Siempre me gustaron las esperas desde el suelo, las que relatan los esperistas de pedigree en sus libros, compañeros algunos en este foro y maestros de pluma. En otros tiempos no muy lejanos, cuando los gorrinos no tenían tanta presión como ahora, posiblemente eran más incautos y habían aprendido menos que en nuestros días. Las malas artes de muchos de nosotros en esta práctica cinegética, disparando a piaras, o hembras con su camada de rayones, además de hacer poco bien, enseñan a los rayones que no sucumben, que tras la luz viene la muerte. Pero matar un macareno seguro que era igual de complicado en aquellos tiempos que ahora y seguro que si se abatía es porque el macareno se había equivocado en combinación de una gran dosis de buen quehacer del esperista.
Bien es cierto, que en torreta, es más difícil que te cojan los vientos, que te oigan un sonido producido por un descuido, pero también es cierto, al menos en mi caso, que también me relajo más.
Sin duda las sensaciones no son las mismas, en el suelo te sientes más cazador ya que se tiene que ser más cuidadoso, se oye y se huele más y mejor y se siente infinitamente más. La fusión del cazador con el entorno es completa.
Pues con todo este montón de sensaciones en el saco, y después de cebar tres días junto a un chaparro por parecerme querencioso, el cebadero lo toman y decido que puede ser bueno ponerme en el suelo para cuando sople el viento de poniente. Este viento es inusual en mi tierra en tiempos de primavera y verano.
El día que se dieron los permisos para espera y con luna llena, esas condiciones de viento se dieron y me coloque bajo a una encina a 35 metros de donde cebaba con almendras.
Ocurrió en un par de ocasiones, que en la zona donde cazo, algún compañero ha matado algún guarro de muy poco peso y mucha boca, se llego a dar el caso de uno de algo menos de 40 kilos y 18 cms de boca, no sé si por enfermedad o porque en su cuerpo ya llevaba algo de plomo el pobre animal. También se que el gorrino que entra solo al puesto ya hay que tenerlo en cuenta y que se tira primero, siempre con ciertas de que no es otra especie o no es una hembra, y se pregunta después. El caso es que en esos razonamientos andaba cuando ya era de noche y con la claridad que da la luna llena, intuyo una visita.
Cojo el rifle, apunto hacía el cebadero y miro por el visor con el objetivo de verificar lo intuido. El visor, un Khales de campana 50 y retícula iluminada, permite ver con esas condiciones el bulto, apuntar y a esa distancia colocar perfectamente el disparo. Pues bien, allí tenía un jabalí, medio tapado por un romero, que estimo rondaría los 40 o 45 kilos. Era cauto, no se destapaba del todo, era macho seguro, pero lo consideraba pequeño. Lo tuve más de 5 minutos apuntado, sopesando si valía o no la pena, si debía o no disparar para no estropear la espera, por si tras este venia otro mayor, y mientras observaba sus tribulaciones, sus precauciones. Cogía una almendra y levantaba la cara para mirar hacía donde él intuía que se hallaba el peligro, sin equivocarse ni un ápice de donde estaba el mismo, suelen mirar de cara al viento, los bandidos que listos son.
El pasado año vi en dos ocasiones, desde la torreta, un jabalí de pelaje blanquecino, más bien pequeño, pero de contorno y hechuras de jabalí viejo. Nunca me dio ocasión para dispararle.
Pensando que podría ser el mismo, y sin llegar a poder verificarlo por no descubrirse totalmente en ningún momento, por fin, llego a la conclusión de que vale la pena dispararle, que hace las cosas de jabalí viejo. Enciendo la retícula del visor, por eso de asegurar todavía más el disparo, el khales en estos menesteres es totalmente insonoro, y lo apunto con cuidado a la parte baja de la paleta donde se que le cojo el corazón y los pulmones. Y milésimas de segundo antes del disparo, levanta la cara y se esconde, sin poder disparar.
Se vino muy cerca de donde yo estaba apostado, tras chaparros y romeros, a cinco metros estimo yo, y lo tuve chirriando los dientes unos minutos, amenazándome y diciéndome que me había ganado la partida, tras las matas, y mientras yo, como un tonto, apuntando hacía el ruido y pensando que le tenía que haber disparado en cuanto tuve ocasión, que la tuve y muchas, y deduciendo si era posible que hubiera visto la retícula.
Pues bien, como nadie me había dicho nada al respecto de gorrinos que ven retículas iluminadas, ni había leído nada de esto en ningún sitio, descargué el rifle, lo puse al revés, y mire a ver si se veía, y para mi sorpresa sí, se veía y a la distancia que estaba el gorrino se veía una pequeño aro rojo. Similar a un infrarrojo de los que llaman invisibles.
Como con los jabalíes nunca termino de aprender, esa noche recibí una nueva lección y aprendí a tener en cuenta una precaución más. Además de verificar de nuevo lo ya sabido, que un jabalí astuto da pocas oportunidades y cuando la tienes hay que aprovecharla.
Ni que decir tiene que la espera terminó en ese mismo momento, más que nada por el cabreo que cogí, igual o mayor que el del gorrino al que estuve a punto de cazar. Pero las sensaciones de esa espera en el suelo y con todo lo sucedido, son irrepetibles e inigualables a las que hubiera tenido en la torreta que tengo puesta allí cerca.
Tener el cochino amenazándote con su chirrido de dientes a cinco metros y sin verlo es difícilmente superable.