No fue el pasado finde si no el día ocho del mes pasado, domingo, cuando me fui a hacer la primera espera de esa luna de junio, con pocas esperanzas, pues había pisteado de mañana la Charca de las Tórtolas y estaba mas fría que un polo envuelto en hielo.
A pesar de estos augurios decidí ponerme porque con estos bichos nunca se sabe y allí estaba yo sentado sobre las 21,15 esperando acontecimientos que no tardaron en presentarse sobre las 22 horas con la aparición de un buen zorro que asomó por el aliviadero de la charca y no pude evitar acordarme del refrán... Cura y zorro al principio del cazadero, mal aguero.
Por allí paseó su estampa hasta que se cansó, marchándose. Siguió la cosa tranquila y a las 22,30 veo asomar por el mismo sitio a un cochino mediano, de unos 60 kilos, macho para mas señas, que se viene al agua y se pone a beber, cruzado, a unos 25 metros. Encaro el express, el 270 se lo había dejado a un amigo para los corzos, y le mando un recao después de alinear alza, punto y bicho, que lo deja tiritando. Aún así, se levanta y corre unos metros derrumbándose a continuación. Le oigo el estertor y me viene el tembleque post-lance. Me sereno y sigo la espera que muy temprano es, cuando a las 22,45 aparece otro guarro por los mismos pasos y se viene derecho a donde había bebido el otro, poniéndose a oler la pista de su compadre difunto a la vez que se arrima al agua a beber. Es de porte parecido y encarando el pacificador le suelto otro cebollazo que lo hace revolcarse hasta quedar inerte. Mas tembleque y aguardo concluido, que como me quede mas lío la de San Quintín. Eso sí, al día siguiente se puso el personal ciego de preparar carne y los cochinos tenían su tablilla y todo, pues que bien... Nunca se sabe lo que puede deparar la noche.