Las recogidas....en verano son cómodas y agradables, la brisa fresca de la madrugada nos trae olor a paja, a trigo,... Los perdigones corretean en los rastrojos y las tórtolas zigzaguean entre los chaparros con los primeros rayos de sol. Ladra el mastin y suenan en la distancia las esquilas del atajo. Los cochinos andan tarde...desganados...refrescándose...no tienen prisa en buscar el suplicio de las camas. Horas de sol calenturiento, bichos y sed les aguardan. “Esperas de Rey” atalayando, cómodas para el aguardista y mortales para los cochinos. En ellas la prudencia se impone pues la necesidad obliga y la caza puede convertirse en un juego desigual.
Las de otoño son las más gratificantes. El espectáculo es difícil de explicar. La melosa provoca un explosión de vida en el campo hasta entonces aletargado con los rigores del verano. Las primeras lluvias encienden la sangre de los venados y los cochinos recogen inciertos en su devenir en busca de la preciada fruta. Recogidas de suerte y paciencia, de intuición y conocimiento, de lluvia, frío y calor. De pescar en río revuelto.
Cuando la escarcha aprieta y el aire corta, hay que hilar fino... no está la cosa para andar con titubeos. No son recogidas...son verdaderos aguardos. Aguardos de recogida. La quintaesencia del aguardo cochinero. Duros...incómodos...largos....tempraneros.... Pocos, muy pocos se atreven y menos, muchos menos obtienen resultado. El cochino sale pronto y recoge más pronto aún, antes de que la venida del alba nos regale unas horas de helada intensa, de escarcha en la barba e inmovilidad absoluta. Cada gramo de aire caliente vale su peso en oro.
Aguardos de cochinos apretaos, de pelos recios y barros coloraos. Duros, esquivos y avisaos.... recogidas de aguardistas.