EL MAYOR ESPECTÁCULO DEL MUNDO.
El aguardo es como una incomparable función de teatro con múltiples actos, mostrándonos vidas paralelas entre sí sucediéndose simultáneamente.
Historias de vida, muerte, drama, pasión y lujuria, hechos que por lo general desconocemos y no podemos imaginar existan fuera de nuestras tristes vidas citadinas.
Durante la espera uno aprende a ver a la vida de una forma que nos negamos a ver, o que en nuestra incomprensible prisa no hemos aprendido a hacerlo. Basta sentarse para que la función comience, puesta en escena en el mejor tablado del mundo, con guión y dirección de nada menos que La Madre Naturaleza.
Uno llega al apostadero aún con luz, quizá dos horas antes del ocaso. El lugar bulle de vida, y los primeros minutos son los de rutina en cualquier otro teatro del mundo: encontrar la locación, acomodarse.
Luego viene el período de adaptación. El espíritu se serena, aquietándose, preparándonos para las largas horas de inmovilidad que vendrán. Y con ello comienza el cambio. De a poco uno siente que se confunde con el entorno, pasando a formar parte de el. El proceso es activo, pudiendo palpar como se va confundiendo con el entorno.
De a apoco la iluminación y los sonidos del día comienzan a acallarse. Los últimos pájaros cruzan el horizonte volando contra un telón naranja, que luego, de a poco, comienza a morir.
Junto con la oscuridad llega el silencio absoluto. Es un momento de transición, mágico, que algunos llaman la hora muerta, dónde la vida diurna cesa para dar lugar paso lentamente a los sonidos de la noche, misteriosos, en ocasiones aterradores, relatando el último acto de una vida.
Con el ánima en vilo y los sentidos agudizados más allá de lo posible el primer acto comienza. El oscuro escenario comienza a ser iluminado lentamente por pálida y vaga luz de la luna, mientras el frío cala hondo. Nuestros ojos se esfuerzan, y en ocasiones confundimos lo real con lo imaginario, pero las imágenes nos atraen, fascinados con sus formas irreales, sutiles, a veces inexistentes. Y todo se convierte en un enorme acto de magia en el cual nuestros sentidos compiten por el mejor balcón.
En ésta magnífica representación el acto de matar o no hacerlo se convierte en algo secundario, banal, incluso capaz de romper el clímax de la mejor puesta en escena jamás imaginada. Uno no se encuentra allí para tomar una vida o recoger un trofeo. Es otra cosa.