Ayer, a estas horas, recibí un whatsapp de tarameo con la foto de la baña, tal como estaba ayer mismo. ‘Foto preciosa’, le contesté, ‘y sugerente’. Es verdad que me lo pareció. A la media hora le volví a mandar otro mensajito con el texto siguiente:
LA BAÑA DES-CONOCIDA
Esa baña no la conocía, no la había visto nunca antes. Sus matagallos, sus abulagas y romeros sí que los conozco. Los he visto aquí y allí. Sus chaparros, sus lentiscos y coscojas, ese barro limpio, ese fondo hondo, esos rastros de baños de personajes ocultos por la noche. Escenas familiares de madres y lechones, de antipáticos machos solitarios, de jovenzuelos imprudentes. Todo es familiar y reconocible. Sin haber estado, lo he hecho. He visto sus veredas, sus trochas, sus rascaderos. La gatera de más abajo, la boca de su vereda favorita, las jaras partidas por la madre a bocaparir, su paridera cercana, sus encames umbríos de verano. Los rayones jugueteando entre ellos, chapoteando en ese barro. La madre cercana vigilante, el macho egoísta, la otra madre, con menos edad y más lechones, esperando turno. Y mi querido “Tarameo” apostado, cansado ya por las horas de aguardo, somnoliento, ilusionado y oculto a todos ellos por el aire, esperando, expectante y disfrutante.
Esa baña no la conocía pero, viéndola, la he reconocido.