Bueno, aquí os cuento otro de los episodios sucedidos en la finca "de los extraterrestres" donde tan buenos ratos pasamos. No es tan divertido como el del "silo marciano", pero es entretenido.
El Guarro del vecino.
Fue una de las veces que acudimos de aguardo, a la finca de la zona de Llerena, que tenia arrendada Baldo, para los aguardos. A Baldomero le gusta la gestión, y a nosotros nos gusta que nos invite a disfrutar de su gestión. Se congratula cuando abatimos un macho, como si lo hubiese hecho él mismo.
Por supuesto el grupo: Baldo, Gonzalo y yo. ¡Quienes si nó!. Con la ilusión con la que siempre empezamos los aguardos, imaginando que cada uno matamos el guarro de nuestra vida, que imaginar es gratis y además es muy recomendable para la salud mental del personal. Como cada vez que íbamos solíamos llegar temprano, para poder inspeccionar las distintas posibilidades sin bajarnos del coche, para no dejar rastros. Esta vez me iba a poner en un puesto donde nunca antes había estado y estaba ilusionado con la variación. En esta postura había estado Gonzalo en otra ocasión y también tiró.
El sistema de comederos utilizado en aquella época consistía en un palé de madera a través del cual se echaba el maíz. Y los cochinos tenían que desplazarlo a trompadas para llegar al grano. Este sistema acabó siendo sustituido al menos en algunos sitios por el tradicional bidón con agujeros. Recuerdo una noche a un vareto, que en la “charca de verano”, donde estaba yo puesto aquel día, se dedicó a embestir como un miura a un bidón al que le quedaban unos pocos granos, intentándolos hacerlos salir a topetazos. Lo levantaba del suelo casi un metro.
Como decía me iba a poner en un puesto, en una pantaneta que estaba casi vacía por lo que los guarros habían formado un revolcadero, y en la que teníamos un palé con maíz instalado en uno de los laterales.
Cuando llegué miramos donde ponerme por el aire. Estaba complicado, normalmente el puesto, se ponía (que no era tal puesto sino solo el sitio que en el que se colocaba el catrecillo) pegado a una alambrada que rodeaba la charca. Los alambres venían rectos paralelos al carril de acceso hasta al misma pantaneta y luego de bordearla caía por detrás y seguía por el regajo abajo. Quedaba esta postura a unos cincuenta metros del talud de la charcona por la parte de arriba del regajo que la nutría. Es decir por la parte menos inclinada. Pero desgraciadamente el aire no estaba por la “labor de agradar”. Soplaba paralelo a la alambrada y hacia abajo, con lo cual desde la ubicación de siempre cantaba un disparate. A la derecha del talud, mirando desde la alambrada y desde la parte de la cola de la pantaneta había un mogollón de chaparros rastreros como de unos seis o siete, juntos y de no mas de dos metros de alto o poco más. A la izquierda del talud no había mas que retamas y todo por detrás de la alambrada. Por delante estaba descubierto. La única opción era ponerme por delante de los chaparros, casi dentro de estos y a su sombra, y casi donde acababa el talud por la derecha. Desde aquí dominaba la charca con el palé y la baña, a… no mas de 10 metros por la izquierda. Controlaba también todo el talud y la caída de este hacia la derecha, pero con un montarral muy apretado por el regajo, que no veía bien por estar un poco metido hacia la pantaneta. También dominaba a mas distancia, una barrerita justo enfrente, que comenzaba en el mismo talud, justo por detrás de la alambrada y con no mucha inclinación llegaba, hasta unos doscientos metros al viso. Esta barrera estaba llena de retamas, jaras bajas y mucho pasto alto.
Me dejaron con el coche en lo alto del carril y bajé andando lentamente por este, hasta llegar a la charca por la recula. Bordeé esta por la derecha y me coloqué bajo los chaparros. Estaba muy cerca de todo, menos de la barrera de enfrente, de la que Baldo no me había comentado nada. Se le habría olvidado. A dos metros del final del talud por la derecha. Justo por encima del charco, con la baña a cuatro metros, y al palé, máximo diez metros. Para controlar algo de lo que había al otro lado del talud me tenía que poner de pié.
Bueno pues una vez aposentado, serian las ocho de la tarde, comenzé mi ronda inicial de prismaticazos. Que no me servían para nada, porque todo estaba excesivamente cerca. Solo me servían para ver la barrera de enfrente, que escudriñé hasta la última mata. Tenia el 9,3 cargado con Norma plastic point de 285 grains, “un bellotazo”, a las que Baldo bautizó como “bombonas de butano” por la punta roja y el grososr, Y llevaba el Zeiss 8x56 montado en el Zastava-Kettner. Había solo un pico de luna y tendría que montar el foco. Por lo demás, disfrutando como un marrano en un charco, (nunca mejor dicho). No llevaría mas de una hora cuando de día aún, pero cayendo la luz, veo por la barrera un guarro, que hacia un buen bulto, bajando a la pantaneta. Estaba a unos ciento cincuenta metros y aparecía y desaparecía detrás de las retamas y jaras. Le eché los prismáticos y le veía solo el lomo entre el pastizal. ¡Era un gran lomo! ¡Je!. Estaba lejos pero a pesar de todo como era de día, para que no me fuera a sacar, en una de las veces que se tapó con las retamas cambié los prismáticos por el rifle. Lo vi por el visor, cuando se destapó. Todavia está lejos, y está bajando, lo voy a dejar cumplir. Parece macho, ¡sí es macho! esos andares son de macho. Va seguro y con aplomo. Se va parando de vez en cuando, pero sigue aproximándose. Se para de nuevo y empieza a enredar en el suelo, está a unos sesenta metros, y medio tapado por el pasto, baja otro poco, está hozando, (no sé el que, porque el suelo esta como una piedra). Lo tengo a cincuenta metros y no se decide. Está de nuevo tapado con una retama, se lleva así, tapado por lo menos veinte minutos, enredando. ¡Que coño está haciendo!. Se cruza a otra retama y sigue dando por culo. (textual; porque es la vista que me ofrece en este momento. Confirmo que es macho). Y de pronto… se destapa y … tira “pa arriba”. ¡Hey! ¿Pero “onde” vas tu?. ¡Que se me pira el gachó!, a ver si para… a ver si para… ¡que no, que no!, no se para y se está yendo decididamente. Le veo solo el lomo, apunto, está a sesenta metros, a ver si da la vuelta, pero no, este está decidido a irse. Se cruza un momento, y aunque está un poco terciado, no lo pienso y le arreo yesca. Al tiro, cae como una pelota y veo con dificultad el borde del costado sobresalir del pasto.
-¡Que te ibas a ir tú!
Me relajo, y en este momento es cuando uno se fuma un pitillo, pero como yo no fumo, me dedico a recrear el lance.
-Este se quería ir (pienso). Tiene que haberme barruntado, pero es raro porque el aire está bien. En fin no sé, pero ahora sí que no se vá.
Miro y remiro con los “prisma” hasta que se hace de noche y hasta el último halo de luz, el lomo se adivina inerte en el mismo sitio del trabucazo.
Pasan dos horas sin ver ni oír nada. No me he acercado al tiro porque como ha sido muy temprano, es posible que entre algo más. …Y así es, sobre las doce oigo un ruido por detrás de mí. Viene por la izquierda, bajando hacia el pantanete. Anda con muchas precauciones pero decidido. Hago mis cálculos mentales.
-Si me entra por la izquierda no me va a sacar, porque tengo el aire de izquierda a derecha, y le voy a tirar a cascaporro.
Dudo si quitar el visor, porque me puede entrar a dos metros, y ocho aumentos son muchos para esa distancia. Pero me contengo, y me quedo quieto, escuchando. Lo oigo tomar aire antes de entrar. Debe estar a unos cuatro metros, justo por detrás de mí y algo a la izquierda. Se queda parado, ¡una piedra!, está tomando aire, ¡Fuub,fuub!, no se mueve…, mas aire, ¡Fuub!... Ni me giro, por no hacer ruido. ¡Se mueve!, pero lo hace rodeando los chaparros y se vuelve a parar. He girado la cabeza lo que he podido y veo el bulto, (¡Enorme bulto!), ¡valiente guarraco!, ¡a dos metros de mí!. Al otro lado de los chaparros rastreros. Imposible tirar, tendría que hacer un giro de 180 grados, sin que se diera cuenta y hacerlo a través de los múltiples troncones de los chaparros. Unos minutos angustiosos, esperando a ver que hace pero lo adivino. Como rodee los chaparros por mi derecha me va a coger el aire,… y lo hace… rodea el “joio”, por mi derecha y solo oigo el arrollón de monte, alejándose como una locomotora cuando me saca. Ni me ha bufado, ha salido de najas. Bueno ha sido emocionante. Una noche completa. En este tiempo he escuchado dos tiros separados unos minutos, no se cual de mis amigos ha tirado o si habrán tirado los dos. Bueno, otra vez a relajarme y respirar hondo para que el ritmo cardiaco vuelva a la normalidad.
Por fin vienen a por mí. Baldo me pregunta: -¿Has tirado temprano no?. ¿Qué has hecho?.
- Pues lo he dejado seco, y luego me ha entrado otro bien grande y me ha llegado hasta dos metros, pero me ha sacado.
- ¿No lo decía yo? Si es que este puesto, es espectacular. ¿Y donde está el guarro?.
- Pues allí enfrente.
- ¿Dónde?
- En la barrera aquella. ( y le señalo el sitio, a oscuras claro).
- ¿Pero no lo has dejado en el sitio? (extrañado porque sabe que lo que toco, con el 9,3 cae casi siempre en el sitio), ¿Dónde lo tiraste? (Y mira a la pantaneta).
- Pues allí, ¡claro!. Quedo en el sitio, como un saco de patatas.
- Pero “quillo”, ¡si “aquello” es la finca del vecino!.
- ¡Y yo que sé!, venia al agua y se dio la vuelta, no lo iba a dejar irse. Yo creí que la alambrada era una más de las que hay en la finca, dividiendo las cercas. Y los cochinos van y vienen. No son de nadie.
- No ¡ya!, pero es que ahora hay que ir a por el, a la “finca del vecino”. Y como al tiro haya bajado el guarda y esté ahí esperandonos ¡veras!.
Por supuesto, por la Ley de Murphy, si te llevas bien con las tres fincas linderas y mal con una sola, seguro que en esta es donde tienes el fregao. ¡Bingo! El guarda de esta era un "elemento".
En fin dejamos los rifles en el coche, y cruzamos la alambrada los tres, subimos los sesenta metros de barrera, que nos parecieron cien. Y el bicho, que no había andado ni un paso, estaba donde tenia que estar, estaba bien gordo, era macho, pero tenía una boca pequeña, aunque le saqué una tablita. Pesaba como un condenado, pero como íbamos cuesta abajo solo nos dio trabajo al llegar a los alambres. Con lo fácil que los cruzan ellos. Finalmente lo pasamos por encima lanzándolo desde un reborde alto del terreno.
De los demás de la cuadrilla solo había tirado Gonzalo, pero a pesar de haber encontrado sangre no dieron con el cochino. Volvió el guarda al día siguiente con los perros pero no lo encontraron. Después de varios pinchazos de Gonzalo con su 7 mm RM, acabó pasándose a la cofradía del 9,3x62 y está muy contento. Pero esa es otra historia.