La temporada de esperas ha llegado a su fin, y aunque el balance general ha sido muy bueno para mis aspiraciones, estas últimas noches que he estado aguantando el frio a la intemperie, he hecho memoria y repaso de todo lo que el año ha dado de sí. Ha habido de todo, y entre las jornadas que más tengo en mente, está la que os cuento a continuación:
PARA NO OLVIDAR
Terminaba el mes de junio, y una tarde más del estío me encontraba en tierras murcianas iniciando una nueva jornada de aguardo al jabalí. Para este año había preparado un puesto nuevo. Se encontraba en lo más hondo de un barranco, justo donde el monte daba paso a las tierras de labor cultivadas de almendros. No era el sitio ideal, pues los barrancos para el arco nunca me fueron bien anteriormente, pero era de las pocas zonas del coto donde los puestos de los rifles quedaban alejados. Al borde de uno de esos bancales ubiqué mi sillón en lo alto de un frondoso pino, y a unos dieciseis metros del mismo entre la espesura del monte, un cebadero automático para que no les faltase alimento cada día.
En los primeros compases del atardecer el aire estaba cumpliendo la predicción, pero lo sucedido siete días atrás me creaba desconfianza. - En este mismo puesto, la pasada semana escuché un jabalí por los alrededores de la pequeña plaza aún de día, y en el último momento, con el animal a escasos dos metros del cebo, el viento revocó en el barranco alertando al suido de mi presencia. Desde mi escondite, lo vi rodearme entre las esparteras hasta meterse justo debajo de mi, al pié del tronco por donde minutos antes había trepado. Dio un gruñido al percibir mis rastros y con una pequeña carrerita se tapó entre los pinos y chaparros, acabando así la jornada. Desde mi elevada posición, me pareció un animal de buen tamaño sin ser ninguna bestialidad, que a priori, venía solo-.
El sol se perdía tras las cumbres, y poco a poco la algarabía de mirlos se iba apaciguando. Antes de oscurecer del todo ya tuve la sensación de no estar solo, pero con estas últimas luces, las torcaces buscaban dormidero en el pinar, y los ruidos que provocaban al acomodarse me alertaban continuamente. Ante la duda del causante de los sonidos, ni un movimiento por mi parte, y a esperar acontecimientos.
Se hizo la noche por completo y se confirmaron mis sospechas. Un leve chasquido de piedras llegó a mis oídos. Estaba seguro de que el jabalí vendría a buscarme de nuevo. Sin más preámbulo, lo escuché tomando vientos sutilmente a escasos tres metros de mi pino, pero esta vez no detectó mis olores. Esa semana había tomado más precauciones que la anterior en ese sentido, y además ya no podía entrar bajo de mi pino sin tronchar las ramas secas que le había colocado bordeando éste. Pasaron unos interminables minutos de máxima tensión en los que mi corazón se aceleraba, hasta que igual de precavido que vino, se alejó lentamente. El primer envite me había salido bien, pero el gorrino seguía en alerta y no se atrevía a delatarse.
La brisa seguía fija soplando a mi favor, y tras un buen rato de total quietud por parte de ambos, empecé a sentirlo moverse por las inmediaciones del lugar. Le había dejado unas nueces esparcidas en la maleza que bordeaban el puesto, y la cascará de una de ellas crujió entre sus mandíbulas. Las fue buscando y comiendo poco a poco, haciendo pequeñas pausas entre una y otra. Se iba acercando cada vez más y yo forzaba mi vista intentando adivinar su silueta. Lo oía masticar muy cerca del tiradero. Una última escucha de varios minutos tapado al borde mismo de la plaza, y finalmente se dejó ver.
Las sombras de los grandes árboles daban cobijo al oscuro animal que, lentamente, caminó hasta llegar a la comida. Continuó su banquete a base de nueces, sin hacer caso al maíz . Dejé pasar unos minutos hasta que le dí un par de leves toques de luz, los cuales parecía no extrañar, pero había pasado casi una hora desde que anocheció, y tanta precaución por su parte no me hacía confiar en que aguantase el destello rojo el tiempo suficiente para poder apuntarle y tirarle con firmeza.
Aproveché el chasquido de otra nuez para mientras la masticaba, abrirle el arco. Su posición respecto a la mía, era cuarteada, de atrás hacia adelante, dándome parte de su flanco izquierdo. Lo encaré y apreté el pulsador de la linterna. Corrí la mano intentando meter el pin en su zona vital, pero mi subconsciente me jugó una mala pasada, y apenas había entrado el pin en su cuerpo, antes de fijarlo, apreté el gatillo y voló la flecha . El jabalí se ocultó en una pequeña carrera, y con un gruñido se despidió de mí. La flecha iluminada había quedado tendida en el suelo, y por mi precipitación temía haberlo fallado.
Pasaban ya de las once de la noche, y mientras esperaba la llegada de mi tío, me quedé en mi sillón dándole vueltas a lo sucedido. A cada momento que pasaba era más consciente de mi error, y mis esperanzas de haberlo alcanzado se esfumaban sin ni siquiera bajar a ver la flecha. Más tarde la recogí totalmente limpia, un par de metros más adelante de donde se evidenciaba la arrancada del animal.
Comenté lo sucedido a mi tío, y camino a casa me recorría una sensación agridulce. Había disfrutado de una espera espectacular, consiguiendo burlar a un advertido jabalí solitario que llegó a comer tranquilo a escasos metros de mí, sin percatarse de mi presencia. Por otro lado el ansia me pudo en el último momento, y mi precipitación se tradujo en un tiro fallido. Cara y cruz de la caza con arco en una misma noche. Para no olvidar.
fin.
Este próximo año intentaremos aprovechar mejor las oportunidades.
saludos.