Pasaron varias horas de espera. El bocadillo se terminó. El refrescco también y seguía haciendo calor aunque el sol hacía tiempo que se había ocultado. Calzones miraba en todas las direcciones que le permitían sus ojos porque apenas giraba la cabeza y si lo hacía, la giraba tan lentamente que no se notaba.- (“Zagal, los bichos no te ven a tí, sino a tus movimientos”). –Le decía a Calzones chico. -(“Si te queas bien quieto y eres capaz de asujetarte los nervios, se te pondrán encima sin darse ni miaja cuenta” ).
Si Calzones se movía poco, el niño no se movía nada. Su madre era incapaz de comprender como aquel rabo de lagartija era capaz de estar quieto en lo alto de una piedra cuando en casa no paraba quieto ni un segundo. Solo se movía por una debilidad. De vez en cuando miraba a la Marlincher de reojo admirando el brillo indiscreto de la madera y la perfección de los aceros. Pero lo que más le llamaba la atención era en visor que tenía en el lomo. Se desconcentraba pero inmediatamente volvía a su vigilancia.
La noche acabó por establecerse, con una media luna que como siempre que aún no ha llenado, sale antes de anochecer, así que no hubo casi transición entre sol y luna, compartiendo ambos el cielo un rato. Se veía bastante bien para ser de noche, y eso a Calzones no le gustaba pero no había opción, la luz que había era la que había y punto, así que a esperar y resignarse. Mario estaba admirado de la inmovilidad del niño. A él con los años se le iban durmiendo músculos por la inmovilidad y tenía que hacer pequeños movimientos imperceptibles para desentumecer.
Las horas pasaban, y salvo el tejón de primera hora allí no se movía ningún animal. Era raro, porque la mayoría de las veces suelen bajar pajaros a beber, tórtolas, palomas, rabilargos, etc. Otras son pequeños mamíferos, conejos, algún zorro despistado… pero nada…solo el tejón con el cigarrón en la boca.
-“Demasiao tranquilo está esto” –Susurró Calzones al niño.
-¿y? –Fue toda la contestación de Antoñín.
-“Pues una de dos, o aquí no va a entrá ná o esto es er coto privao de arguien”.
-¿El coto privado de alguien?.
-“A veces cuando no hay bichos en un comeero o una bañiza es porque hay un dueño y señó der terreno, por ejo vamos a seguí esperando hasta la jora que sea o hasta que aparezca er señorito”.
-¡Bién! –Contestó el escudero cerrando los dos puños en alto mientras se apretaba los codos en los costados.
Y siguieron esperando en silencio tras esta reducida pausa. Los ojos fijos en la baña y a la vez en los alrededores.
Pasadas un par de horas mas, Antoñin estaba que se caía de sueño, y de vez en cuando se le caía la cabeza en un amago de dormir pero inmediatamente se erguía como queriendo recuperar el momento perdido de vigía, con los ojos como platos. En una de estas cabezadas sintió el codazo de Calzones que le señalaba por donde estaba entrando un cochino descomunal con una boca visible a la luz de la luna sin necesidad de ninguna linterna. Entraba parsimonioso de costado parándose atravesado a veinte metros de él. Oyó a Calzones decirle “anda tirale tú”. Antoñin echó mano de su arma pero solo tenía su tirachinas, con el que era capaz de acertarle a una lagartija corriendo y que era insuficiente a todas luces para semejante verraco. Aquel marrano crecía según se acercaba al niño. Antoñín se veía sobrepasado hasta que un codazo de Calzones le hizo girar la cabeza.
-“Chaval te has quedado frito”, ¿Quieres que nos vayamos?.
-Ni hablar, solo estaba…soñando…soñando…Tío Calzones. ¡Qué pedazo de guarro tenía delante!. Cagondíez.
-¡Oye chaval, eso solo lo digo yo. Que tu madre me va a castrá!.
-Eso solo lo digo en el campo - y sonrió como si tuviese 20 años.
Después de un buen rato se repitió la escena, pero esta vez el guarro era más pequeño. Más bien muy pequeño, pero no era joven. Era un guarro viejo que venía atrás. Andaba raro. Ahora fue Calzones el que levantó lentamente el arma. Por la mira del Marlincher pudo observar al guarro que se metía de forma extraña en el barro. Seguía apuntando, esperando a que después de la “toillete” le diera el flanco, en ese momento miró de reojo a Antoñín al que se le iban a salir los ojos y le dijo: -“Tírale tú”
- mientras le pasaba el rifle. El niño que había tenido el arma muchas veces en las manos haciendo prácticas cuando estaban solos. El escudero cogió el arma con sumo cuidado y se la llevó al hombro como la cosa más normal del mundo. Al apuntar distinguió perfectamente la silueta del guarro. Le puso la cruz en la paleta pero notaba algo extraño. Levantó la cara del visor esperando que Calzones le dijera “Antoñín que te has vuelto a dormir”, y lo miró de reojo sin dejar de apuntar. Calzones que solo miraba al guarro se volvió y con la barbilla hacia delante le decía sin hablar algo así como “¡venga ya, tira!”. Calzones Chico metió la cara al visor y apretó el gatillo, ¡y vaya si tiró! El guarro se dobló sobre sus patas, cayó de lado y pataleó un poco para quedarse inmóvil enseguida. Lo dejaron enfriarse y al rato se acercaron para verlo.
-“Tié cojone el joio guarro, le farta la mitad del jamón, y la mano contraria la tié tronchá”….”en el lomo tié rastros de un calentón dagujas dagún desaprensivo furtivo”… y no tiene papada de haberse peleao con algún bicho”… “Es de cuerpo menuo pero tié una boquilla”….”lo que yo te diga, un guarro leproso” . “Pero es tu primer guarro Antoñín, pa tí er mejón guarro der mundo”.
-¡Anda que no! – Fue lo único que acertó a decir el niño al que le temblaban las piernas de forma incontrolada, intentando que no se notara.
Fin