Os cuento la historia de la semana pasada. Tenía la opción de ir a un puesto que estaban entrando y cerca de él también hay una siembra que estaba muy tomada con una charca que ahora en verano les viene de perlas. Pensé en ir a la siembra y luego acercarme al puesto, pero con los antecedentes de la semana anterior, preferí asegurar. Así que me fui al puesto temprano, y las 12,30 me quité pues no me había entrado nada. Antes de dirigirme al coche pensé, voy a acercarme a pegar un vistazo a la siembra. No se veía ni gotazo de luna, me acerqué despacio y antes de llegar ya los oía como estaban dentro de la siembra. Me arrimé a unos pinos gordos que están al lado del regato de agua, pegado a la siembra. Cada vez los oía más cerca. Apunté a la zona y al encender a unos 70 metros localicé a los cochinos. Me apoyé en el tronco del pino y enfilé con uno de ellos. Al tiro, todo eran carreras por la siembra. Me pareció que al que tiré corría alocado, buen presagio de que lo había enganchado. Miro a la otra punta de la siembra y veo otro cochino, sin pensármelo alumbro y le suelto otro pepinazo, más carreras, hay otro cochino que viene en mi dirección, noto moverse las espigas pero no consigo verlo y se pierde, seguramente no sea muy grande. Bueno, se queda todo en calma y decido ir al primer tiro. No veo ni gota de sangre, intento seguir la carrera que marcó el cochino y lo dicho no hay ningún rastro de sangre. Seguramente lo he fallado. Me voy al segundo tiro y al llegar ya veo sangre, Ah, leches a ti si que te he enganchao, sigo el rastro y al final doy con una cochina que gracias a Dios no estaba criando. Al moverme, justo a dos metros, encuentro el cadáver del otro cochino, un macho joven de 50 kg. La casualidad les hizo caer justo uno al lado del otro. Llamé a mi amigo Jose Manuel para que me echara una mano a cargarlos y así término una espera afortunada y emocionante.