Aquí teneis la segunda parte y final de este capitulo.
Espero que os guste.
Un mes más tarde se vuelve a ir Juana. Estando en la cocina, saca la caja de zapatos con los cartuchos desechados. Unos tienen el cartón hinchado otros han perdido los perdigones pero conservan el taco y la pólvora, otros tienen el pistón picado sin arder, etc. Mirándolos como esperando a que le digan algo, se le ocurre…
-La Juana tié los deos casi der calibre doce.
Y se vá a buscar la cesta de la costura de su mujer (que si lo viera lo mata), y busca un dedal de metal liso y sin arabescos, el favorito de Juana para coser. Lo mira y lo remira mientras lo sostiene con dos dedos en alto.
-¡Mu fino me paece…pero pué serví!.
Del establo trae un trozo de tubería de plomo vieja de las que están quitando en el pueblo porque son mejores las de hierro y las tenacillas de marcar a los guarros. Corta trocitos pequeños de plomo, como una uña, y los coloca en el fondo de un cazo. Lo pone en la candela para fundirlos. Agarra el dedal con la tenacilla y con un clavo sobre la madera de cortar la chacina le perfora la punta. El plomo tarda más de lo que él creía en fundirse, pero finalmente se funde. Coloca el dedal con la tenaza apoyado en la madera para tapar el agujero y vierte el plomo dentro, que rebosa y se queda parte, en la tenacilla. Espera a que se enfríe y metiendo otro clavo con la punta chata, por el culo del dedal, con un golpe saca el vaciado, con el borde rebosado unos dos milimetros. Con su navajilla quita las rebabas del rebose y le queda un precioso molde de dedal, que si bien no es del calibre doce, se aproxima bastante. Ha tardado una hora en hacer un solo molde, pero los cinco siguientes los concluye en poco más de dos horas.
¡Seis balas en un pispás!, si ya barruntaba yo que lo que enaprendí del padre, algún día mapañaría.
Cogió varios cartuchos del desecho, los más vistosos, les quitó la munición a los que aún la tenían, y les colocó,… (o al menos lo intentó), las balas.
¡Cagondiez!, ¡se cuelan!, ¡Sequean flojas!. ¡Son demasiado dergás!.
Con papel de estraza, del de envolver la panceta, porque… panceta no queda, le dá tres vueltas a cada “dedal”, con tiras de dos centímetros. Con este suplemento quedan justos y no se salen.
¡A vé como pega esto a los bichos!
Aprovechando que en el pueblo están de fiesta por la Virgen de verano, y cada dos por tres sueltan algún cohetazo, se encamina al corralón y se pilla un saco de los de pienso de las bestias, y en la huerta, anda quince pasos, y lo coloca bocabajo sobre dos cañas de los tomates. Retrocede los quince pasos y apunta con el caño derecho, al letrero de “Gallina Blanca-Purina” que figura en rojo en el medio del saco. ¡¡¡Blommm!!!, y pega en la “B”.
¡Con doscojone!
Amartilla el perrillo del izquierdo,… apunta… ¡¡¡Blommm!!! Y pega… en el saco, porque es grande, pero casi se sale del papel.
¡Pos no se yó si será la bala, o el caño que no la quiere, pero voy a tené que tirá solo de derecho!.
No hace más pruebas porque le quedan cuatro balas. La Juana tiene que estar al caer y el tiempo más que justo. Prepara el macuto con unos tomates, que eso nunca falta, unos rabanillos, y la botella de agua. La manta vieja que ya ha usado otras veces y ¡al campo!. Parece mentira pero cuando traspone la portela del corral, se le cambia la cara. Esta vez está mentalizado de que va a por “carne”.
¡Cagondiez!... ¡Se vaenterá la Juana, lo ques comé carne!
Y coge la vereda del manantío grande que está más lejos que la huerta, pero también es un sitio bueno para las reses.
¡Mu frescas tién que está allí arriba con la caló que jace! ¡A vé si pueo rebañá alguna!
Antes de llegar ya está escuchando jaleo de bichos.
¡Vaya espatarre que tienen ahí formao!.
Golpea el suelo con el pié con mucha suavidad, y observa para dónde va el aire. Como casi siempre viene de los altos de la sierra buscando el valle.
¡Por lo bajos les voy aentrá!
Despacio, muy despacio, sin hacer nada, pero nada…, de ruido, como solo lo sabe hacer alguien que ha pateado mucho el campo, va acercándose al manantío por el mismo regajo arriba, aprovechando, el verde y el murmullo de agua para amortiguar los pasos. Se oculta tras una gran piedra y aprovecha para armar la escopeta, se santigua, en un gesto instintivo que a él mismo le extraña, porque no es muy religioso que digamos, y empieza a asomar la cabeza por encima de la piedra, lo justo para ver el nacimiento del agua. El sitio, viejo conocido, de horas de aguardar conejetes y zorros, es precioso, pese a que ya no es lo que era. En vez de conejetes hay una collera de cervuno.
-¡Un macho encelao y una pepa calentorra! ¡Estamos buenos!. ¡Mejó la jembra…! Asoma la paralela por encima de la piedra, apunta a la pepa, que está bebiendo con la cabeza baja mientras el macho, aún con restos de borra, le huele los bajos.
-¡Esta vez no te voy a guíñá, que maces mucha farta! Y aprieta el gatillo, ¡Blammm!, la pepa cae como un saco mientras el venao, sale “atolondrao” como sin entender que es lo que pasa. Nunca sabrá que el estar encelado, le da a su carne un sabor desagradable, que le ha salvado la vida.
Como siempre vacía y trocea la res muerta, y la lleva en varios viajes a su arcón. Un congelador industrial que le regaló Juan el del bar cuando cerró el negocio y que colocó en el establo con una línea eléctrica que tiró desde la cocina. Cuando saca el hígado y el corazón, los mira mientras los envuelve en un papel y piensa; -¡Estos pal matarife con su refrito cebolla!.
Una vez resuelto el problema de la carne…
–Y no sevá poné contenta ni ná la Juana. Le van a vorvé a salí los roetes de la caeras como cuando moza.
Como decía; una vez resuelto el problema de la carne, se iba a dedicar a lo que a él le gustaba, ir a por los “Listos”. También los llamaba ”Los enseñaos”.
– Pa apañá un marrano enseñao hay que sé mas listo que él o tené la juerte que se enquivoque. Que los años también les merman las entendeeras como a los cristianos.
No había vuelto por el huerto del Jacinto desde que falló la cierva. (¡Mal rayo meparta!, estaba yo ese día “mal capao”). Cuando llegó hizo un reconocimiento, y vio que aquello estaba “tomao”. Agrupó las piedras de la higuera blanca, que alguna res había tirado. La higuera tenía una rama desgajada por la parte de atrás, que dejaba un hueco al aire, y por lo demás todo igual. La baña más grande, mas turbia y con pisás de todos los tamaños. Con un palo cruzó varias veces el barro de los laterales de la baña, dejando varias rayas profundas. Y como era temprano se fue para su casa, no sin antes recoger una cebolletas bravías rebrotadas de las que salen en los huertos de cebolla cuando no se recogen todas y granan los tallos. Mientras las recogía se le hacia la boca agua. – “Un guen almuerzo, una guena siesta y que tiemblen los marranos que aquí está el Calzones”.
Don Alberto, el cura párroco, le pasaba de vez en cuando un poco de vino de consagrar, y lo tenía en una botellita escondido en el granero. Se puso un vasito mientras doraba las cebollas, y troceaba el corazón y los hígados de la pepa. Después los mezcló y dejó que se hicieran bien, para añadir finalmente unas papas menudillas de la rebusca, que guardaba para sembrarlas.
-Tengo bastantes pa sembrá, asín que estás me las jinco yo.
Entre que las vísceras abultaban, a más del montón de cebollas que echó, y las papas, “la perolá” que salió era como para un regimiento.
-¡Más vale que zozobre a que zofarte!.
Se puso a comer temprano, mojando pan en la salsa, que eso sí, buen pan no faltaba en ese pueblo, porque por una tradición antigua, lo suministraba el ayuntamiento gratis a todos los vecinos. Unas hogazas de dos kilos que daba gloria verlas. La siesta, de “capitán general”, y con los apechuches medidos, al huerto del Jacinto.
–Voy a aguantá hasta la amanecía, y veremo que se cueze esta noche. Me da a mí que la chita marcá en el barrizo, es dun marrano majo.
Pero como todo no puede ser perfecto, el aire estaba…
-¡Cagondiez, está pa levantá enaguas!. Y amás revocón. ¡Cagondiez!
A las diez decidió preparar una cama a la vera de las piedras, para aguantar toda la noche. Estaba en estas cuando escuchó una tropa, los menos diez marranchones de todos los tamaños y un par de hembras más prudentes, que se tiraron a los higos y a la baña sin pensárselo dos veces.
-¡Cagondiez, los niños al recreo, cagondiez!
Cambió el aire, y el revoco les llego, formándose otra estampida.
-¡Ea, tós a tomaporculo!. Mejón asín, cagondiez.
De nuevo silencio, durante varias horas, el aire juguetón, de vez en cuando en la cara, de vez en cuando en la nuca, mal asunto.
Lo tiene de cara a las cuatro y media cuando oye en la barrera de enfrente, un ruido, muy ligero (“El Mario escucha lo que quiere” que dice Juana), como de rodar una piedrecita, silencio… (-¡Hay compadre!,¡Que joio!, tas parao a escuchá, tío listo). piensa Mario y se queda escuchando también él. Después de un rato vuelve a reanudar la marcha pero hacia la derecha, sin bajar al huerto. Va buscando el aire, pero el aire no está con el marrano y si con Mario, que lo oye cruzar el regajo cien metros agua arriba. Un chapoteo quedo y silencio de nuevo.
-Hay cabrón que me quieres coger los vientos por la recula.
Pero el aire, se pone de nuca a Mario, y a este se le dibuja una sonrisa muda en la boca, porque está oyendo al cochino acercarse por detrás. El guarro toma aire ansiosamente y no consigue ventear a Mario.
-Ah “listo” que tevás a equivocá. (Mientras que agarra la escopeta por la garganta), cuando pases pa´bajo te arreo yesca.
Pero el guarro no pasa, y lo oye comer a menos de dos metros por detrás, está comiendo higos blancos de la misma higuera en la que está puesto Mario. La rama desgajada está medio seca y los higos verdes que tenía han madurado antes al secarse. Casi puede tocar al cerdoso, pero no quiere volverse para no hacer ruido. Se lo comen los nervios, y se acaba girando por el lado derecho del tronco de la higuera. Lo ve perfectamente por el agujero de la rama caída. Empieza a sacar la escopeta, está en una postura muy incómoda, apunta al marrano al que vé solo la mitad alta del lomo (-Suficiente), se apoya en el troco del árbol por lo incómodo, asegura la puntería … y… dispara… …¡click!. La escopeta pica en falso el viejo cartucho.
-¡Cagondiez!, ¡Cagondiez!, ¡Cagodiez! (piensa). Pero el cochino que ha levantado la jeta con el click, sigue comiendo, le apunta con el izquierdo, (el que agrupa como una lavadora), y cuando va a disparar… nota el aire que vuelve a revocar…y ahora sí… el cochino salta como un atleta y desaparece en la noche, dejando a Mario con dos palmos de narices.
- Mejón asín, ni tú ni yo lo vemos hecho bién, lo dejaremos pa otra vez, cay más días que ollas. Se echó los trebejos al hombro y se fue para su casa más “ancho que Pancho”. Como si hubiese matado el guarro más grande del mundo.