Comienza la espera en los Carrizos:
Al llegar, sobre las 17.30 horas, ya despertaba en mí el lugar, una sensación diferente a las de otras veces; el paraje era muy peculiar, el lugar elegido recogía una depresión del terreno muy amplia, la cual albergaba un rastrojo de una antigua siembra ya recolectada y abrigada por su cara de poniente con un olivar muy tomado por los guarros; las hozadas en él, así lo demostraban. El rastrojo terminaba “en cuchillo” para rematar con el olivar, el cual subía por toda la linde de dicho rastrojo. Por toda la cara de saliente, se dibujaba el enorme carrizal, realizando una amplia cola de serpiente, con sus curvaturas y sus amplias zonas colaterales de pastizal húmedo, en el que destacaban verdaderas plantas de hinojo diseminadas.
Las encinas dispersas, estaban entre el olivar, quedando por detrás de nosotros a una distancia de unos cien metros. Los guarros debían salir de su escondite e ir allí, al pie de cada una de ellas a rebuscar su fruto preferido.
La franja de carrizal, se alargaba en el espacio, perdiéndose de la vista por todo el horizonte, repleto de una fecunda bruma. Era distinto a lo habitual, para mí aquello era desconocido, pues las esperas las tenía acostumbrado a realizar en zonas de monte, donde los sonidos y los olores, son muy distintos a lo que percibía esa tarde. La fragancia del hinojo penetraba bruscamente en mis sentidos, mezclándose al mismo tiempo con los olores que se desprendían del humedal; era el olor característico de las cañas de los juncos y carrizos.
El ambiente llegaba a confundirme, había momentos que pensaba que estaba allí, para realizar una tirada a los patos, o me imaginaba que de repente, me tendría que levantar para cazar las codornices por aquellas húmedas bajuras, acompañado de mi fiel perro; pero no, tenía que reaccionar y centrarme en lo que ahora tocaba: “Una espera en esos parajes húmedos de los carrizos y a los jabalíes”.
Teo, estaba situado distante, a lo largo del carrizal por su vertiente sur, dominando el borde de una pequeña mancha de monte y parte del extremo del mismo olivar. La aventura comenzaba para ambos, la emoción al limite, el desconocimiento del medio y del propio terreno así nos lo trasmitían.
Mi vestimenta, era la habitual en la época de invierno, el mono, pasamontañas, guantes, abrigo, calcetines y botas de alta montaña, formaban mi equipo, por lo demás tan sólo llevaba el rifle, prismáticos y la silla plegable. Elegí el pico del rastrojo para ponerme, allí me sentía más recogido y además dominaba un carril que tan sólo separaba el olivar con el carrizal por mi lado izquierdo, y por el lado derecho divisaba todo el rastrojo, que se extendía como un campo de fútbol ante mí. Por todo mi frente, el carrizal se abombaba, como si de un gigante balón se tratase, alejándose unos cuarenta metros y dejando un terreno de liego donde abundaba el hinojo.
Me acomodé en mi silla, me eché la manta sobre mis rodillas, colgué los prismáticos de mi cuello y con el rifle cruzado sobre mis rodillas me dispuse a contemplar dicho paisaje y al mismo tiempo imaginarme posibles y futuras escenas que se podrían originar ante mí, en esa misma noche.
Aún era de día, las 18 horas de esta temporada de otoño, permitían visualizar con luz el panorama que reflejaba aquel terreno, la noche se dejaría caer alrededor de las 18.30 horas, después la subjetiva oscuridad, combinaría la claridad que le permitiría la media luna, que ya regía en el cielo estrellado. Los graznidos de las anatidas, se dejaban oír por el cielo más próximo, para inmediatamente, ver dejarse caer sobre el agua desnuda entre los carrizos, a estos escurridizos animales; el impacto en el agua me sobresaltaba, y al mismo tiempo me dejaba un agradable bienestar en mi concepción de cazador. Después los sonidos continuaban en el agua, acompañados de los diversos “titeos o cuaqueos” que desprendían los mismos, al jugar en la charca.
Estaba entretenido, pues esa diversidad de fauna me hacía estudiar o repasar los sonidos característicos de cada especie; las fochas o gallinetas de agua, se dejaban también oír, con sus gritos suaves y lastimeros…check-check-check, las perdices allí a lo lejos, al otro lado del carrizal, dejaban oír sus últimos cantos de “pie”….”cuchi-chi, cuchi-chi”, e incluso alguna aislada codorniz, se despedía del frío otoño, realizando su característico…. “Guampaná- Guampaná”. Era ameno y divertido, pues hacían en la espera, que yo sintiera una mezcla de sentimientos que adornaban mi espíritu naturalista en aquel momento.
Prácticamente ha anochecido, y el revoloteo de toda clase de aves, pequeñas y más menudas, sobre aquel florero gigante de juncos y plumeros, hacen que me mantenga despierto sobre-pendiente de lo que se remueve a mi alrededor. Algo más tarde, llega el silencio, de vez en vez, suena algún “titán” aislado de un alborotado pato, y después otra vez el silencio…pasa el tiempo y como si fuera en “Stereo” a tres bandas, se dejan oír los chirridos de los zorros, acosando estos, con su estrepitoso sonido al resto de la pequeña fauna….tienen hambre!.
La brisa húmeda, me trasportaba desde la lontananza, reiterados sonidos del cascabelear, producido por el roce continuo de los carrizos; a veces me ponían en alerta, pensando que se trataba del roce producido por el cuerpo de los guarros sobre los mismos; pero simplemente, era el aire que azotaba con sus remolinos las pandorgas de las innumerables cañas. Era un inquietante estado de alerta, el que te producía esta “ventura”, y nunca mejor dicho, pues se mezclan en esos momentos, sensaciones agradables con estados de tensión; por lo que el cazador, íntimamente, siente momentos de dicha y felicidad.
Trascurrían las primeras horas de la noche, y la espera estaba resultando llevadera, pero casi empezaba a pensar que mis huéspedes no estaban alojados allí, quizás podrían venir de la sierra a altas horas de la noche, por lo que no aguantaríamos mucho más, el frío se hacía notar y el limite de tiempo de duración en invierno, lo tengo estipulado en unas cuatro horas de espera; rezaba para que, en la hora que nos quedaba, pudiera desarrollarse el lance. En esas conjeturas estaba, cuando por mí lado izquierdo se deja oír un desmedido movimiento de cañas, brusco y corto, luego un descanso, no percibo nada más; necesito girarme y quedarme en esa dirección, pero no me atrevo, hay que tener sangre fría y quedarte como una “talla”. Se percibe de nuevo otro sonido…es el chapotear en el agua, es como si anduviera sigilosamente algún animal sobre ella….”chop”….”chop”…”chop”, y después nada, de nuevo el silencio.
Un rugido irrumpe en las tinieblas: “Paaaaaaang”, dejando un eco inconfundible en mis oídos, ha sido el estallido provocado por el rifle de Teo, ¿Qué habrá tirado?, me pregunto, pues rápidamente nos aparecen las dudas y la incertidumbre. Un mensaje de teléfono, a los pocos instantes, me confirman que ha disparado sobre un voluminoso animal y que tras una breve carrera se ha debido desplomar entre los carrizos; mi contestación, es de que esperemos una hora, pues algo tengo pendiente dentro de mi ración de carrizos.
Pasan treinta largos minutos, el silencio se ha adueñado del lugar, la fauna se ha tomado una prórroga, se dilata la espera y la impaciencia se adueña de mí…pero otro ruido al frente, quiere irrumpir en el escenario, se acelera su marcha entre los juncos y parece que se dirige al reservado de hinojo que tengo delante de mí; sigue avanzando, provocando un alboroto propio de una piara, es toda una expectación la que sufro para ver el momento en el que van a salir….van dejando algún pequeño gruñido al mismo tiempo que avanzan y ya por fin… asoman tres, cuatro o cinco de ellos, no los veo bien debido al espesor de las matas de hinojo, pero si distingo a uno mucho más grande que debe ser la madre del lugar. Pronto los alecciona y los obliga a seguirla por toda la linde del humedal…..de vez en cuando se entretienen hozando, y cortando el aire, la madre deambula entre el páramo.
Diez largos minutos los tuve al alcance, dejándolos después que tomaran la rastrojera y posteriormente la primera línea de olivas, allí removieron toda la tierra que abrigaba algunas de ellas y cuando pensé que la espera había concluido….el primer ruido de la noche despertó….otra vez el movimiento de cañas, “brusco y corto”, y que de vez en cuando se dejaba oír repetidamente…después el agua de nuevo “chop”…”chop”, y a continuación por las primeras cañas, entreverado, se vislumbra un “solitario”. Ya no corre el minutero, todo ha quedado paralizado, hasta el aterido animal se difumina en el tiempo; está desafiando a su propio destino y retando al posible depredador con admirable frialdad….no se mueve, no se inmuta y así con su estática presencia, prolonga otros largos minutos la dilatada “Espera”; yo, su depredador, soy consciente de su voluntad, por lo que espero casi con la misma frialdad….y por fin se decide a avanzar, y lo hace tras los pasos de la piara, la cual le lleva bastante delantera, pero el no cambia las prisas por la posible perdida de su vida y en consecuencia…de su objetivo, que no es otro que cubrir a la “receptiva madre”.
Un milagro surge de repente, quizás es una concesión del cielo, pero la casualidad y la providencia, hacen que presencie nuevos aconteceres: la madre, dejando a su piara a la sombra del olivar, avanza en la dirección del obsequioso jabalí, y este con un trotecillo bribón, corta el espacio en el rastrojo que los separa, avanzando animoso hacía ella. El espectáculo hecha “chispas”, chocan en impetuosa carrera, dejando salir de sus gaznates un espeluznante berrido. Ahora se confunden sus bruscos movimientos con sonoros juegos, no sabiendo, si es el cortejo previo a su copula, o es, la defensa de una madre ante sus retoños…
Yo absorto, todo lo observaba a escasos cuarentas metros, con minuciosa precisión y lo que otras veces he oído en el mayor escondite del monte, hoy en “el carrizal”, pude presenciarlo en una sobresaliente pantalla, y lo que era mejor, en vivo y con una magnífica panorámica.
No reaccionaba al intenso momento, pues quedé sobrecogido por un dilatado cuarto de hora que duró el cortejo, y no pudiendo abstenerme del arbitraje, rápidamente tuve que intervenir y echarme el rifle a la cara…el guarro con el mismo trotecillo bribón, reculaba hacía mi posición, no dándome otra opción, que a tener que dispararle precipitadamente y con la celeridad que el momento me exigía...de frente y pudiendo apreciar sus colmillos empapados de una espesa y blanca baba, al igual que la manta de crines erizadas de su lomo, la cuales acrecentaban su enorme presencia.
Pimmmmm ……poco a poco la bruma fue cubriendo la lúgubre vega, oscureciendo el cielo y el alma del macareno.