Después de siete meses sin hacer esperas cuando al fin consigo el ansiado permiso se terminan las vacaciones y se lía a llover.
El viernes encuentro señales de un cochinazo en una baña y decido ponerme, tras tres horas de infarto y mucha agua tengo que levantar el sitio porque me ha detectado y no quiero alarmarlo más. En medio de una lluvia torrencial me vuelvo al coche patrullando las pipas por si acaso y una vez enfilado a mi casa doy la vuelta en un rastrojo y patinando en la oscuridad llego hasta otra de las bañas donde hay un visitante de unos cuarenta kg.
Me coloco sobre las doce y media e intento ingerir la pasta que ha quedado del bocata que con tanto cariño mi mujer me preparó y la lluvia ha alcanzado a través del plástico transparente. Le doy el resto a los descarados tejones que en media hora no dejan ni migas, ya me conocen y a este paso terminarán por quererme.
Hora y pico más tarde estoy en la gloria, arrebujado en mi manto tengo calor y he de dejar el pecho al descubierto es entonces cuando le oigo. Hace horas que no llueve y estoy al resguardo del aire ligeramente elevado sobre la baña donde termina de meterse. Va a ser difícil porque el pulsador de la linterna no funciona bien, la RI del visor no luce y la charca está cubierta por una bóveda de juncos que apenas deja ver la entrada. Demasiado cerca del monte para obligarlo a correr así que decido actuar antes de que se vaya.
Enciendo y no deja de hacer ruido, no lo veo porque está en el fondo de la junquera, se mueve se asoma y veo su escasa cabeza a sesenta metros, de frente ahora o nunca. Le echo la negra cruz en la frente y no la veo bien, intento centrarla y aprieto el gatillo, culatazo, sobreelevación del arma y ruido en el agua.
La sensación es de fracaso aún así miro a ver que pasa.
El cabronazo sale por detrás de un salto y arranca la moto por medio de las pipas, no puedo centrarlo para arrearle con un mínimo de acierto. Sube la loma por donde se me escapan cuando los fallo y poco antes de llegar al viso se detiene y le mando otra píldora.
Esta vez el rifle no ha coceado pero estaba demasiado lejos para atinarle siendo tan pequeño y con tan poca luz.
Recojo y a casa, del bocadillo lo dicho ni las migas, a tres metros de donde estaba.
Al día siguiente me presento como es de ley acudir al disparo, teckel atraillado y rifle cargado aunque sé que es del todo innecesario.
Aquiles encuentra el rastro de las pezuñas y lo sigue más de quinientos metros antes de quitarle yo la idea a duras penas, el bicho demuestra su clase y no tengo duda que lo hubiera encontrado de haber estado listo a tres km.
Pruebo la precisión del rifle y funciona cojonudamente, el problema una vez más he sido yo.
Me quedo con la intensidad de la noche vivida, con la maestría del perro y con el convencimiento firme de haber acertado en hacer unas suelas trazadoras y haberle enseñado a rastrear sobre las huellas a la vez que la sangre.
Un abrazaco de Lobo a todos.