EL CHANCHO, ASESINO BLANCO.
Inolvidable aguardo en La Pampa argentina.
El amplio y luminoso comedor de la estancia de PICHU-CÓ se llenaba de risas y alegría de los cazadores españoles que allí estábamos desayunando.
Era nuestro tercer día y los resultados no podían ser mejores. Empezamos con el gran búfalo, en las horas de la mañana de la primera salida. Un impresionante lance protagonizado por Juan Antonio Escalada
Jabalíes y antílopes van cumpliendo su tributo. Afuera en el cocedero , bailan sus trofeos dentro de grandes calderas entre borbotones de agua hirviendo y gigantescas volutas de humo que se elevan mansas al cielo.
Nuestro anfitrión , el navarro Carlos de Inza, cazador de ley ,conserva la hidalguía y saber hacer de ese pueblo duro y honesto. Es el propietario de la extensísima finca donde estamos. Junto con su esposa Victoria , forman el tandem perfecto para conseguir que tus días de caza en Argentina sean una verdadera delicia. Ella con exquisito gusto dirigiendo la cocina y todos los detalles para que la vivencia en la gran casa de caza sea perfecta. Puedo asegurar que en seis días he probado los seis postres más deliciosos que recuerdo.
Y vamos al comedor , donde el desayuno va llegando a su fin .La puerta se abre y con la gorra en la mano entra uno de los peones de la finca. Sus pasos son nerviosos .Se para al lado de Carlos, éste abandona la mesa y se apartan un poco de todos .Hablan en voz baja , el hombre está visiblemente excitado. Miro el rostro de Carlos , no veo en él signos de intranquilidad, pero es seguro que algo está pasando.
Afuera en la explanada cubierta de gigantescos árboles, los Toyota con el motor en marcha nos esperan con ronroneo sugerente de nuevos y cautivadores lances .Antes de acomodarnos en los cuatro por cuatro, Carlos nos dice con voz grave: vamos a ir a la Laguna Grande ,a ver una vaca que esta noche la ha atacado el puma.
Interminable cinta de carril arenoso y polvoriento. Nuestros ojos no se cansan de mirar ese campo pampeano hasta ahora desconocido y nuevo. Tratamos de emborrachar nuestra retina de tanta inmensidad y maravilla. Para que el día de mañana, esto sea más que un recuerdo en nuestra mente.
Chirrían los frenos y nos detenemos, levantando ligera nube de polvo. En el centro de una pradera hay un ternero tumbado. Al aproximarnos, el animal se levanta con dificultad, y se queda parado. Tiene el vientre desgarrado , sanguinolenta masa de intestinos se desliza por el terrible boquete. En la pata trasera presenta una enorme herida, por la que sangra abundantemente. Miríadas de moscas ennegrecen el color rubio de su piel. Recuerdo su mirada silenciosa, y el terror de los dilatados ojos. Parece pedirnos ayuda en la agonía que está viviendo.
Al marcharnos de aquél lugar, el portazo de nuestro todoterreno se funde con el seco ladrido del revólver salvador.
No había sido el puma el causante de la tragedia. Esas heridas jamás las puede hacer con sus garras o colmillos. Era la tercera ternera que habían encontrado herida de muerte, todas en las mismas circunstancias, y no muy lejos unas de otras. La gran navaja mortal tenía que pertenecer a un enorme jabalí asesino.
Aunque se dió menos importancia en la zona, los pájaros carroñeros habían delatado algun cuerpo de jabalí muerto con grandes heridas en el cuerpo .Y no había sido por tiro de arma alguna.
Cacho , el buen cazador del lugar, cuenta que una madrugada creyó ver un enorme jabalí blanco. Fué un trasluzón., en lo turbio de la amanecida. Cuando llegó al sitio, sólo vió el cuerpo de un marranchón destrozado y a medio comer.
Recuerdo que ese día se nos dio especialmente bien. Alfredo, “El Tío Luna” cobró un antílope negro de un espectacular disparo en casa de San Pedro. Charli, su hijo y director de Geocaza, empresa con la que contratamos el fantástico safari, cobró también un gamo muy bonito.
Después de una reconfortante siesta, y acabada la cena , con la tarde ya vencida, se me acercó Carlos de Inza. Con gesto serio me dice: José María, esta noche te voy a acompañar yo a la espera. Vamos a ponernos en el puesto de la Laguna Grande. Con un poco de suerte nos podemos juntar con ese chancho maldito.
Y aquí me tienes en el aguardo , más feliz que un niño con la camiseta de Raul.
Con este canalla de trasero mío, que en su tiempo no tuvo el coraje y el tesón para sacar la terrible oposición de Vista de Aduanas. Pero que cuando barrunta apostadero alguno, sea rama de encina, catrecillo o silla opulenta, se adormece, se arrulla y regodea hasta el infinito .Teniendo yo que tirar de él con fuerza, para arrancarle del puesto.
Poco a poco la tarde se va oscureciendo. El sol con paso cansino juega mil diabluras con los rojos, amarillos y violetas del horizonte. Nuestro ojos se deslumbran con sus fulgurantes irisaciones . El visor del rifle se torna blanco y sin definición alguna ,cuando enfoco el comedero, en la misma línea que la gran orgía de luz de este ocaso argentino.
En ese crítico momento Carlos me toca lentamente el brazo. Oigo su voz en un susurro, ¡José, que está el grande en el maíz! Mis nervios están a punto de explotar, por mas que miro ,sólo consigo medio adivinar un bulto indefinido y borroso, distorsionado por mil flechas de luz que imposibilitan el disparo certero. Por una milésima de segundo mi cerebro da la orden de disparar, pero tan imperceptible que el dedo no obedece la torpe decisión. Al cabo de unos segundos interminables, el jabalí pega un rabotazo y sale como un cohete hacia el monte.
El aire como ruleta decisoria en todo aguardo, nos había vuelto a jugar una mala pasada.
Yo no me atrevía a dirigirme a mi compañero de aguardo, que permanecía en silencio y sin mirarme. Así estuvimos mucho tiempo, con mutismo absoluto por ambas partes.
Al cabo de un buen rato, ya con el sol oculto, las sombras se distinguían perfectamente .Entraron al maíz como unos veinte jabalíes, la mayoría hembras con las crías y alguno ya terciaete.
Pero ninguno grande como el que se había ido.
Y entonces empezó a verse con más claridad. El campo cambió el sayón oscuro por su más bonito traje plateado.
La luna a punto de llenar arranca extraños reflejos en la grabada báscula de mi monotiro. Comprado en el año 1982, en la feria alemana de la IWA, en Núremberg. Una joya fabricada artesanalmente por el armero austríaco Johan Michelitsch en Ferlach .Creo que el calibre 270 Winchester, no me va a dejar mal. El visor es un Swarovsky de 8x56 Nova. Bueno para las esperas , aunque un poco pesado y grande para el rececho y monterías. El cartucho RWS ,con proyectil KS de 150 grns., opino que será receta infalible, si se coloca en su sitio.
Desde nuestro puesto elevado pudimos observar un desfile de jabalíes que nos hicieron la noche corta. Algunos marchaban presurosos y al cabo de un buen rato volvían para enterrar otra vez la cabeza en el maíz.
Una desbandada general nos anuncia que algún caporal està próximo a entrar .Y efectivamente, con paso rápido y derecho al comedero entra una figura blanca , casi fantasmagórica. La luna en lo alto platea y hace relumbrar el lomo del jabalí , que arranca en carrera y lanza terrible derrote al despistado que seguía comiendo.
Ahora está solo, encampanado y con la jeta levantada bebiendo los aires. La cruz del visor se clava en su blanco corpachón con ansias de muerte. Pero no le puedo tirar porque está de frente .Así un buen rato, yo diría que horas. Comparo el tamaño del cuerpo de este animal con los demás que entraron antes a comer , es enorme.
Las manos aprietan nerviosas la veteada culata de nogal del monotiro. Su olor es penetrante a monte y a jara, el mismo que tenía la madera de aquella carabina del viejo guarda. Y el fugaz recuerdo de la niñez cruza mi mente.
El jabalí no termina de cuadrarse, está terciado. Noto una ligera brisa en la oreja, el aire vuelve a revocar. Y no debo esperar.. Mi dedo siente el frío del gatillo. Se encabrita en los brazos el monotiro y un fogonazo naranja come la noche. El ruido del disparo rebota en el silencio y el eco lo esparce por la llanura…
El asesino blanco se revuelca en el suelo con la cabeza rota del disparo .Enormes pezuñas muertas se elevan al cielo , arañando el aire en último estertor de agonía.
Dejamos descansar nuestro cuerpo en la silla y cerramos los ojos. Las escenas de este tremendo aguardo se agolpan y atropellan en la mente como torbellino.
Y nos entra como un temblor..........