Tarde de Mayo serena y templada. Tarde de paseo por la finca con el rifle colgado al hombro izquierdo, por si acaso. No busco ningún cochino en concreto pero si anhelo al ''machaco'' que carea por la umbría. De vez en cuando deja su tarjeta de visita por aquí y por allá, como los magos. ''Tarjeta'' grande y profunda, jeta grande, cuerpo grande, colmillos grandes, que lo vi una mañana y se le ven los ''cirios'' a muchos metros. Me obsesiona volver a verle y en esta tarde tranquila, con el campo en explosión de vida, apacible y calmo, es posible que él u otro quieran moverse aún con el sol alto. Camino despacio, que las prisas no son buenas atalayando terreno desde los altos mientras hago asomadas prudentes en los balcones de las risqueras mirando inquisitivo a los calveros de los jarales. Nada. La tarde cae y decido bajarme a la charca de La Umbría a sentarme un rato, por si le diera a alguno por acudir pronto. Pero el aire, que ha estado sereno toda la tarde, en el encajonamiento de la charca entre dos cerros, hace filigranas de ruleta y después de un rato sentado, decido irme. Camino hacia la salida y recuerdo que tengo que pasar por la zorrera del alcornoque, habitada este año por tres cachorros que ya se asoman a los canuteros para esperar a la madre. Paso a paso llego al sitio ya con el sol puesto y allí están los zorrucos esperando a su progenitora que precisamente también llega en ese momento con algún despojo de comida para ellos. Corren al encuentro de ella y corro yo también a cortar la huida a la zorrera. La raposa me ve y grita su alarma, desapareciendo entre matas. Los zorrillos corren hacia mi y consigo hacerme con el más próximo mientras los otros se embocan en el bardo. Es un machete que agarro por el cuello sin apretarle. Todo ha sido muy rápido y lo primero que pasa por mi cabeza es darle un mochazo y acabar con todo. Lo miro y no puedo mientras me acuerdo de un amigo que ya ha criado varios en el corral de su casa y decido llevárselo. Me encamino al coche y al poco siento unos pasos detrás de mi. Al girarme no puedo hacer otra cosa que sorprenderme. La madre del cachorro me sigue. Ha debido ver la captura entre la fusca y viene a reclamar a su hijo. Me paro, se acerca a unos dos metros y ''guarrea'' para intimidarme o pedirme, no lo sé, que se lo devuelva. Estoy atónito, no salgo de mi asombro y avanzo hacia ella que recula manteniendo la distancia volviendo a ''guarrear''. Pienso en descolgarme el rifle y matar ''cuatro pájaros'' de un tiro pero tampoco puedo y agachándome suelto al inocente proyecto de depredador que al verse libre corre hacia su madre mientras ésta lo huele y girándose vuelve sobre sus pasos para regresar a la zorrera con el zorrezno detrás. Los veo perderse en las sombras y ahora si, regreso al coche con una extraña sensación por lo vivido pero con la conciencia tranquila. Ya nos veríamos en la temporada general, en las batidas zorreras y entonces..., entonces las cosas serían distintas. Esa noche dormí muy bien...