Buenas noches, si me lo permitís quiero relataros brevemente la historia del cochino que me tocó en suerte abatir ayer y que seguramente será el último del año que ya agoniza.
Desde el todoterreno y devorando kilómetros hacia el cazadero, puedo vislumbrar los blancos campos que ha dejado la fortísima helada, no es temprano, ¡ni mucho menos! las diez me ha dado el reloj hace unos momentos. Hoy ganchito en mi finca, pero entre amigos, incluso hasta el rehalero es de la partida, amistades añejas, viejas, curtidas por los años.
Al llegar al cazadero ya sabe cada uno donde tiene que situarse, la finca al dedillo la conocen, uno a uno van perdiéndose en el ribero del río, a mí me ha tocado vigilar un par gateras en la alambre que delimita la mancha de jaras con la dehesa, escojo puesto a la sombra de una pequeña chaparra y un poquito elevado sobre el terreno, los pasos se me muestran claros, la enorme helada caída durante la noche aún tapiza de blanco las hojas de las jaras que se mantienen en la umbría, unos ánades se elevan por encima del ribero asustados al paso de los cazadores, no muy lejos de mí, al otro lado del río, donde debe de haberse situado ya un puesto, una zorra tautea sin apercibirse del peligro, al momento suena el primer tiro en la dirección de la vulpeja, empieza el gancho.
Al momento los perretes de la exigua rehala llegan a mi puesto, estoy muy cerca de la suelta y si tiro algún cochino será seguramente de vuelta, los canes se adentran inmediatamente en el espeso jaral buscando pistas, al momento tres tiros retumban en el límite del coto, esto parece que se anima, una ladra se arranca no muy lejos de mi puesto y llevan al cochino hacía la parte baja del ribero, esta vez no se escucha detonación, parece que el guarro ha burlado a sus perseguidores, la paz vuelve a las inmediaciones de mi puesto, me entretengo observando a una pareja de petirrojos posados en las cercanas ramas de una gran encina, no paran quietos, parecen pequeñas bolitas adornadas de plumas, una torcaz aterriza con gran estruendo muy cerca de la encina donde juguetean los petirrojos y los espanta, todo es silencio y quietud en el campo que alcanzo a dominar.
Pasa como una hora y vuelvo a escuchar un tiro, bastante lejano, al momento se refuerza una ladra, vienen perros y cochinos de la parte más baja del río, oigo algunos lamentos de los canes, pienso que este guarro es pegón, la ladra sigue imparable hacia la parte de arriba en la cual estoy vigilante, agarro el arma con fuerza, oigo ya bien claro a los perros remorder al cochino, los tengo muy cerca, seguramente viene buscando la gatera de la parte de arriba, se produce otro agarre a no más de treinta metros de mí, el monte se mueve como zarandeado por un fuerte huracán, estoy ya de los nervios, pero permanezco quieto y en absoluto silencio en el puesto, no muevo una pestaña esperando acontecimientos; estos se precipitan, aparecen perros y cochino en un clarete, a dos metros de la gatera, al fin puedo ver la entidad del contendiente de los canes, ……. Buffff el verraco es importante y reparte como un poseso, a un podenquete de talla mediana y un poco más valiente que el resto, lo manda por los aires y aterriza entre las jaras, el animal se lamenta con gemidos entrecortados, el cochino pega una arrancajá y se libra de los perros, al momento tiene medio cuerpo fuera de la gatera, la cruz de visor se mueve sin ton ni son hacia arriba y hacia abajo, estoy más nervioso de lo normal, todo acontece a no más de cinco metros de mí persona, acierto a ponerle ¡¡por fin!! La cruz en el codillo, una décima de segundo antes de que pasara las alambres, resuena el tiro, el verraco se encoge y enfila un repecho hacia otro pequeño manchón de jaras, vuelvo a situarle la cruz en el codillo y esta vez sí se derrumba, los perros al instante están encima del cochino remordiendolo.
Me acerco despacio a la escena que se desarrolla a muy pocos metros, los perros arrancan manojos de pelos del cochino, quizás vengándose de los puntazos que este les infringió unos minutos antes, Manolo el perrero acude a la escena cuchillo en mano llega sin apenas resuello y preguntando por los perros, le tranquilizo, miramos al podenco que salió por los aires, no presenta gravedad, me comenta que lleva media mancha corriendo, oía que el cochino pegaba a los perros y estos no tenían la fuerza suficiente para pararlo, temía que el verraco se aculara en alguna madroña fuerte y empezara a rajar perros. Manolo fue llamando a los perros, estos ante la llamada de su dueño iban apareciendo por todos lados, al juntarlos nuestro rehalero y amigo se volvió a internar en la mancha para seguir cazando.
Me quedé sólo, sólo ante el cochino, valiente hasta el final, flexioné las piernas hasta quedar en cuclillas, miré durante largo rato al bonito guarro, hundí mi mano entre el espeso pelaje de invierno que lo aislaba del crudo frío del invierno, me sentí pequeño al lado de él.