En la mesa del despacho repaso las fotos de la trail cuando un animal me llama mucho la atención al comer porque veo que esta cojo. Aparenta pocas carnes para ser principios de verano, llamo a mi amigo Gregorio y se lo comento para intentarlo pero en las dos esperas que lo vio, una lo falló por no estar atento y moverse cuando estaba el guarro en plaza. La otra ya le buscaba las vueltas como zorro viejo y lo dejó con tres palmos de narices para no volver a verlo más.
No se dejó ver hasta el 5 de diciembre y de manera inesperada, los pastores me dicen que un guarro cojo de una de las manos se les había cruzado delante del coche con el sol en lo alto tan tranquilo en dirección al monte. Ya pensaba que estaría muerto al no verlo desde verano, un disparo en el codo vete a saber dónde y cuándo le habría hecho quedar de esa manera pero la fortaleza de los animales te deja muchas veces atónito.
El sábado 10 de diciembre vamos con los podencos a dar un pegote a la finca, mi padre y mi tío Ignacio de postura y conmigo andando Fran, Elías y Manolo. Ya me dijo Fran a modo de premonición “¿Y si damos con el guarro cojo? Veras los perros como lo paren…….”. Nada más soltar una zorra muerde el polvo, hasta los cachorros se hinchan de morder. Elías ha sido el afortunado, Manolo y él empiezan a hacerse fotos con ella y les digo que se dejen de historias y echen a los perros de allí al monte otra vez porque ni a mis silbidos hacen caso cebados como estan mordiéndola.
No hacen más que meterse para poder yo seguir la mano cuando el Pirri y el Bejarano laten a parado. Un buen cochino sale la cuesta arriba con los perros detrás que se lo comen, dos zambombazos de Elías a mucha distancia le hacen coger más brío en la carrera, el animal tiene una marcha “rara” porque es el cojo. Traspone el cerro hacia mi tío Ignacio pero no se oye disparo y echo a correr preocupado por los perros que van casi todos detrás. Mi padre le larga un disparo y al llegar a su postura me dice que no sabe si le ha dado, a más de 500 metros de él ya lo han parado y se oye la zapa tiesta.
Está en lo más tupido y los perros más jóvenes entran y salen buscándome, con cuidado me meto al monte y atento con la escopeta me preparo para lo que pueda pasar. Lo veo de culo apoyado en una mata, los perros lo muerden poco, y aunque no se mueve no lo veo claro porque no se si esta herido o muerto. El guarro se me arranca a dos metros de repente derecho a mi al darse la vuelta , dos tiros de cara con un revoltijo de perros y guarro me hace dar un salto hacia la derecha cuando lo veo pasar entre mis piernas. Rápidamente cargo otra vez y aunque esta tendido le repito otro tiro al cuello. Pasada la situación comprometida veo una mancha de sangre el la parte de dentro de las perneras del pantalón, no tengo nada y es del jabali al meterse entre ellas. Reviso los perros viendo que me faltan el Pirri y el Capitán y están pinchados el Bejarano y la Aspirina aunque sin gravedad. Con ayuda de Manolo y Elías sacamos el Guarro que efectivamente es el cojo y luce unas defensas increíbles en un cuerpo de esos verracos serranillos de toda la vida que tanto escasean ya, de buena me he librado porque hasta mis disparos no tenía tiro ninguno de nadie y si me pilla me destroza. No me gusta llevar perros de agarre porque su función es levantar la caza y no agarrarla.
Estoy contento pero muy preocupado temiendo lo peor por los dos podencos que faltan, me meto otra vez sin hacer caso siquiera al jabalí. La cara y la cruz del día fue ver al perro más viejo que tenía y a un cachorro que empezaba a ir como los ángeles partidos por la mitad, una lástima pero prefiero mil veces ver su final así que por una enfermedad. Nunca olvidare la sensación amarga al quitar el collar a cada uno, pero son gajes del oficio, al Pirri ya le había cosido por lances de este estilo antes por lo menos 5 veces. Mi recuerdo a modo de homenaje para estos dos buenos podencos que dieron la talla como siempre, hasta que les llegó su hora y por un jabali que hizo lo que se espera de un animal salvaje.