-Pues todo dicho, -dijo el maestro- mañana por la noche tenemos una media luna muy apañada, los comederos están tomados y vamos a por carne, así que no hay que seleccionar mucho y en cuanto oigamos tirar al primero que lo haga, nos quitamos y vuelta a casa para aviar.
-Si me aceptais, os acompaño por lo menos pa aviá el guarro. –dijo preguntando <cisco mientras se empezaba a comer el segundo plato de carrillada.
-Tú siempre estás “aceptao”.-Dijo el Conde imitando a Cisco. ¿Cómo está la carrillada de Teresa?.
-Mu guena. Como siempre. ¡Como guisa la condená!. –Y seguía comiendo.
Calzones terció como maestro de campo, - Er Cisco je pué vení conmigo, y nos ponemos en la peñasca der ormo seco. Er Conde se pué poné en el charco la Rivera, que es lo poco con agua y seguro que jentra ganao. Antonio, tú te pués poné en er comedero de los bajos de la majá. To los días la dejan limpia los marranos, seguro que hay una tropa.- A medida que Mario iba enumerando a los amigos y los distintos puestos, estos iban asintiendo como si aquello fuera el evangelio.
El puesto del Maestro era uno de los más querenciosos. Estaba debajo de una antigua majada de cochinos abandonada y con las paredes medio caídas. El carril pasaba por la majada y cebaban desde el mismo coche sin bajarse. El puesto estaba en la majada . Se tiraba desde una zona de pared que estaba semiderruida. Se colocaba el aguardista dentro de la construcción y estaba cubierto por los cuatro lados. De esta forma aunque el aire estuviese malo no molestaba.
El lugar donde se iba a poner Serafín era una charca de agua turbia producida por un rebosadero de un pilón de ganado que se llenaba por canalización de un manantial antiguo. La usaban los cochinos como revolcadero y las reses de pelo como punto para abrevar. Estaba en un bajo de una ribera y el aire era fijo a lo largo de esta.
Calzones iba al sitio más complicado, porque era una peña redonda como un chinorro de río pero de un tamaño descomunal, que el carril rodeaba, por lo que el cebado era todo alrededor de la peña y las reses podían entrar por cualquier lado. Lo bueno era que la plataforma de la peña era redondeada y lisa y podías moverte sin hacer ruido pero no tenía ninguna defensa para taparse. En lo alto de la peña podían estar perfectamente dos personas sin estorbarse, por eso Mario se adjudicó a Cisco. Por eso y porque era una ayuda inestimable si había faena de matarife. Cisco era capaz de apañar una res en pocos minutos solo con una navajilla que iba repasando de filo en cualquier piedra.
Almorzaron juntos el día siguiente, y tras una imprescindible siesta el maestro fue recogiendo uno a uno a los tres amigos. A Serafín el primero, que apareció con su monotiro. Después pasaron a casa de Calzones, donde esperaba también Cisco. Calzones llevaba la Malinncher del 6,5 dispuesto a demostrar que sobraba con la pequeña balita, y su inseparable talega de tela con algo para picar. Sabía que con la compañía que llevaba esto era un requisito indispensable. Por supuesto Cisco solo llevaba… las manos en los bolsillos.
Tras un repechar por carriles impracticables un buen rato, llegó el Landrover al final de uno de los múltiples carriles que cruzaban la sierra. A unos cien metros hacia abajo se apreciaba la charca donde se iba a poner Serafín y a la izquierda a unos treinta metros, el pilón que por haberse hundido un poco en el suelo por un extremo, rebosaba por el borde más bajo. Caía un pequeño chorrete de agua que se remansaba en la charca.
-Abájate solo tú, Conde. Ya jabes onde ponerte. En cuanto que endispare er primero arecojemo a tós. Coy amos por carne.
- ¡Estamos Calzones! Al primer tiro recogemos los bártulos y esperamos el coche. –Dijo Serafín con media sonrisa.
- ¡Yo no lu habría esplicao mejón! –Rió Calzones.
-¡A ver si no gritais verduleras! – Susurró riendo también el maestro.
A continuación fueron a la peña donde se quedaron Calzones y Cisco. Antonio acercó el coche todo lo que pudo a la base de la peña, de forma que Mario y su amigo saltaron directamente sin pisar la tierra. Treparon por el granito y se colocaron sin hacer muchos aspavientos.
-Cisco, aquí je nos ve ende er quinto demonio. Ajín que nuestra defensa ej no moverno. Amos que semos dos lagartijas en lo arto duna china.
-Entendío Carzones. Quietos como dos lagartijas al sol.
Y eso hicieron. Calzones se sentó con los pies colgando y el Cisco se colocó en cuclillas, sentado sobre los talones. Una postura que parecía incomoda pero en la que el personaje era capaz de aguantar horas.
El último en ponerse fue el maestro. Tuvo que dejar el coche alejado de la majada caída, en un vallete con unos frondosos robles que lo ocultaban perfectamente. Repechó con los bártulos. Iba un poco cargado porque necesitaba una silla, además del arma y el taco. Y la novedad es que le había instalado un visor al rifle. Le habían asegurado que con él, vería como si fuera de día. Tenía sus dudas pero estaba deseando probarlo. No era de la categoría del que tenia instalado Serafín en el suyo. El de Serafín era de fabricación alemana y costaba casi lo que el rifle, pero el suyo era americano y lo había conseguido a través de un amigo que trabajaba en la base de Rota, por un precio muy razonable. Estaba ilusionado por probarlo, pero qué duda cabe que era otro chisme mas.
Llegó sudando y se bebió media botella de agua. Se colocó detrás de las piedras de la majada por la parte que estaba más caída. Colocó algunas piedras unas encima de otras hasta alcanzar una altura apropiada para apoyar al disparar. Se sentó y decidió comerse el taco antes de nada y se bebió el resto del agua. Apuntó al vacio un par de veces para hacerse al nuevo chisme. Y quedó satisfecho.
continuará