A UN AMIGONo sabe uno a qué carta quedarse… Pues sí, pasan los años y nos hacemos viejos ¿qué pasa?... Y empezamos a ver que hay cosas que antes hacíamos y ahora nos cuesta hacerlas, o… no podemos. ¡Bueno!... ¿y qué?
Verás, la Luna está ahí, tan hermosa como siempre, y siguen los atardeceres que tantas veces hemos visto, cuando el Sol hasta se deja mirar sin cegarnos, poco antes de ocultarse; e igual que siempre, cuando cae una tormenta el campo sigue oliendo a gloria…
¿Cuántos jabalíes hemos visto?... ¿Cuántos corzos?... ¿Cuántas buenas carreras de perros punteros latiendo algún macareno entre las jaras?... ¿Cuántas veces hemos aspirado profundamente el aire de la sierra cargado de los aromas del monte?...
¡Pues sí!... pasan los años, mi buen amigo, pasan… y no lo vamos a evitar, así que no vamos a lamentarnos, y no me gusta nada que te desanimes.
Yo este año he estrenado coto nuevo ¿ves? Aunque en realidad no es tan nuevo para mí, pues iba allí con frecuencia cuando era poco más que un niño... ¿Y sabes cuánto hacía que no iba a ese monte?... ¿Lo sabes?... Pues más de cuarenta años ¡qué gusto me ha dado volver! No soy el mismo que entonces, físicamente digo, pero si no soy el mismo en cuerpo lo soy en alma, y con más experiencia y sabiduría, ya ves. Un cochino pagó el pato por cruzarse conmigo entre los robles cuando él se retiraba y yo comenzaba el rececho al amanecer ¡a buenas horas le iba a haber matado yo a ese guarro hace cuarenta años! Ganas teníamos entonces todas, quizá hasta más que hoy, mira eso a lo mejor, pero por lo demás… ni puta idea.
Así que ya ves… Que no sabe uno muchas veces a qué carta quedarse. Que de pronto te quedas solo y empiezas a pensar, y a darle vueltas a las cosas… Y al final si no te animas tú ¿quién coño lo va a hacer?... Ya sabes lo que te he dicho, que nos tenemos, que me tienes a mí, igual que yo te tengo, que nos tenemos los amigos, con nuestras faltas y nuestros cabreos, con nuestras diferencias, pero que ahí estamos; y en eso somos afortunados, que ni a ti ni a mí nos han faltado los amigos, que la amistad es una de nuestra mayores riquezas, y en eso no podrás decir que no hemos sido afortunados. Y de mujeres no voy a hablar, que ni tu ni yo nos podemos quejar.
A mí, igual que a ti, me gusta el campo, me ha tirado desde niño, y como se suele decir “lo he mamao”; y nunca mejor dicho, que mi madre me parió como soy, y me educó dejando que ese instinto que por la gracia de Dios tengo se desarrollase. -Una boda- decía, cuando veíamos una bandada de tordos revolarse, y yo, con los ojos como platos, creía a pie juntillas lo que decía mi madre, convencido de que entre aquellos pájaros negros que se arremolinaban, subiendo y bajando, había una pareja que celebraba sus esponsales, festejados por toda la bandada. Así que hoy, si veo desde lejos un gorriato, sé si es común, molinero, moruno, o un chillón con la manchita amarilla en la garganta, igual que si veo una paloma, con sólo verla volar, sé si es bravía, torcaz o zurita… ¿No he de saber, después de tan buena escuela y tantos años?...
Nos hemos de ver todavía muchos años pateando el monte, amigo mío; y también alguna vez habré de callarme, con lo cerril que te pones cuando crees que tienes la razón, pero no creas que –aunque me calle- te la doy, que eso no, sólo me callo, que discutir contigo es causa perdida, y además cansa mucho, mira.
Y seguiremos hablando de campo, y de corzos y jabalíes, y de halcones y pájaros, de agricultura y ovejas, y también -¡qué le vamos a hacer!- alguna vez daremos un repaso a la política y la economía.
Yo ahora disfruto mucho con mi cámara, tratando de captar tanta belleza como nos ofrece el campo, y hasta hay veces que me olvido -a propósito- el rifle o la escopeta, y cojo sólo mi máquina con su largo teleobjetivo. La verdad es que siempre me gustó, pero ahora tal vez más… No sé… Es posible que los años y la experiencia cambien la percepción de algunas cosas.
Pero aún me quedo alguna vez a dormir dentro del coche, en medio del campo, dejando un poco abiertas las ventanas para oír y oler, para sentir, y disfruto con eso, mira tú, aunque al amanecer me levante entumecido. Y todavía me seduce el ladrido de un corzo en la espesura, o la sombra densa del jabalí emergiendo del monte y zambulléndose en la siembra.
No he de decirte más, sólo que pienses en todo cuanto de bueno hemos vivido y nos queda por vivir. Y si repasando tus recuerdos te tropiezas con algún hueco que queda en negro y te hiere, o no te gusta… da un salto y lo esquivas, y sigue caminando, no te enredes ni dejes que te inunde el alma el escepticismo o la tristeza. Sigue de frente, que no vamos a estas alturas a dar la espalda a nada.