Una calurosa tarde de Junio, acababan de volver; Calzones, Serafín y Antonio de cebar desde bien temprano, como era costumbre de Calzones desde pequeño. (-“Er campo temprano en verano y tarde en invierno, que las reses no jon tontas”- decía siempre.) y empezó una tertulia amenizada con gazpacho helado que les había traído Antoñin por encargo de Marta.
-¿Pos que vamos a jacé mañana?. Tereja ice que los congelaores están con telarañas.
- Estaría bien un poco de carne para la barbacoa y para los arcones de ”Casa Calzones”,( como llamaba Antonio al bar de Calzones).
-Argo tiernito, digo yo. –contestó Calzones dejando sobre el tablón de la mesa un puñado tomates arriñonados bien colorados pero duros como piedras.
-La parte alta de la solana está muy pelada, pero los bajos de la umbría están muy tomados y los bichos se comen todo el maíz que echamos. – terció Serafín que subía los tres escalones de la terraza, con un montón de pepinos recién cogidos en el corralón. -Hay que ver como echan pepinos las matas que sembrastes Calzones,- Y sacó su navajilla para ir pelando los pepinos que pensaba añadir al gazpacho. Entretanto, Antonio había empezado a apañar los tomates cortándolos en gajos grandes mientras que Calzones picaba unos ajos que parecían las amoladeras de un macareno. Mario se quedó mirando la mesa un momento y dijo: -¡ Vaya comía!... tomates con tomate, que seguíos jomos...- pegó una risotada y siguió picando ajos.
-Antonio con flema británica, sentenció: - Para carne podemos apañar dos primalones que estarán bien tiernos y que comen más que dos grandes. Porque no damos a basto echando maíz. Aunque también podíamos buscar una pepa vieja de las que no paren ya. La carne es un poco más dura pero también estará buena. ¡Y preparada por Teresa, ni te cuento!.
Cuando acabaron el gazpacho y la fuente de tomates, se comieron un “tapita de carrillada con patatas acompañada de un vaso de tinto” (avance del menú del día del bar de Mario). – ¿Esto es lo que se va a comer hoy en “Casa Calzones”?. Los senderistas no saben lo que van a almorzar cuando van para arriba. Si lo supieran no subían, se quedaban directamente en el bar. ¡Esto está de vicio!. El que decía todo esto no era otro que Serafín, al que los médicos de la capital le habían recomendado, no comer sal, ni carne de caza, ni grasas, y moderar la ingesta “enólica” ( como llamaban a las bebidas con alcohol los galenos, porque quedaba mejor en el informe clínico). Por supuesto Serafín se pasaba, con moderación, las recomendaciones drásticas de los médicos por el “forro del sobaco”, y estaba mejor que nunca.
Después de la comida sestearon un rato hasta que empezaron a enredar con las “herramientas” propias de la afición. Antonio había sacado el Santa Bárbara del 8x57 que desde que Serafín se instaló, guardaba en el armario especial del Conde. Le dio un poco de aceite sobre todo a la madera y a la parte exterior, dejando el interior seco. Después le pasó una baqueta metálica desde la recámara a la punta del cañón. Mas que nada lo hizo para que Serafín también sacara también su nuevo rifle sin que pareciera que alardeaba. Serafín puso sobre la mesa una funda nueva como de escopeta pero que contenía un rifle desmontado. Mario no perdía “puntá”, mirando como un niño que estaba viendo algo nuevo y maravilloso, (que venía siendo lo que estaba pasando).
El Conde sacó un monotiro de fabricación europea, de Ferlach para más señas, de la marca Franz Sodia en calibre 7x65R. Se lo había comprado a un cónsul amigo suyo cuando lo destinaron a un villorrio perdido en un lugar yermo de África a causa de un escándalo de faldas. -“Esto debía de estar en un museo” decía el maestro. ¡Ojú que cosa maj bonita! decía Calzones. Serafín entonces comentaba, “Lo mejor es como monta los tiros uno encima de otro sin fallar uno”.
Serafín siguió con la conversación, y como el que no quiere la cosa afirmó: -Ahora me sobra un rifle… y miró a Calzones… -aunque no sé si la balita del Mannlincher será demasiado fina para ti Mario.
-¡Tié cojones!, ¿que mej tas diciendo, Conde?, (Contestó Calzones sin darse cuenta de que estaba entrando al trapo del Conde. Si se lo hubiese regalado del tirón lo habrá rehusado, pero no se dio cuenta de la elegante maniobra de su amigo) y siguió Mario,-Con una balita tan canija, le jago un pespunte en er mismo coillo al bicho mas pintao, …¡sabraj tu!.
- Bueno, eso lo tendrás que demostrar, así que la próxima vez te lo llevas tú y a ver lo que eres capaz de hacer, y si te va bien, ni me lo devuelvas, te lo quedas para los restos.
En ese momento fue cuando Calzones se dio cuenta de lo que había hecho su amigo y esbozó una sonrisa acompañada de un lacónico -¡Gueno, ya veremoj”.
En esas estaban cuando apareció en escena el “Cisco”. El Cisco era un amigo de Mario de toda la vida. El que tenía una era y unas colmenas en el monte. Era corpulento como un buey de tiro, y un autentico “animalito”. En una ocasión enderezó uno de los hierros del arado pisándolo por un lado y tirando con las manos por el otro extremo. Cuando capaba las colmenas no se ponía protección y si le picaban las abejas solo decía “ Peor para ellas, si me pican se mueren, asín que mejor que no me piquen por su bien”. Cuando no tenía faena, que no era muchas veces, aparecía por el corralón de la casa de Rivasana, por si podía echar una mano en algo. Durante la obra fue mucho y trabajó duro sin querer remuneración ninguna. Y cuando bajó la cantidad de faena, seguía yendo pero agregado a la cuadrilla. Ya era uno más, no cazaba, pero comía y bebía como cuatro, y tenía buenas ocurrencias que todos celebraban. Acompañaba cuando podía en las salidas cinegéticas y se quedaba con cualquiera (todos se lo rifaban).
-¡A las buenas tarde tenga la cofradía!, ¿Se cuece algo por aquí?. Dijo asomando la cabeza por el portón del corralón a la vez que se quitaba la gorra.
-¡Hombre Cisco!, pasa, que aún queda algo de tinto y carrillada con patatas. La ha hecho Teresa. – Dijo desde la terraza Serafín
- ¡No diría yo que no a eso, señor Rivasana (era el único que llamaba así a Serafín, ni conde, ni serafín , sino Señor Rivasana o como mucho “Don Serfín”). Y se acercó a los escalones pasando por enmedio de los surcos de la huerta. Antonio le había sacado un plato bien colmado de carne y un vaso de vino a lo que asintió agradecido, y eso que eran las cinco de la tarde. El decía que el estomago estaba siempre a oscuras y no sabía si era de noche o de día , por lo que no tenía hora para comer. Siempre estaba dispuesto.
continurá