Aquí teneis la segunda parte y final. Espero que os guste.
CALZONES SUCIOS 2ªPARTE
En el camino, recortados a la sombra de unos castaños ve unas siluetas, a las que rápidamente identifica.
-¡Coño el cabo y el José ¡. Los dos guardias de regreso de servicio, están echando un pitillo antes de llegar al cuartelillo. Los dos son buena gente, y conocen a Mario de sobra, no tendría problemas, a lo más un rato de charla, porque a los conocidos no se le piden papeles, y además, Mario de papeles pocos. Pero, como buen hombre de sierra es de natural discreto y cuanta menos gente sepa de sus movimientos mejor. Recula en el huerto y espera a que pase la pareja, camino de dar de mano en la ronda diaria.
–Ya charlaré “conello” en el “bá” ques el sitio de hablá”.
Cuando han pasado, Manuel sigue su camino, apretando el paso porque el guarro puede entrar de día, y se le está ajustando el tiempo. Como tiene los pies ligeros en un “salto” está en el huerto. Antes de bajar a las terrazas, desde el alto de la vereda que acaba en estas, se para a mirar. No se ve movimiento, ni humano ni montuno. La huerta está atravesada por un arroyo de medio metro de ancho, que es un canal de derivación del auténtico arrollo que está a doscientos metros por detrás del cerrete frontero. Esta derivación debe ser de la época de los romanos, porque esta huerta ha estado aquí “de siempre”.
Las higueras de higos negros están al lado contrario del arroyo y en este lado hay otras de higos blancos que son mas tardíos. El aire está en la dirección del agua, (hacia la izquierda). Las higueras están podadas hasta un metro y medio de altura para que los guarros no desgajen las ramas. Hay tres negras, y dos blancas, y estas están rodeadas de plantas de berenjenas a las que curiosamente los guarros no les tienen afición.
-“En mientras haya jigos que vanentrá a otras golojinas”.
El Jacinto tiene colocadas unas piedras a modo de banqueta al pié de una de las higueras blancas. Las plantas de berenjenas le tapan bien, pero tendrá que incorporarse para apuntar, porque están altas.
-“¡Tié buenas las benenjenas el Jacinto, coño!”.
Coloca los pertrechos a ambos lados y se cruza a la de los ojos negros sobre los muslos. Saca una libretilla de papel de fumar, y arranca una hoja. Con esta le prepara unas orejillas a la escopeta y se las coloca. Las fija con un poco de saliva.
-Er papé de jumá eh lo mejón pa las orejillas. Como aparezca el mozito se vallevá un zusto de domingo.
Carga una bala esférica, que le cuesta meter porque el cartón está un poco hinchado, en el caño derecho, que “balea mu bien”, y un cartucho con garbanzos en el izquierdo “que aprieta mu bien”. Está acostumbrado, a tirar primero de izquierda y amarrar si hace falta con el derecho. Pocas veces hace falta.
Encara y apunta al troco de la higuera grande, que es la que tiene más rastros, y calcula unos quince metros.
-La que te voy a meté.
Amartilla los perrillos, y se la vuelve a cruzar en las piernas. Saca la talega del macuto y se corta una rebanada de pan y chorizo. Trago de clarete y a respirar el monte, que huele distinto, huele a tranquilidad, a paz, a bienestar… Esa sensación que solo ha notado el que ha estado sentado esperando que caiga la tarde en un aguardo.
Está tan a gusto, que se ha cargado la botella de clarete, sin darse cuenta, mucho después de haber acabado el pan y el chorizo. Con la algarabía de la noticia de la partida de Juana, hoy no ha dormido siesta, y le está entrando una mangla que “pa qué”. Los bajos de las higueras están llenos de mirlos, gorriones, y verderones. Con el soniquete de los pájaros va pegando cabezadas hasta que se queda dormido. Pero es la duerme-vela del esperista, que cualquier ruido que se salga del murmullo establecido como normal dispara el resorte de la atención de casi todos los sentidos. De cualquier forma el clarete ha hecho de las suyas, y Mario tiene algo más que una duermevela.
En la orilla frontera, una silueta aparece desde la izquierda, monte arriba, tomando aire, muy despacio y con las precauciones propias de quien ha recibido muchos sustos. Se para bajo la higuera grande y escucha, oye como un runrún sordo acompasado que no disminuye y como el ruido continua sin amainar, decide retirarse sin saber que es aquello. Se oculta en el filo del monte y sigue tomando aire y escuchando. El aire no le trae ningún efluvio sospechoso y el runrún sigue imperturbable. El marrano, que está acostumbrado a que los ruidos peligrosos son los que se paran cuando él llega, se va haciendo al ruido y se empieza a arriesgar saliendo del monte. El aroma de los higos del suelo es como un imán. Se arriesga del todo, comienza a comer y no ocurre nada. Mientras masca, intenta escuchar con dificultad, pero el runrún sigue ahí invariable, y el olfato no le trae ninguna alarma. Sigue comiendo y va necesitando agua. Se acerca al arroyo y se pega un baño, hoza un poco y se revuelca en una poceta lateral que tiene tomada. Tranquilamente se va en busca de otros enredos, porque la panza la tiene hasta las trancas de higos. Sigue escuchando el runrún sin haber averiguado que era aquello, que no debe ser nada malo porque nada malo le ha pasado. Y a medida que se aleja lo oye cada vez más bajo hasta que desaparece.
-¡¡Mffrrr, zzz, arj,arj, uff. !! ¡Coño quemedormío!. ¿ Habré roncao? ¿Cagondiez? ¡Que yo no duermo sin roncá, que lo dice la Juana!. Bueno, po tos tá tranquilo.
Se incorpora un poco por encima de las berenjenas y todo está en calma. Pero para un serreño como él, es demasiada calma. No hay mirlos y el suelo está revuelto. Se termina de incorporar ya sin precauciones y con la poca luz que queda, ve como el agua de la poceta está turbia.
-¡Cagondiez! ¡si hasta sabañao el mu cabrón! , y yo roncando ¡fijo!. ¡Siesque hay que vení descansao!.
Vuelve a sentarse, ya sin mucha esperanza, y está atento hasta las tres.
-¡Aquístá tol pescao vendio!.
Pero como no tiene que ir a ningún sitio decide quedarse, y se arrebuja en la manta con el macuto por almohada y se echa a dormir. Duerme como un bendito y ronca como dos.
A eso de las cinco, de recogida vuelve a pasar por la higuera grande el mismo cochino doble de antes, que como sigue oyendo el “ronroneo normal del sitio” entra sin precauciones, come un par de higos, se vuelve a bañar y sigue en dirección a los encames.
Mario se despierta a la amanecida, y no se le escapa que el cochino ha vuelto a pasar por la higuera.
-¡Mañana “te voy a enterá yo” son cabrón!. ¿Será listo el hijoputa?. Po no quespera a que me duerma pa entrá.
Se pone en el verde, a los conejos y consigue matar tres con un tiro. Esperando a que tengan las cabezas juntas mientras comen. Los destripa y se tumba en la yerba boca arriba mascando una paja de avena loca. La cañita de la avena pasa de una comisura a otra mientras repasa las faenas que tendría que estar haciendo.
-Las dos vacas tién agua y forraje de jobra, la vieja ya no dá leche y la paría lastá chupando el ternero. Ají que no tengo que ordeñá. Los pollos tién, grano y no pasa na porque no salgan hoy. Y los guarros je bastan jolos. Ajín que no tengo priesa por volvé.
Echa la mañana andurreando por el campo, y a la hora de comé se sienta a la sombra de unos olmos y hace una candela donde asa el gazapo mas tierno. Se prepara unos tomates con sal y orégano del que crece en la solana de la rivera. Y se pega una comilona de conejo, tomates y pepinos , con pan y agua de la rivera que ni un marqués.
En prevención de la noche se tumba a dormir la siesta a la sombra y duerme dos horas largas. Después vuelve a las piedras de la higuera blanca, y hace las mismas maniobras del día anterior. Orejillas a la escopeta, garbanzos al cañón izquierdo y bala al derecho. Está harto de comer y se engulle solo una de las peras de agua. Mientras, calcula como va a ser la jugada.
-Lo voy a dejá comé, y cuando esté to confiao, me levanto despacio y le sacudo. ¡Se vaenterá! Este está en la olla mañana de fijo.
A la misma hora más o menos, el “invitado” se acerca a la huerta. El aire está igual y el marrano entra del mismo lado, con las mismas precauciones, y en penumbra, sin que se haya ocultado el sol aún. Mario lo oye y se queda quieto como una estatua pese a que tapado por las matas de berenjenas no lo puede ver. El cochino se para, como ayer, no le extraña ningún aroma raro, pero hay algo que no cuadra, no se oye el “run run…” cadencioso de ayer, algo pasa. Sigue parado y olfatea. Muy silencioso todo, demasiado… Se dá la vuelta… y se marcha.
Mario deja de oírlo, y lentamente se incorpora, no ve nada, y piensa que seguro entrará mas tarde. Aguanta, gracias a la siesta, con los ojos abiertos como platos hasta las cuatro.
-¡Este cabrón ma venteao en un revoque y sasustao!. Ya no hago ná hoy.
Vuelve arrebujarse en la manta y se duerme profundamente. Tiene un sueño de lo mas reparador y no echa de menos su cama, durmiendo al raso entre las berenjenas.
No ha hecho mas que dormirse cuando el guarro, de recogida y tranquilo al oir los “ruidos normales” de la huerta, come algunos higos se da un baño y se pira. Mientras Mario sigue “fabricando” los ruidos normales del huerto.
Durante todo el día está dándole vueltas a la cabeza, al porqué de la actitud del guarro, hasta que como un detective, ata cabos y cae en que el cochino entra cuando oye los ronquidos. No se mueve de la huerta. Solo come lo que le queda y algo que le pilla al Jacinto, (donde hay confianza…).
Al atardecer se prepara, en la piedra de siempre con todo igual que las dos noches anteriores, esperando al “listo”.
Invariablemente, el solitario, se acerca como los días anteriores. Hoy no hay nada de viento y no encuentra el aire pero entra desde la misma zona. Se va acercando lentamente, oliendo y escuchando, hasta que oye un ronroneo familiar, ¡ruunc-ruuns!, se confía y avanza, llega a la higuera y comienza su banquete.
Mario se levanta lentamente, mientras con la boca sigue haciendo ¡ruuc-ruuns!, apunta y pone el dedo en el gatillo trasero de la paralela…, aprieta… y… el cochino se queda con el último higo en la boca. Cae como un pelele.
-¡Ja cabrón, que me la ibaapegá tú, po no soy largo ni ná!.
Se acercó y lo admiró como adversario digno que era. Lo capó, lo vació, lo troceó y dejó las partes en las ramas de la higuera. Dio un primer viaje con lo que pudo transportar, y en un segundo viaje llevó lo que quedaba. En casa deshuesó los jamones y las paletas y consiguió que entrase todo en la nevera de butano.
Cuando había terminado, apareció en la puerta la Juana.
-¿Qué?, ¿como está la madre?. Preguntó Mario.
-¡psse!, creo que va salí de esta. E inmediatamente añadió, ¡hay que ve lo sucio que tienes esto! ¡Me voy tres días y no puede ser!.
A continuación aparece también en el umbral el Jacinto, que le pregunta en bajo (conociendo a la Juana), que hace unos días que no lo ve. A lo que Mario responde sin dar mas explicaciones y alzando la voz un poco para que Juana lo oiga.
-¡La madre de La Juana, que ha estado pachucha!. ¡Pero ya está mejor gracias a Dios y va a salir de esta! ( y añade de pensamiento, para sí mismo, -“y así me puede dar mas adelante otros tres días de tranquilidad”).
-¡A claro! Le contesta Jacinto como si la explicación fuera la más normal del mundo.
Cuando se va el Jacinto, Juana exclama con la puerta de la nevera abierta de par en par.
-¿Y esto? ( como si no fuera evidente) ¿ que coño es esto?.
-Pue que vazer, ¡carne!.
-¿Que has matado alguna de las bestias?.
-Los amigos…, es carne de monte.
-¡Y la tendré que guisá yo!.
Y Mario se va para el corralón encogiéndose de hombros, mientras se limpia las manos en el pantalón y piensa en la próxima recaída de la suegra que Dios mantenga con vida muchos años.