El Aguardo de la Gomilla. Segunda parte
El sábado “amanecimos” tarde, pero no tanto como seria lo normal después de la hora de recogida. A las diez y media estábamos casi todos desayunándonos en la terraza del “Hostal de Marcos”. Tostadas de aceite y tomate natural triturado, con cafelito (un manchado en mi caso) ¡Gloria bendita!. … Y toda la mañana por delante…
Hemos hecho… (en otras ocasiones)… turismo por el pueblo de Fuencaliente, por las Pinturas Rupestres que están a unos kilómetros del pueblo, a las que no fuimos capaces de llegar, por el calor y la alternativa de una cervecita fresquita. Hemos ido a comer en otras ocasiones a Brazatortas, (¡Memorable cochinillo asado!), así que tenemos el repertorio “lúdico-festivo” casi agotado.
Como yo soy un incondicional de eso que se llama “Google Earth”, (fantástica vista de pájaro con la que los americanos nos tienen mas pillados que una manga en la puerta de un ropero), por lo practica que puede ser al margen de las otras consideraciones. He visto “volando” por encima del hostal, que hay otro junto al nuestro, que tiene hasta piscina. (Que pena no haber traído bañador). Allí nos encaminamos, cuando Paco llega y nos ofrece ir a comer a Cardeña. Oferta que amablemente declinamos, para tener mas libertad a la hora de irnos a la piltra a dormir tras la comida. Encontramos en el hostal un remanso de césped con piscina, una arboleda que da una sombra apetecible, y todo ello entre dos arroyos de agua corriendo. No nos dejan pasar a la piscina sin bañador, pero tomamos nota para la próxima vez. Hay unos veladores en el césped donde nuestra nevera puede hacer estragos. Nos “resignamos” y “solo” nos tomamos unas cervezas bajo la parra con unos pinchos de pimientos a fritos sobre pan de la tierra (“Chapeau”), y una ración de cochifrito, ¡pa chuparse los dedos!. Así organizando nuevas excursiones, (llamamos por teléfono a otro orgánico del que tenemos ofertas por la misma zona), nos dan las de comer. Pasamos al “resta” y nos comemos un gazpacho aceptable, una caldereta bastante buena, y un tinto impresentable al que acabamos echando casera. Como echamos de menos el “café” de anoche. Tras el postre nos vamos al hostal, a dormir la siesta (el único que se acuesta soy yo) y a tomarse algún gin-tonic.
El segundo aguardo comienza con todos vestidos de verde como corresponde. Tomando Coca-colas, helados, cafés con hielo…. ¡La que está cayendo señor!. No hace viento como ayer (lo cual es bueno para el aguardo) pero el calor es de justicia. Compramos pan y agua fría en cantidad y nos rellenan amablemente de hielo la nevera en el Hostal.
Paco está empeñado, en que nos pongamos en una de las siembras que tienen para los venados y que tienen cerradas aún. Hay mucha comida en el campo, y no es necesario abrirlas pero los cochinos se cuelan por las gateras. La siembra está muy baja y se deben distinguir bien los cochinos. Me la ofrece a mí, pero sin luna no me gustan las siembras porque el cereal se come la luz del foco. Dice que es muy buena que entran muchos cochinos y que el único problema es saber seleccionar. Acaba convenciendo a Baldomero que no va a necesitar ni sillón. Paco le trae un cojín y le dice que se va a sentar en una colmena vieja en medio de la siembra. Echamos a suerte las restantes posturas, y a Esteban le toca una muy cercana a la casilla donde estamos. A Gonzalo, una infalible, donde “todos “ los días entra un solo guarro “enorme” sin fallar uno solo. ¡Vamos que tira seguro!. Que no se venga sin el guarro. (A Gonzalo los ojos no le caben en las órbitas). Y a mi me toca el puesto de las “Colmenas”, que no sé porqué se llama así, porque no hay ninguna colmena cerca. Por este puesto pasamos ayer a la recogida y se habían comido el maíz. Pero cuando me enseñó el sitio donde estaba la torreta me pareció una “jartá” de lejos. Se lo comento y me dice:
-No te preocupes Pepe, que hay en el cortafuegos, otro puesto de suelo que está mas cerca, pero yo me pondría en la torreta. Tú verás.
En estas aparece el Land-rover de Felipe, que se había llevado a Esteban el primero a su puesto, ….con Esteban dentro.
-¿Qué pasa? Pregunta Paco.
Se bajan del coche y dice Felipe.
-¡Que se han comido ya el maíz!. Los “joios” han entrado de día.
Y Esteban que así no se queda en ese puesto.
Paco le asigna otro que tenia en reserva por si nadie quería ir a la siembra.
Salimos para los puestos. Yo voy con Felipe y me quedo el primero. Cuando llegamos al sitio. El que vimos anoche. Es una especie de “T” a la que llegamos por el palo de abajo y a la que cruza un cortafuegos. Doblamos por el cortafuegos a la derecha y veo la torreta de día… ¡Igual de lejos que de noche!. Marcha atrás. Y Felipe que me dice.
-No te preocupes que vamos a ver el de suelo.
Retrocedemos y me enseña donde está el de suelo. Está en el lado izquierdo del corta fuegos y en un lateral, pero… ¡igual de lejos!. Me dice Felipe:
-Si me permites un consejo, “pa como está el aire, yo me pondría en la torreta”.
-¡Y yo también! Le contesto. ¡Si están los dos puestos igual de lejos!.
Vuelta a la torreta, me dice que si se baja y le digo que no. Cuantos menos rastros mejor.
Me subo a la torreta, y vuelta al ritual. Cargo el CZ. Mido la distancia…
-¡Cagoendiez!, ¡71 metros!, sin luna para mí un handicap. Y encima tengo que apuntar entre dos pinos que veremos si no se comen la luz del foco. Estoy en un bosque de pinos altísimos y con un sotobosque de robles que ha crecido por debajo de estos. El apretaero de bosque empieza a partir de la torreta y en paralelo al palo horizontal de la “T”. Estoy a unos cincuenta metros de la bifurcación , con la torreta orientada al comedero (esto es un poco en diagonal a la línea de robles, que me queda hacia atrás), y el comedero está en la misma bifurcación en el borde del cortafuegos. En medio del cortafuegos a 88 metros de mí hay una piedra de sal y a cincuenta metros para arriba el puesto de suelo.
Por detrás de mí como a veinte metros el monte cae hasta un regajo por donde corre el agua, como ayer. Aquí hay agua por todos lados. Oigo las ranas. Sentado sobre mi cojín nivelador, observo con los prismáticos la llegada de un zorro al comedero, olisquea y se va a la piedra de sal, le dá unos cuantos lametones y se marcha cortafuegos arriba. Un primalón, negro zaino, llega por el mismo cortafuego desde arriba, pasando a dos metros del puesto de suelo, y se dirige no al comedero, sino a la piedra de sal. Se entretiene en esta y se va sin hacer amago siquiera de acercarse al comedero. Un nuevo venadote aparece andando por detrás de la torreta, sin coscarse, de nada, pero a pesar de lo despacio que va hace bastante ruido. El suelo está tapizado de agujas secas de pino y hojas secas de roble. Un avisador perfecto. Va comisqueando lentamente y volviéndome con cuidado le hago una foto con el móvil (que luego comprobé que no se veía bien). Justo cuando corta la línea del aire, se encampana y me mira. Rebotazo sin ladrar y a correr. Esto está de lo mas entretenido, pero el comedero como si coexistiera. Ciervas y venadotes por mi izquierda, fuera de la línea de aire. Cruzan el cortafuegos y siguen su camino.
Oigo ruido de pasos en la penumbra y es otro zorro, que tampoco puede desplazarse sin hacerse notar. Otro animalejo pequeño que ya no consigo identificar por la oscuridad. Lo mismo puede ser un melón , que otro zorro, una garduña, que sé yo..
Ya es de noche cerrada, ¡y tan cerrada!. Con la bóveda de pinos la oscuridad es absoluta. No consigo ver ni mi mano. Tengo montada la luz y todo listo. Me he cascado el botellín de agua entero.
La noche va pasando y sigo oyendo las reses cervuna andurrear por detrás del puesto. Es el paso pausado y elegante de las ciervas y los venados cuando no tienen prisas ni miedo. Este plan de concurrencia hasta las doce de la noche, cuando de pronto… se callan las ranas, dejo de oir a los cervunos, y mi duro oído a cien. Me coloco las manos a modo de orejeras orientadas al posible sonido de hojas secas. .Esteban dice que este sistema es el “Peltor de los pobres”, pero es verdad que se oye mucho mejor. Y escucho los pasos cortos pero pesados de un al parecer, buen cochino. Se acerca despacio, como parando a cada paso ruidoso que da. Lo oigo tomar aire en una parada. Dos pasos y toma aire. Está llagando a la línea de robles. No muevo un músculo. Estoy con los prismáticos pendiente de la zona pero no veo nada. Los dejo dispuesto a coger el rifle poco a poco en cuanto ande y haga ruido. Está parado, oliendo como un poseso. Lo oigo retirarse poco a poco. ¡Joder!. Pero no dejo de oírle. Lo tengo a unos cuarenta metros en el bosque de robles, y sigue intentando oler algo que no debe parecerle normal. Pero tengo el viento de cara, algo oblicuo, no me puede sacar.
Vuelve a avanzar hacia el comedero por los mismos pasos que antes. Hace las mismas paradas, toma aire igual, pero no termina de salir del monte, a pesar que fuera de los robles por encima están los pinos que mantienen todo a oscuras como un segundo bosque, que es lo que es.
Está parado en la línea de robles. Lo oigo, pero no se arriesga. Estoy tentado un par de veces de echarle la luz pero me reprimo. Iba a ser para nada. Vuelve hacia atrás lentamente, y esta vez empieza a acercarse por mi derecha a unos quince metros en paralelo a mí, me temo lo peor. Y lo peor sucede. Me rebasa y sigue hasta cortar la línea de aire. Me gruñe y me castañetea. ¡La cagé! Este ha llegado a viejo por algo. Pero no sale corriendo, se retira por los mismos pasos despacio, parándose a gruñir de vez en cuando.
-¿Será posible que no me haya sacado? Pienso.
Cuando llega al punto donde se paraba, empieza a retroceder lentamente hasta que dejo de oirlo. Las orejeras no captan nada y el silencio es absoluto. Las ranas no cantan, ni se oyen reses ni nada. Este está esperando a ver quien se equivoca antes.
Pasa una hora y nada, progresivamente van volviendo los sonidos del campo. Los grillos, las ranas, los bichillos pequeños moviéndose en la hojarasca, etc. Del “amigo” ni rastro. Se ha escabullido como un fantasma. Sigo quieto como un muerto, por sí… Pero todo “suena” ya a normalidad. Son ya las dos menos cuarto y a las dos y media vienen a por mi. ¡De pronto!, sin saber como ni por donde, oigo las piedras del comedero. Han pasado dos horas, ¿será el de antes?. Si lo es, ha tenido que entrar desde el cortafuegos para no hacer ruido. Espero a que se oigan de nuevo las piedras y aprovecho para coger el rifle que tenia mas que olvidado. Están sonando las piedras grandes. Yo tengo el corazón en la boca, me laten las sienes, me tiemblan las manos y me sudan. Y me digo como dice Baldomero repitiendo lo de la película “Los santos inocentes” -“¡Templa, maricón, templa!”.
Apoyo el rifle en la baranda de la torreta, quito el seguro, pongo el pelo, porque el tiro es largo y ya he fallado aquí otras veces…(el fantasma del fallo planea en mi cabeza)… y ¡doy la luz!. Tengo el visor en tres aumentos y veo el guarro comiendo tan tranquilo. No me parece un macareno digno de tirar…. Apago la luz… ¿Será macho seguro? … ¿A ver si es una hembra y no he visto los lechones?. Pongo el visor en seis aumentos, mantengo el seguro y desmonto el pelo. Le vuelvo a echar la luz, y ahora lo veo claramente, es un macho, le veo el pincel a pesar de la distancia, se pone de culo y tiene unas buenas pelotas, intento verle la boca pero no lo consigo, aunque en una ocasión me parece que le veo algo. Se vuelve y me mira de frente. Apago la luz. Lo estoy oyendo comer, y me asaltan las dudas. A ver si va a ser un buen macho, ¡que macho es!, que aquí no son muy grandes de cuerpo, y si es el de la maniobra de antes seguro que merece la pena. Fiel a la máxima de, “si es macho le arreas y luego le preguntas la edad”, decido tirarlo. Al fin y al cabo son las dos y cuarto y vienen a por mí a las dos y media. De nuevo la maniobra mil veces ensayada. Apoyo en la barandilla, quito el seguro, monto el pelo, he bajado los aumentos a tres, porque estoy mas cómodo, ¡Luz!, está perfectamente atravesado, coloco la cruz un poco por detrás de la paleta y ¡¡¡Blaaamm!!!. Enfoco con la luz, debía haber reses de pelo cerca porque se oyen carreras para todos lados mientras intento fijar la del guarro que no ha quedado en el sitio. Me parece que corre a la derecha, pero deja de hacer ruido enseguida. Este ha cogido por el cortafuegos. Si he oido una piedras y ya está.
Me pongo a recoger, tranquilamente, si está herido mejor que se enfríe, y si he fallado el cachondeo va a ser mayúsculo. Sobre todo si lo pincho y no lo cobro. Voy a tener que escucha a los compas ” Eso por traerte el 30.06…” “si lo hubieras tirado con el 9,3…” En fin la que me espera.
Cuando lo tengo todo recogido aparecen los reflejos de las largas del coche de Paco, que viene a por mí. Metemos las cosas en el coche y bajamos al comedero. Paco me dice:
-Como es que no me has llamado para decirme que habías tirado. Habría traído los perros.
- Si es que acabo de tirar.
-¿y le has pegado? ¿Lo veías bien?
-Pues no lo se , yo creo que corrió a la derecha del comedero.
Nos acercamos y enseguida veo el espurreo de sangre de la salida.
-¡Está atravesado! Le digo, -y va por aquí (señalando en el suelo el viaje del guarro). A los tres metros pierdo la sangre. ¡La leche ha dejao de sangrar!. Marco con un palo vertical la última sangre a tres metros del comedero, que parece claramente pulmonar, pero no me fío un pelo y decidimos ir por los perros.
En el camino a la casa me dice Paco.
-Esteban tiró a las once. Pero ha matado un guarrín muy pequeño, y me hizo recogerlo a esa hora, le dije que podía haber aguantado mas tiempo.
Conociendo a Esteban eso quiere decir que no estaba cómodo en el puesto. Lo encuentro bajo la parra “repachingao” en un sillón de playa blanco, con su cafelito/tinto en la mano, del que ya llevaba unos cuantos, junto con el resto de las vituallas. Habían echado tres horas de charla que le supieron a gloria, pero a mi me habían sabido a mas. No quiso venir a pistear, cosa rara en él. Metimos los perros en el coche y nos fuimos al puesto. Paramos el coche con los faros iluminando el comedero. Pusimos a los teckel en el rastro del comedero y salieron corriendo en dirección a la torreta. Paco intentó enmendarles el viaje llamándolos a la última sangre hasta que dijo:
-“¡Cucha!”, si ya están mordiendo.
Fuimos para donde estaban los perros con el marrano. Había corrido seis metros pero haciendo un ángulo recto. Tres en una dirección (que era la que nosotros llevábamos) y otros tres hacia la torreta haciendo un quiebro de 90º., porque iba muerto. Era macho, pero resultó ser un poco mas de piñonero, bien gordo y con un futuro prometedor, de no haberse cruzado conmigo esa noche. Unos sesenta kilos. El tiro en el codillo alto por detrás de la paleta, justo donde apunté.
Y Paco:
-¡Que pedazo tiro las pegao!
-¡Y eso que estaba lejos!.¡Ves como no estaba lejos..!
-Lo has visto bien, ¿no?
En fin, no era el guarro que yo esperaba pero el lance había merecido la pena. Y había sido un aguardo intenso en emociones.
En la casa esperaban ya todos. Baldo en la siembra no había hecho nada, aunque había visto algunas piaras. Daba aire y no le fue bien. Gonzalo también oyó algunas reses pero tampoco tiró.
Estuvimos fáciles esa noche, cervezas y “cafés” interminables, bueno hasta que se acabó la botella. Liquidamos cuentas y la “Gomilla”… de vuelta a Sevilla, hasta la próxima.
Fin de la segunda parte y última