No olvidaré la imagen de ese tejón, parado sobre una pequeña peña, a la luz de la Luna… ¡Qué bicho tan bonito!... ¡Y qué grande! Ni tampoco el canto de unas perdices cuando ya anochecía… Y mucho menos voy a olvidar esas dos cenas que hicimos -en sendas noches- tras el aguardo, con una sencilla mesa de campaña, sentados en nuestras sillas –un poco desvencijada la mía- y tirando de navaja para darle un tiento al lomo o a la patatera, o al buen queso que mis amigos llevaron. La tortilla de espárragos de la mujer de Pedro ya venía cortada.
La espera no puede ser, no es, simplemente matar un jabalí, y quien no lo entienda no disfrutará de esta forma de cazar que a algunos nos entusiasma.
No vi más jabalí que la cochina revieja que mató Pedro, los puestos eran muy bonitos, y hubiera sido un placer ver entrar en cualquiera de ellos a un viejo macareno; pero no entró ningún macareno, ningún jabalí… ¿Fracaso?... en modo alguno, que como digo la espera es mucho más que poner patas arriba a un jabalí.
La segunda noche nos recogimos más allá de las dos de la madrugada, hablamos y hablamos en torno a la pequeña mesa, alumbrados por la Luna, y al final casi fue el fresco nocturno el que nos invitó a retirarnos a dormir. Pedro y Eduardo me contaron anécdotas, historias, recuerdos, chismes… esas cosas de las que todos hablamos cuando estamos entre amigos y relajados, haciendo lo que nos gusta.
Durante el día, mediante entre ambas esperas, mis amigos me llevaron al campo, y yo, armado con mi cámara, hice -entre otras- las fotos que ahora os voy a enseñar. Veréis a Pedro y Eduardo con la cochina, y a una calandria, y un par de collalbas grises, y a esos tres archibebes claros que tan bien se dejaron retratar, o a las lánguidas –pero ágiles- avefrías, o al andarríos chico. Los alcaravanes no se dejaron, aunque alguno se ve, volando entre el bando grande de avefrías.
Bueno… Ya sabéis que yo tengo un poco la cabeza a pájaros.
Espero que os gusten.
Y PARA TERMINAR… LOS MATAORES