo. Después al parecer mientras yo dormitaba los jabalíes han subido hasta el camino y al cortar nuestro rastro se han dado la vuelta alarmados. Entre idas y venidas ha tenido una piara entera un rato a menos de veinte metros. Le pregunto si había tenido miedo y me responde que un poco. Conoce la profundidad de mi sueño y por un momento pensó que se nos echaban encima. Dice que en cuanto me vio coger el rifle se le paso del todo. Le sonrío y le tranquilizo, aunque ya no hace falta. Con la alegría del lance tiene bastante y una vez en casa hace los honores de entrar arrastrando el jabalí en el porche.
-Sabes Lobaco, cuando le vi los ojos brillar me llevé una alegría, pensé que tenía colmillos, con las ganas que tengo de hacerme un llavero- Porque no sé si sabrás que el tamaño no es indicativo de la edad ni del trofeo, lo dijo el hombre ese de la conferencia que vimos el otro día en casa de Javi-.
Después de esta lección de valor e inteligencia no he tenido más remedio que aguantar la emoción y dedicarle este relato.
Gracias hijo por encontrar tu verdadera esencia siguiendo los pasos de tu padre.
Epilógo
Antes de dedicarme a la caza mayor sentía gran emoción cada vez que abatía una pieza. Cuando ganaba la partida a un animal salvaje en su medio cuanto más difícil más gratificante resultaba. Solo sin ayuda de nadie, con lo que iba desgranando y aprendiendo de mis experiencias y de la literatura.
Pero cuando comencé en serio con las esperas y logré integrarme en el campo me di cuenta que había subido varios peldaños de mi humilde historia cazadora. Una cosa es “estar” y la otra el “ser”. Sin duda un nivel superior donde apreciar la inteligencia de los animales y mucho más duro a la hora de acabar con ellas pues se parecen demasiado a nosotros, los cazadores. Lo de respetarlas y quererlas viene de antes.
Ahora cada vez que consigo vencer a una de mis presas, con mi poca experiencia pero con la fuerte ayuda de mi instinto, no solo siento una grandeza nunca experimentada, sino que pienso firmemente que he nacido para esto.
Lleve siete guarros tirados, cinco muertos en el sitio y dos fallados por culpa de unos nervios que creo haber conseguido atemperar. Ni de lejos pienso que no llegará el día que hiera o pierda una pieza pero si que seré capaz de resolver la situación sobre la marcha. De la misma forma que estoy aprendiendo a cazar en los pasos leyendo lo que veo en la tierra y siguiendo la corazonada que impusa mi instinto.
Después de todo y como dice uno de mis mejores amigos “ni nadie nace “aprendío” y “matalastoas” ya se murió”,
LOBACO.
Primitivo, Atávico y Auténtico.
Un vídeo penoso pero muy ilustrativo.