Fue hace años, finales de un mes de Junio. Sentado en el puesto aguardaba la venida de la noche y la entrada de algún cochino que viniera a beber y bañarse a la Charca del Zarzal, donde me encontraba apostado. Tarde serena, con el aire en la frente, espiaba a los últimos pájaros que saciaban su sed a buchitos y esponjaban su pluma con gotas de agua esparcidas en su aleteo frenético en la orilla del charco. Anochecía mientras las chivatas mirlas señalaban con estrépito su apostadero en los chaparrales marcando como cada tarde su apostadero para echar la noche. Entre dos luces lo sentí venir y no se hizo esperar la aparición de su mota negra que se dirigía firme a calmar las sequedades de un día entero encamado. El cochino no era grande ni tampoco chico y cuando lo tuve cuadrado, bebiendo, encarando despacio, le mandé el recado que le hizo revolcarse entre nubes de polvo y salpicaduras de barro. Murió pronto y respiré profundo. Qué fácil es a veces, pensé... Dejé pasar el tiempo, no quería irme, mientras de vez en cuando miraba su bulto inerte con sentimiento de satisfacción. A medianoche, sin más visitas, me fui a verle. Era macho, como ya sabía, y sobre su morro ligeramente sumergido, descansaba una rana que con sus grandes ojos iluminados por la linterna parecía que me daba la enhorabuena. ''Buena atalaya te has buscado, amiga'', le dije... Al poco moví la luz al codillo para ver el tiro y la vi... Una pequeña culebra de agua reposaba sobre el cuerpo peludo sorbiendo la sangre que manaba del orificio de entrada de la bala. No lo podía creer... Jamás había presenciado cosa semejante y sin medios para fotografiarla. Quedé un rato ensimismado observando la vampírica escena hasta que la cogí de la cola, lanzándola al agua... Mientras me dirigía al cortijo para buscar ayuda para cargarlo bauticé esta espera como ''El Aguardo de Drácula'', para así tenerlo por siempre en el recuerdo...