"El chirri" y el cierre.
De añada indefinida, ajado por ese estropeo que propina el jaretazo de la soltería y el abuso del orujo a algunos habitantes de lo rural, tiene “El Chirri” unas hechuras y unos andares muy suyos. No es que sea fondón, no; es que está como repujao, reapretao todo entero de carnes y tocinos. Y sea porque se maneja a trompicones, como si de continuo anduviera aliquebrao de un remo, o sea porque las libaciones mañaneras le afectan algo la deriva de sus desplazamientos, tiene el hombre un “acercarse” muy propio, inconfundible.
El Chirri, para su fortuna y tranquilidad –o quién sabe si para su desgracia- es funcionario público municipal; alguacil para más señas,
-Pa´los mandaos del señó alcalde…,- dice él.
Lo suyo del cargo no fue por concurso oposición, le llegó de herencia. Al faltar su padre y ser en su casa muchas las bocas y poco lo arable, le nombró vitalicio el primer edil de la democracia. Le arregló los papeles y de entonces a hoy,
-…despeñando la funció púbrica…,- resume.
Yo no sé dónde agenció lo de “Chirri”, quizás de andar chirriando todo el santo día con la chifla de alguacilillo de su padre, porque su familia, en el lugar, de siempre fueron “los Topos”.
Y, claro, cazusquea también “El Chirri”. Soltizo como está y desmandao todos los domingos, se le hacían las fiestas tan largas hasta el vermú que pronto entró en cuadrilla con los suyos. Además, las nieblas, en época cacera, se agarran mucho en La Armuña y, hasta que levanta, es aliciente añadido echar el rato entre los cubetos y la lumbre de alguna bodega querenciosa. Pero los años y los “esfuerzos” no perdonan, con que, quitando octubre, no hay quien desencame al operario por atronadores que sean los porrazos en el portalón de su casa. Y eso que también colabora a ello con sus hipíos desaforados la “Asunta”, la bretona desmadejada que de años le atempera en sus soledades desde que la otra Asumpta, la pequeña de “Los Castres”, le plantó el día de las Águedas por sobón y bebedor.
En el pueblín de “El Chirri”, del que soy cazador consorte –mi mujer es la oriunda-, son muy pocas las cuadrillas perdiceras. Tres a lo sumo; los demás, conejeros prejubilaos. Así que durante las últimas jornadas de la temporada las bajas abundan, por lo que llegando estas fechas aunamos esfuerzos -haciendo vista gorda de las limitaciones numerarias autoimpuestas- en aras de dar un tiento patirrojo con más probabilidades de ver compensado en tiros el ímprobo esfuerzo de malandar todo un santo día por aquéllas inmensas y llanas barbechadas.
Esos días no los perdona “El Chirri” ni aún cayendo chuzos de punta. Bien sabe él que a media mañana y allí donde nos cuadre, juntamos unas cuantas gavillas, chiscamos y, dando rienda suelta al vinillo nuevo recién salido de los cubillos, esperamos se acondicionen las brasas acogedoras de chorizos tiernos y morros y pancillos matanceros recién apimentados.
Y así aconteció el otro día, un año más y uno menos. Una cellisca que arrancaba el gorro y nos congelaba la moquita saludó “la mano” en cuanto traspusimos los tesos del Ejido y enfilamos la llanura hacia lo de Pelarteros. Llevaban la punta izquierda mis cuñados -“Los Mindos”-. Junto a ellos, dos valientes más –Roberto “Tarugo” y Toño “El Abisinio”-, y, a la vera, el insensato que esto les cuenta junto a cuatro canes ateridos y rezungones.
En el medio del arco, a mi derecha, se colocó enseguida “El Chirri” con su “Asunta”–ahí se anda menos sea donde sea hacia donde caiga la mano-. A su lado, Santiago “El Pito”, su hermano (las mata bien este Pito, pero el jodío aprovecha mucho el tirón de su ojo fino para colocarse en lo más querencioso de las que se vuelven. No pasa nada, lo respetamos, además luego repartimos piezas cabalmente).
Y ya cerrando abarco por la derecha, Ruma “Cubillo” con su pointer, Medes, Jose “El Torero” y Paquito “El Canitas”. Es un andarín incasable este Paco, asombra. Su labor era remeter por delante los bandos que anduvieran en la raya de Cañizal, una azaña, se lo aseguro.
Ya se pueden imaginar ustedes lo “apacible” de la llanura aquélla desabrigada por todos lados. Azotaba un temporal del norte que cuando le dábamos la cara nos cortaba como hojas de afeitar -yo tengo gafas y algo me protegen- pero los otros lloraban más que veían.
Y llegamos a lo de Pelarteros, un rodal inmenso de atesados bacillares deshojados, con esperanza fundada de soltar los primeros tiros. Allí Paquito debía hacer el último esfuerzo que arrastraría la mano en un tirón de látigo vertiginoso -los perdiceros lo sabrán- a la par que productivo. Se empezaban a tirar las primeras revoladas en las puntas del otro extremo cuando... -de siempre ha habido allí un espantatordos, renegrío y asombrerao, plantado en mitad de una viña- ...veo a “El Chirri” en un mar de aspavientos. Y, como yo ya andaba medio girado, el ventarrón chivato me trajo sus últimos desafueros verbales:
-¡Pituuu, cabrón…! ¡Pero qué perráncano tas hoy….! ¡Avanza, jodíooo… que se nos güerven toooas…! ¡Será perráncanoooo…! ¡Na, que ahí se quea el jodío!.- Y, claro, el espantamirlas quieto parao como lo que era y el otro vuelta a las voces. Hasta que yo, en una de aquéllas y casi por los suelos le solté,
-¡Coño, Chirri, no marees más al espantajo y tira pa´lante que mira dónde va ya tu hermano…!
No sé qué me contesto, pero acerté a oir algo así,
-¡Cómo enluego lo casques t´eslomo, cabrón... No, si no tardarás, pellejoooo…!.- Yo, pa mi, ya lo iba paladeando.
Tiramos largas otras pocas en lo de los Valdemoros, pero arreciaba tanto la orilla que, en cuanto pudimos, enfilamos la mano hacia el pinarejo abandonado de la Tía Paulina. Allí suelen quedarse las poquísimas que ya han sido voladas dos o tres veces y uno llega a él con la esperanza de pegar los últimos tiros de la mañana, amen de hacer la lumbre tan ansiada. (Y es que la caza tiene una parte muy grande de esto último).
Pues mis cuñaos y yo, a sabiendas, nos adelantamos a los esquinazos mientras los otros se metían con los perros entre aquellos cuatro pinos sin desbrozar. Enseguida arrancó una que me pasó por encima, con una mala leche y un viento en la cola que vi el taco del segundo tiro a veinte metros por detrás de su cuerpo. Maldiciéndola andaba cuando oigo vocear a “El Chirri”,
-¡Toñooo, cojones, ven p´acá que hay aquí un animal mu grande...!
Oigan, oir los gritos y ver un jabalí como un toro trotar por aquel limpio fue todo uno. Rompió a ciento cincuenta metros de donde yo estaba y cuando entre carreras y trompicones conseguí sacar una bala de la canana, ya estaba a doscientos cincuenta; así que me paré y me quedé “disfrutándole” a través de un grisáceo rastrojo durante dos o tres minutos... Qué bicho. Les prometo a ustedes que mi suegro tiene terneros mucho más pequeños. Así que ya pueden imaginar sobre qué versó la conversación junto a la lumbre y los chorizos. Casi se me desnorta hasta el sucedido del espantajo.
Después del taco y ya con dirección al pueblo, hermanábamos “El Chirri” y yo la caja de un regato movido por la “Asunta”. Se picaba la perreja hasta casi pararse en unos tamujos algo más espesos. Y, claro, se arrancó sin avisar la pájara con un bbrrrrr que paralizó hasta el ábrego. En un pispás encarose “El Chirri” y soltó tres pepinazos ensordecedores que acrecentaron al máximo la velocidad de la huída voladora, si aún eso fuera posible.
Cuando yo, que llevaba la escopeta bajo el brazo izquierdo y las manos en los bolsillos, quise reaccionar, andaría ya la bicha cerca de Aldeanueva. Vacié los dos tubos por aquello de que supiera que hay infierno y me la quedé mirando. La “Asunta” también nos miraba.
Y en esto, va “El Chirri” y me suelta con un tonillo de barítono que se oyó a lo largo y ancho de la mano aún no desplegada y que, a los tiros, nos miraba interrogante,
-¡Coñooo, “Chico Mindo”, pero cómo has fallauuu esa perdí…! ¡A güevo que te ha salío calamidad…! ¡Pero qué calagraños tuercecaños tás hechuuuu...!
-¡Serás cabrón…!,- farfullé avergonzado e impotente…
El otro día no partimos las cinco perdicejas y las dos liebres de por la mañana. Haremos un guisote después de San Blás en la bodega de Andrés “El Gadafi”. A ver si el vinejo ya ha sentao la madre. Cocinaré yo. Servirá de agasajo, desagravio y confraternización venatoria para con las sufridas esposas mutuas por resistirnos otra temporada más. Y volveremos a recordar entonces al jabalí del pinar de la “Tía Paulina”, y al espantajo de Pelarteros, y a mi criticada y afamada perdiz ida a “cascaporro”.
Basilio, “El Chirri”, se traerá a la “Asunta”. Se enroscará en sus piernas a la cena y aluego le enhebrará los trompicones en compaña hasta el portalón de su casa.
Qué mejor pa´l cierre, no creen.