He decidido pasar la tarde navegando entre pinos a bordo de mi coche que marcha de nuevo cargado hasta los topes como cada vez que voy de caza. Enormes zorzales chisporrotean desde las copas y cruzan la pista a mi paso perdiendo sus rechonchas siluetas entre el hermoso claroscuro que sobrevive en la calurosa tarde. Aprieto con firmeza la bota contra el pedal quiero arribar pronto a mi destino, acudo a su llamada voy derecho a su encuentro.Esta es la tercera vez que transito esta sierra y ya la conozco para saber en qué lugar me encuentro con exactitud. Poco antes de tomar la entrada a la finca reparo en algo extraño que se encuentra bajo un árbol, algo que la última vez cuando salí no estaba. Una figura expectante que me mira fijamente, sentado en el suelo “a la india” con su enorme rifle en el regazo. Haciendo guardia, esperando a alguien, luciendo esa seductora y singular sonrisa tan suya que le diferencia del resto de mortales, sin duda es él. Freno en seco en mitad de la pista, paro el coche y de un salto me sumerjo sin oxígeno, a pulmón y sin recato en su Mundo Libre. Un abrazaco entre un Oso y un Lobo no es cualquier cosa, ni un botellín bien fresco para arrancar el polvo del camino, ni una foto juntos para dar testimonio de mi llegada al resto del grupo. Esta vez coincidimos cinco de los catorce, tampoco estará mal la experiencia porque voy a convivir con dos de los miembros de última incorporación a quién apenas conozco en persona. Gente de “patanegra”, estoy ansioso.Varios han sido los motivos por los que cerré mi temporada de caza en mi coto a las cuatro horas escasas de comenzarla allá por el mes de Noviembre. Un año más me faltaron perdices, liebres, zorzales y me sobró vergüenza para toparme cara a cara con tanto matarife suelto como anda suelto por allí y ser capaz de morderme la lengua. Con los años me he vuelto más cercano a las personas de bien pero mucho más intransigente a las injusticias y egoísmos. Sobre todo cuando se trata de cuidar la tierra que considero mía por origen de quienes se las dan de cazadores y jamás vieron uno ni de lejos. Jabalíes sobran, hay “a patás” pero el papeleo no está nada claro por la dejadez de quién no quiere aguardar en invierno y yo no estoy dispuesto a ser furtivo en mi coto después de pagar como todos. Mi veterana escopeta cascó sin remedio con una avería tan cara que no me trae cuenta resucitarla, ya cumplió su cometido descanse en paz. Por suerte uno tiene grandes amistades que a los pocos minutos de enterarse ya me ofrecieron la suya, hoy duerme ya en mi armero y pronto estará lista para comenzar a bajar palomas.
<Gracias otra vez Maestro la primera foto será para ti.>.
Por eso ando un tanto desentrenado y panzudo debido a los meses de inactividad, a la ansiedad que me produce no poder cazar con mis perros y a una lesión cervical. Un mal inevitable bien mirado, tarde o temprano sucedería por pasar muchas horas de posturas forzadas con el fin de llevar habichuelas a mi casa. Ya ha remitido un tanto el dolor, tras dos sesiones de terapias orientales acupuntura incluida llevo una oreja llena de perdigones y tres gruesas vendas elásticas pegadas sujetando mi espalda. No voy mal preparado del todo pero de hacer grandes esfuerzos ni pensarlo. Nada de quitar piedras, cortar leños, ni arrastrar jabalíes o colgarlos yo solo, esta vez lo más divertido me estará vedado por salud.
<Gracias por tu Ancestral Medicina Paco Ruíz>.
Aprovechando la coyuntura de que hoy ha sido día feriado en honor a “sanvicentenosequién” y la invitación de mi querido amigo he salido atacando después del café con mi esposa, que uno es “ansias” pero cumplidor. Podía haber echado el día de ruta viajando sin prisa deteniéndome en cada pueblo a contemplar el paisaje pero he decidido esperarla y tener la mesa lista para comer juntos. La Mujer del CAZADOR no merece menos.
<Gracias a ti querida continuo y continuaré siendo un espíritu libre>.
Una vez en la cabaña sueltos los perros y descargados los escasos víveres y equipajes compartimos las primeras y mejores horas del encuentro, como si no nos hubiésemos visto en meses y hace veinte días escasos. Saboreamos el anochecer tratándonos con la naturalidad de la gente que se trata a diario y la amistad de toda una vida. Hay dos compañeros puestos por eso no hacemos mucho ruido con nuestros enredos cotidianos de arqueros principiantes. Los demás vendrán mañana temprano para echar un rato a la recogida en los pasos. Ya lo hemos hecho otras veces con escaso éxito pero esta vez algo me dice que va a ser diferente. Antes de las diez vuelve el hijo de mi amigo, un estupendo chaval con la caza mordiéndole las venas desde dentro, un tío cojonudo comparado con lo que se ve hoy día.
<Gracias Muchacho por querer tanto a mi hijo y descubrir junto a tu padre los entresijos de la caza>.
Al otro amigo lo “rescatamos” a regañadientes sobre las once. Cenamos entre risas, bromas y buenas sensaciones que compartimos con los demás amigos ausentes a través del móvil. Por desgracia uno de los que esperábamos no ha podido venir y todos lo sentimos a nuestra manera. Los postres y las copas que sin ser lo más esperado también hacen su papel. Brindamos casi todos, desde varios sitios de la península y el más cercano desde los fríos y lejanos fiordos del norte.
<Señor Chivas Regal gracias por librarme de la resaca a pesar de “tupirme” con su ingesta>.
Hacemos los planes pertinentes para el aguardo del amanecer que emprenderemos en cuanto lleguen los que faltan, suponemos que sobre las siete. Todavía nos da tiempo a apurarnos una segunda botella antes de irnos a dormir entre bromas pasadas ya las cinco, casi cuando debíamos levantarnos.
A las siete abro el ojo y escucho el suave rumor del búfalo mientras descansa a pata suelta en la habitación de al lado, de los viajeros ni rastro así que media vuelta y a esperar acontecimientos. Sobre las ocho y cuarto vuelvo a escuchar otro aviso de mensaje en el teléfono y me levanto pensando que es una alarma. Ya puestos me visto y en esas ando cuando veo entrar el coche de Abel el otro socio de la finca hacia la cabaña. Abrazos y parabienes, con él viene Manuel más abrazos, estos largamente esperados. Entramos y tomamos un café para terminar de trazar un plan y coger desprevenido algún cochino que seguro ya se habrá alertado con nuestra presencia. No están muy convencidos cuando les explico mi plan de dar un gancho, adivino la incredulidad en sus rostros. No tienen mucha confianza en desencamar cochino alguno con un ojeador gordete, medio lisiado con sus dos perros mimados y bien comidos. Cosa mía es demostrárselo y a falta de rehala nada mejor que una manada de lobos bien compenetrada para espantar la caza. Sobre todo si son de pueblo.
<Gracias mis valientes, juntos hasta la victoria,>.
Parten hacía los puestos y yo me quedo haciendo tiempo y cambiando la pila gastada al punto rojo de mi visor que como de costumbre dejé encendido. Salgo por la entrada con Uncas de avanzadilla y Aquiles en retaguardia medio asustado al verme empuñar el rifle. El último día anduvimos tirando y está algo soliviantado, creo que le molestan más las vibraciones que rebotan en su alargada panza que el estruendo del disparo en sus orejas. Subo la empinada ladera poco a poco, en silencio salvando las innumerables ramas de la poda del año pasado. Sin duda son el testimonio de la ignorancia y dejadez medioambiental de este País de pandereta. Primero te sacan la pasta con las tasas para la tala y luego permiten cubrir el suelo con un montón de peligrosas ramas secas. Casi un cuarto de hora me cuesta ascender hasta media falda y encontrar el balcón natural que bordea la empinada y preciosa cumbre de la montaña. Allí arrancan las verticales e impracticables paredes y allí es donde espero encontrar algún cochino confiado en aquel monte perdido. Me detengo para trazar el recorrido en la mente y al mirar al frente me siento sobrecogido por la increíble belleza del lugar. Es indescriptible la sensación de grandeza al mirar desde arriba un paisaje tan inmenso, cuajado de pinos y rocas afiladas que aún sin hablarte suponen una amenaza.
Al frente muy lejos otra dura sierra cuajada de anaranjadas rocas se perfila contra el horizonte, los “moraos” y verdes del escaso matorral contrastan los colores y la hacen todavía más bella. A mi lado miles de pinos enhiestos desafían al hombre que ose subir a sus dominios cerrándole el paso y encaminándole hacia las rocas y su desdén. No sería difícil despeñarse y rodar hasta la pista abstraído como estoy por tanta hermosura, la suave brisa “a mi favor” termina por poner un inquietante sonido a la mañana. Continuo caminando hacia el Sur recechando los claros que veo desde mi privilegiada atalaya. Abajo a más de seiscientos metros está la pista y los puestos a la larga dentro del monte, tres rifles y dos arcos de los que matan.
Un tiro ha estallado allá abajo por el final claro y nítido como es restallar de un enorme latigo. Aquiles se ha puesto a ladrar, le tranquilizo para que se calle y continuo mi camino para restarle importancia al disparo y así distraerlo. Uncas se para y me mira pidiendo instrucciones, al momento sigue peinando los doscientos metros que me rodean por todos lados. Como un caballo galopa buscando emanaciones y se detiene a ratos para buscarme con la mirada. Tan pronto veo sus rojizas manchas por el costado como escucho su charabasqueo por la lo alto. Le dejo cazar a su aire mientras observo como Aquiles retoma su trasiego de rastros y empieza a dar muestras que puede llegar a ser un buen perro para recechar.
La montaña se pone seria conmigo y decide cerrarme el paso quiere ponerme a prueba y no voy a defraudarla puedo estar estropeado pero mi orgullo es más fuerte y pesado que todas sus rocas. La terraza termina en una escarpada pendiente con una muralla intermitente de afiladas rocas y algún que otro precipicio. Las ramas secas lo cubren todo y empeoran la ya suficientemente peliaguda situación, yo solo pienso en ir hacia adelante. Con el rifle colgado puedo pasar por cualquier sitio teniendo cuidado de no resbalar pero Aquiles lo tiene mucho peor por su estatura sus cortas patas y su puñetera cabezonería. Ando y desando buscando una salida lo más próxima a mi ruta y al final opto por introducirlo por el hueco que forman las ramas de un enebro, único paso posible para salvar el terraplén y la posible caída. Paso como puedo partiendo una gruesa rama que estremece el valle con su crujido y alarman a mis amigos pensando en una caída.
<Tranquilos muchachos al Lobaco le quedan todavía noches que aguardar y muchas ramas que partir>.
Casi diez minutos me cuesta bajar hasta la pista y reunirme con mi amigo que como suponía era el que cerraba la armada. Su sonrisa y su buen hacer me anticipan lo que intuyo con solo verlo:
-Ya tenemos la caza hecha Lobaco-.
Que grande el tío, el tirascazo era suyo y le había acertado a un “gorrinote” en el codillo en plena huida cochinera, está eufórico y no es para menos. Nos acercamos para que lo muerdan los perros y tardan muy poco en engancharse. Les dejo sin animarles pero orgulloso de ellos, no hace ninguna falta que se ensañen más allá de lo que les mande su instinto. El jabalí es precioso rojizo de pelaje, recortado, escurrido y coronado por una bonita joroba que le da cierto aire de bestia salvaje y montuna. Nada que ver con los osos hormigueros altos y albares que yo cazo largos a más no poder. Me agacho y le acaricio, aunque no lo he cobrado yo sin duda he tenido mucho que ver en su captura y lo siento como mío. Mío y de todos los demás que aguardan noticias expectantes desde sus posturas.
Después de cargarlo, llevarlo a la casa y hacernos las pertinentes fotos de la captura mientras los demás preparan el almuerzo Abel y yo aviamos al animal poniendo especial cuidado en cada corte. El destazar un bicho con miramiento y buen hacer es una parte de la caza que más respeto merece y menos se le tiene. Abel no quita ojo a las evoluciones de los cuchillos sobre piel y carne, es un tío cojonudo este Abel igual que “hermano oso” nos cede su finca, su cama y su puesto y eso no lo hace cualquiera.
<Gracias una vez más Abel, por todo macho>.
Una vez saciado el hambre y el animal hecho carne toca celebrar y hacer participes a los demás. Fotos y parabienes vuelan por el aire mientras nos apretamos otra botella de ron caribeño en honor a nuestro querido Ernesto. Los perros tienen su recompensa de carne de venado cocida que les hemos preparado en agradecimiento a su trabajo. Se la doy con las mismas manos que los protegen, los castigan, los cuidan, los acarician y los aman. Unas manos que ellos quieren y respetan. Las manos de su amigo, su jefe y su guía, las manos del macho alpha de su manada.
Sobre las cinco corren a ponerse los tempraneros, yo apuro algunos minutos más con mi “Hermano oso” porque ha llegado la fatídica hora en que te sabe igual de mal irte que te sabría de bien quedarte. Poco antes de las seis estoy puesto en el sitio perfectamente pertrechado para aguantar cinco horas de espera, poca cosa que pasarán rápidas y además no hace apenas frío. Si no fuera por mi perfecto camuflaje la luna me delataría en cuanto anocheciera, pero he puesto especial cuidado en ello. No me gusta cazar con luna, los bichos del campo me ven, hasta yo me veo perfectamente. Cada vez que “camaleónicamente” muevo una mano enguantada para alcanzar el agua o rascarme las pelotas una terapia más que recomendable para aliviar el aburrimiento y el stress. Pero es lo que hay y este año no puedo permitirme el lujo de desperdiciar oportunidad alguna así que aplicarse toca y a soportar la luna por mal que me caiga.