El maestro iba más ligero que otras veces, solo con algo de ropa de abrigo para el niño, (que Marta había insistido en que llevase), sin rifle, y con un bordón para andar, del que no se separaba desde que se lo hizo Mario la primera vez que vino Serafín. Antoñito con sus piés ligeros, y su mochililla con su navaja nueva y un paquete de galletas que le había metido junto con un batido, su madre. El niños saltaba y se subía en todos los muretes hasta que se acababa la calle asfaltada. A partir de que pisaba tierra empezaba a andar como le había enseñado calzones. Sin hacer ruido, como si pisara cristales. Serafín llevaba la Mannlincher colgada del hombro derecho, y nada mas. Calzones iba como siempre, con la jabalí (en honor de Serafín) la talega con su “cachopanceta”, su navajilla, unas cuerdas de esparto, la botellita de vino de consagrá, un zamarro y… la lechera vieja “pa meá”, terciada a la espalda.
A don Serafín le podía la ansiedad y como iba ligero de equipaje y seguido de cerca por Matías se iba alargando por el sendero de siempre, hasta que se oyó a Calzones parado en una bifurcación del camino gritar: -¡¿Ande-vais collera?!...¡que por ahí no je vá a la Pedrera!...¡Reculá pacá!...¡que vais mu ligero los doj!. –Y Serafín con una sonrisa en la boca se justificó. –Si es que nos puede el ansia, Calzones.
-Antoñito, vé tu delante que conoces la trocha. Le dijo su padre, y se puso a la altura de Serafín para charlar con él.
-Veremos con tanto personal si entra el guarro… De cualquier forma vamos a tener una noche soberbia… Has visto como camina el pequeñajo. Parece un gato. No rueda ni una piedra.- Comentaba el Conde.
-¡Con el maestro que tiene!... A mí, todo lo que sé de caza, me lo ha enseñado Calzones. Y el “enano” está pegado a Mario todo el día. Con diez años sabe cosas del campo que yo ignoro.
-Pues con las facultades que tiene, y los conocimientos de Calzones, ¡échale un galgo!. -Terminó Serafín.
-¡Menguá las voces! Susurró Calzones volviéndose hacia los tres adultos. ¡Questamos jerca!
-¡Joio por culo!, con ochenta años (-¡ochenta y dos!, -interrumpió el maestro), …bueno ochenta y dos… y como anda el gachó…, ¡yo lo firmaba!, -se atrevió a comentar Matías.
-¡Como lo sabes!, dijo Serafín –¡Lo que yo daría por sus piernas…!
-Pues no hace más que quejarse según la Tere.- Justificó Antonio.
-¡Privilegio de los mayores!...El quejarse digo… yo lo hago en casa para que me hagan caso.
-¡Y ni puñetero que le hacen don Serafín!. Rió Matías.
-¡A vé si nos queamos mudos!...Valiente charpa de verduleras traemos hoy, Antoñito. -Dijo Calzones en voz baja. Serafín hizo el signo de echar el candado a la boca, y Antoñito se rió como si fuera el segundo Calzones (que lo era…). -Desde aquí, en silencio. Hajerse cuenta de quel guarro nos jestá mirando desde el cerro. -Continuó
-¿Nos está mirando?.-Preguntó Matías.
-¡No!, que va estar mirando (¡digo yo!...) es la forma de avisar que nos comportemos con discrección y sin hacer ruido. –Explicó el Maestro
-Bueno…¡Jemos llegao!, ¿que os paece er sombrajo?. Dijo Calzones con la voz queda, mientras todos miraban desde el borde inferior de la pedrera a la zona a la que dirigían la mirada Calzones y el niño. Ni Antonio, ni Serafín, ni Matías (que presumía de buena vista) eran capaces de descubrir el chamizo. –Er lentisco ha aguantao bien… Vamo a entrá desde abajo y por dentror monte. Quer marrano entra desde los jartos pa venteá… ¡Jarreando! “señoritas”, y corgarse los pies de los jobacos.
-Que andemos sin hacer ruido…-“Traducía” Antonio.
El conde con sorna preguntaba para pincharlo:- ¿Como que nos colguemos los pies de los sobacos?...Calzones…
-¡Se los jechais de los jombros sinó, pero no jagais ruio, cojones!...-y el mismo Calzones se echaba a reir sacudiendo la cabeza pero casi mudo.
La llegada al sombrajo fue como la entrada “al camarote de los hermanos Mark”, se daban de codazos hasta que los acomodó Calzones como un director de orquesta. Había colocado dos “bancos”, uno detrás de otro, compuestos por dos troncos de pino juntos y amarrados, de unos diez centímetros de diámetro y los había rellenado con pasto por encima. A decir de todos eran bastante cómodos. (hasta que lleven dos horas sentados, pensaba Calzones). En el primer banco si pondrían Serafín, el niño y el Maestro. Pero este se negó y prefirió colocarse en el segundo con Matías. Quedando en el primero, por este orden y de izquierda a derecha según miraban a la pedrera, Antoñito, Calzones y Serafín. Y en el segundo banco, Antonio, justo por detrás de su hijo,(lo que le permitía mirar con los prismáticos por encima de la cabeza del pequeño) y Matías a su derecha. Mas atrás en la esquina…La lechera con arena del regajo hasta la la mitad, dispuesta para lo que fuera menester.
-¡Ya tos callaos! Susurró Calzones, y empezó a sacar las vituallas. Los demás lo imitaron, sin hacer ruido. Pero como basta que en un grupo así, haya que estar en silencio ( como pasa en un funeral), a alguno siempre se le ocurre un chiste. Y fue Serafín el que mientras sacaba una botella de vino (por cierto…vino de categoría), se le ocurrió decir: -¡Os habéis fijado que parece que estamos en un palco de la Opera!. (risas contenidas y algún …”Joio Conde”
-O más bien en el descanso de una corrida de toros, lo digo por la comida, terció Matías mientras pasaba un papelón con jamón ibérico al Maestro… (nuevas risas contenidas). El jamón pasaba al banco principal y la panceta de Calzones pasaba hacia atrás, junto con la petaquilla de vino. El Rioja gran reserva, pasaba de mano en mano y a continuación sacó el conde, un queso viejo de los de quitarse el sombrero. Así se explicaba Antonio la insistencia de su amigo de que no llevase nada de comer.
Eran las siete y media de la tarde, el sol estaba aún alto y aquello no era precisamente lo que se llama un aguardo silencioso. A las ocho estaban comiendo aún y el único que miraba por la tronera era Antoñín, que estaba harto de comer, y al que el vino ( del que se había abierto la segunda botella) no le atraía lo mas mínimo. Calzones le llegó a decir: -Antoñín, a Tere ni una palabra del vino. A lo que Antoñín contestó sin dejar de mirar hacia fuera: -Ya lo sé Tío Calzones, ¡no soy tonto! .
En esas estaban, cuando Antoñín le dio un codazo a Calzones, que estaba cogiendo el papel de estraza con la panceta que le pasaba desde atrás, Antonio. Inmediatamente dirigió la mirada al exterior, y dejó la panceta sobre sus rodillas, agarró la jabalí y le dio el mismo codazo a Serafín, que raudo dejó de comer y agarró la carabina que tenía apoyada en el palo de maraña. Lentamente la sacó y la dejó quieta sobre el travesaño horizontal. Todos miraban fijamente a la pedrera. En esta, un guarro que nadie sabía de donde había salido, sin hacer ruido ninguno, estaba volteando alguna piedra. Antonio lo miraba con los prismáticos y Serafín lo metía en la mira. Calzones susurraba: -No es eje, no es eje…¡Tié cojones! con la ques-tabamos liando. Y se iban relajando todos. Calzones seguía fijo en el guarro. Antoñito fue el que dijo –Está muy lejos. Mientras todos permanecían en silencio y quietos. El marrano, que estaría a mas de cien metros, empezó a tomar aire y fue al levantar la jeta cuando Calzones dijo: -¡Eje es!...¡Eje es!... ¡Conde, tírale a la a la menó portuniá, que no va a entrá!. Y Serafín apuntó, (había suficiente luz del día aún. No eran mas que las ocho y media), miró a Calzones de nuevo como pidiendo la “Venia”, y este afirmó con un movimiento de cabeza. Tronó la Mannlincher, y el guarro salió como alma que lleva el diablo faldeando en horizontal, en dirección al monte opuesto a ellos.
-¡Estaba largo! -Dijo Serafín a modo de justificación.
-¿No ha hecho ningún extraño?, -preguntó Antonio que había seguido el lance con los prismáticos.
-¡Yo no he visto ná!, -Dijo Matías con toda la comida sobrante y las botellas sobre sus rodillas.
Calzones meneaba la cabeza: -No jé…no jé… no ha estrañao.
Y Antoñito cuando todos estaban callados dijo: -“Le ha dado”
-¿Seguro Antonín? – le preguntó su padre.
-¿Loas visto?- Preguntó Calzones
-Creo que le ha dado. Repitió
-Si la dao y si no la dao, amos a esperá media hora, y aluego miramo. ¿Quea queso por ahí enditrás? -Dijo Calzones. Y todos volvieron a la tarea de acabar con las vituallas.
Ya, sin recato ninguno; que si “pásame la panceta”, que si “que bueno está el queso”, traguito de vino; ¿Ya nos jemo pimplao la jegunda botella? (Indudablemente ese era Calzones), ¡como joplais condenaos!. Comentarios jocosos y relajo contra el stress hasta que Antoñito mirando para el exterior, dijo, bajando la voz: Tio Calzones, ¡Otro!.
Calzones miró, y mandó callar. ¡Chitón, panda de verduleras!, otro marrano, ¡Tié cojones la cosa!. Con la feria que teníamos montá…Está jubiendo la pedrera ende abajo. ¿Será er mesmo de ante?...igua no lo jemos asutao lo juficiente!... y esbozó una sonrisilla. ¡Nó, es otro!. Este tie el pelo mas rubio. En estas el conde estaba preparado con la mannlincher apoyada en el palo horizontal. Se volvió a Antonio y le preguntó: -¿Quieres intentarlo tú?, No vaya a fallar yo de nuevo. -Antonio negó con la cabeza y le dijo a modo de achuche: -¡Anda con él¡ .
Calzones avisó de que era grande, mas que el anterior, y cuando Serafín estaba a punto,… y los demás con los dedos metidos en las orejas…volvió a susurrar Calzones: -Espera, no lo tengo claro. Está mu lejos, pero creo ques una jembra.
-¿Seguro?. –Preguntó el maestro.
-Seguro no, pero el jocico es mas fino, nos tá caia de atrás, y no menea er culo al andá.
-¡Joé que vista! –Se le escapó desde la segunda bancada a Matías, que inmediatamente hizo el signo de callarse y se disculpó.
- ¿Antoñín, tu co´pinas?, -Le preguntó Calzones al escudero.
-No lo sé, pero está muy lejos, más que el de antes. ¡Tela de lejos! (y sacudía las manos). Yo le tiraría, si se falla nos quedará el consuelo de que sería una hembra y si se mata ya nos enteraremos.
-¿Cuánto años dices que tiene Antoñín, Maestro?¡Jolín con el niño!... ¡No ha aprendío ná!. Dijo Serafin mirando a Antonio con una sonrisa de satisfacción en la cara. Sonrisa que este le devolvió, diciendo: -Diez para once. El joío,… si su madre lo escuchara, me caia a mí la del quince.
-¡Ya! -Dijo Serafín meneando la cabeza.
- La vamo a deja de ir, es una jembra, y ansí no jaleamos ma er campo. Terminá de comé verduleras, que amos a salí. –Sentenció Calzones, y se pusieron a recoger los desperdicios y a devolverlos al macuto, del que habían salido con bastante mejor aspecto.
Empezaron a andar por la pedrera en dirección al lugar donde estaba el cochino cuando se le disparó. Calzones andaba raro, como abriendo mucho el compás. Al llegar dijo… -En esos peños ejtaba cuando disparó el Serafín… ¡joé!... jiento y veinte pasos…. Maj o meno, jiento y veinte metros… ¡Un tiro!…¿Eh, Conde?.
-Si que estaba larguillo, Calzones. –Respondió Serafín.
Todos miraban el suelo como posesos, hasta que Matías dijo. –¡Le ha pegao, Don Serafín. Aquí hay sangre!. Y señaló unas gotitas aisladas de sangre con algo de espuma en una piedra.
Calzones se acercó y comentó: -La pegao en er purmón, va en aquella dirección, nos tá atravesao, ajín que poneros a la derecha der rastro, que tiene er tiro a la izquierda. ¡Y no pizeis la jangre! ¡Amos!.
A los treinta metros desapareció el rastro de sangre, y todos siguieron en la misma dirección y vuelta atrás cuando no encontraban nada. Calzones permanecía en el punto de la última pista con Antoñín a su lado. Pelaba una vareta de lentisco, y le sacaba punta…-¿Para que haces eso Tío Calzones?.-Le preguntaba el hijo del maestro con curiosidad. Los demás voceaban desde distintos sitios mas allá; …-¡No se vé nada!..., ¿habrá sido un rasponazo?...-¡por aquí no hay mas sangre!…
-Calzones le explicaba a Antoñín casi sin atender al resto: -Esto es un palo de úrtima jangre, ahora le atamos una borsa de plástico en lo arto y lo clavamo, en la úrtima mancha de jangre. Ajín ¿ve?. –Y clavó el palo, por la punta afilada, junto a las ultimas gotitas casi imperceptibles. -Ajora… (continuó)… jacemo er caracó… vamos ando vuertas, cada vez mas abiertas alrededor del palo hasta que vorvamos a vé jangre. Los guarros cuando van muertos a vece cambian de direcjión de golpe, y te confunden. -Los tres de la charpa ya no buscaban, sino que atendían a alguna distancia, a la lección magistral de Calzones como si fueran alumnos aplicados. Vieron extrañados como Calzones y Antoñito empezaban a dar vueltas concéntricas cada vez más amplias con el palo como eje. Ninguno decía nada , y aunque se hacía extraño ver a los dos de esa guisa, dando círculos ya, a veinte metros del palo, los tres seguían atentos a los acontecimientos.
-En ese momento Antoñín gritó, -¡Sangre Tío Calzones! -señalando unas gotas que solo la vista “sin gastar” (que diría Calzones) de un niño de diez años podía ver.
-¡Digo chaval! …En eja dirección vá. Ejte va muerto y no lo jabe.
El cochino había hecho un giro de noventa grados desde la última sangre corriendo en perpendicular a la dirección que llevaba al principio y hacia arriba.
-Anda Antoñín tráete el palo de úrtima jangre.
Antoñín corrió hacia abajo, hasta el palo y lo arrancó mirando con cara pícara y de triunfo a los tres espectadores, volviendo a la altura de Calzones con su palo en alto como un estandarte. Solo había esas gotas de sangre, y clavaron el palo de nuevo pero esta vez lo más que tuvieron que girar fue en un radio de cuatro metros, porque allí estaba el cochino muerto después de haber vuelto a cambiar de dirección.
Serafín mirando a Matías le dijo, -Esto que has visto aquí no lo vas a ver mas en tu vida, así que anótalo en tu “disco duro”. Lo que se aprende con este Calzones no está en los libros.
-Valiente escuela la de Antoñin, dijo orgulloso su padre.
-“Tié cojones”, -Rió Matias
Y se dispusieron a subir a donde estaba saludando el escudero con un arocho a sus piés, y a su izquierda “el Tío Calzones” guardándose la bolsa de plástico en un bolsillo por si servía para otra cosa.
Fin