Sirva lo que sigue para ahondar un poco en "asuntos de lobos". No es que quiera yo entrar en comparanzas con D. Mariano, me libre Dios, pero provengo de tierra donde campa "pataspardas" a sus anchas y creí oportuno rebrindarles un sucedido añoso que algunos ya conocen...
...Me pillan ustedes recordando con estos primeros nevazos, algo tardos, una mata de robles en mitad del Monte Renedo. Tan generosa de bellotas era en noviembre que raro el año si no le hacíamos la luna correspondiente…; nosotros y los pocos del entorno con redaños para ponerse en aquellos pagos, y más aun, para quitarse trajinando semejantes espesares con los dientes castañeteando de frío y de canguelo.
Un padre cazador educa hábitos y previene riesgos cinegéticos. Procura experiencias y coarta bríos indómitos. Sin ahogar en su puño al temerario pajarillo, impide que vuele éste con imprudente osadía. Porque la sangre del venador novel es calenturienta y arde en deseos de ver derramada la de la pieza perseguida. Cierto que, con el tiempo y los lances, los ardores se atemperan, los gatillos se aposentan y las ansias se amortiguan. Ahí llegados, al curtirse los corazones, es cuando nacen los cazadores.
Y así andaba yo por aquél entonces. Mocetón encorajinado, sobrado de anhelos matadores y falto de temperos; exprimidor de quimeras y aprendiz de modos y maneras. En dos palabras, aun un cazandanga en ciernes tutelado en monte por mi padre…
Y cayó el creciente por los Santos, con nieve en los altos y consejas de muertos y revividos al rescoldo de la lumbre. Escupía el cierzo celliscas de cristal que cortaban la faz de los hombres y esblanquiñaban la corteza de la tierra… Y allí estaba yo -me había colocao padre entre dos luces- enmantado tras un roblón, viendo asomar la luna entre andurrianas nubes indómitas que sembraban el monte de claroscuros encubridores. En nada llegó la piara al bellotar entre reburdios de la madre y gruñidos de bermejos a medio destetar. Y, en el entretanto, las sombras celestinas sucediendo a los claros en devenir embriagador; sin tregua ninguna para echar los puntos sobre los diluídos bultos.
Pero como pan, vino y nueces, pocas veces…, cuando en un contraluz más duradero medio afiné contra el grande el ánima de cal…, lejos, desde el otro lado del valle, en lo más alto, allá por las lindes de Riocamba, vomitaron las entrañas de la noche el aullido desgarrador del jefe de manada llamando a cónclave... Fue duradero y penetrante, replicado y angustioso, de hambre atrasada y augur de duros y fríos porvenires…; preludio ineludible de una caza cruel e implacable.
Y los jabalines, empanzados en terror bajo las tetas de la madre, envelaron orejillas hacia el eco de muerte que traía el cierzo en una inmovilidad de estatuas, a la vez que un escalofrío relampagueante recorría mi espalda hasta los corvejones. Y, en nada, al cese del aullido, muy poco a poco, con un ronroneo incesante, como sombras espectrales, los animalejos abandonaron el claro hacia la protección de las urces.
Me recogió mi padre al poco…, ”hoy no estaba la noche pa ello, verdad chaval…”, y la luna le sonreía el semblante, o al menos eso me pareció a mi…
Aún hoy se me siguen representando.